El viejo astil se arrepintió de haberla rechazado. Lo supe yo y cuantos miraban la escena para no perderse un solo detalle.
Regresé a la mesa para compartir con el rey y juntos nos reímos de su protector, que estaba totalmente hechizado por la encantadora bailarina, sin embargo no pude disfrutar tanto como quería, ya que mi esposo abandonó la mesa súbitamente, al igual que el astil de la tierra, cuya capa enjoyada reposaba en mi asiento. Los dos hombres seguramente tendrían que saludar a algunos de nuestros aliados, mas eso dejó de importarme.
No podría contenerme, las náuseas volvieron y antes de vomitar frente a mis súbditos, preferí alejarme del salón. Tuve cuidado de que ninguna de las doncellas lo advirtiera y por suerte el baile las entretenía tanto como al resto de los señores.
El fresco de la noche me alivió, desapareciendo las náuseas en cuanto logré ocultarme entre los arbustos del jardín y alcé la cabeza para que el brillo intenso de las estrellas llenara mis ojos, dándoles