—Majestad, nuestros hombres también se ahogarán— me advirtió Dízaol.
—No— le asegure, totalmente confiada de mi decisión—. He visto como esos jovencitos son capases de nadar, aun estando atados entre sí, y ahora que se ven cerca de su hogar, no dejarán que el elemento por el cual se les conoce, los prive de la libertad. Puedes quedarte a comprobarlo, será un espectáculo magnífico, pero yo prefiero seguir a mi esposo hasta el campo de batalla y ayudarle a obtener la victoria.
No dije más, regresé al carruaje y el propio Dízaol tuvo que tomar las riendas porque los guardias permanecían afanados en arrastrar al enemigo, ayudándose de las aguas contenidas para ser usadas como un arma ineludible.
Los sonidos de la batalla me avisaron de que estábamos cerca del lugar donde se decidiría el futuro de Áthaldar y al desmontar, en mi armadura se reflejó un caos que no había imaginado ni siquiera cuando las pesadillas me atormentaban.
Recordé el día en que perdí a mis padres y decidí que antes de