De entre la niebla salieron un sinfín de barbarnos, blandiendo espadas y destrozando la calma antecedente de una tormenta, que ahora estaría teñida por la sangre de mis hombres.
Escuché los lamentos, el crujir de los huesos al ser quebrados, el impacto del acerco contra los petos de los soldados, que ponían resistencia valerosamente. Busqué un arma con la que defenderme y Dízaol me protegió con su cuerpo, hasta hacerme empujarlo con tal de que no me impidiera ver lo que ocurría.
— ¡Mis armas! —grité.
Sialen no regresaba y la impaciencia me debilitaba, por lo que me abalancé hacia uno de los agresores y pateándolo en el pecho, conseguí arrebatarle su espada, que voló por los aires hasta terminar en mi mano. Ahora ya no podrían detenerme y para llenar mi cuerpo con el calor de la batalla, deshice el ruedo de soldados que corrían a protegerme.
Las órdenes de los astiles se alzaban por encima de los chillidos salvajes y obedeciéndolos, no di descanso a los atrevidos que persistían en d