Es a él a quien le debo ser capaz de enfrentar a los asesinos sin que el miedo me debilite, porque, aunque tú ya eras el rey del pueblo, antes de recuperar Áthaldar, era a mí a quien seguían intentando asesinar cada día.
—Debió ser una infancia terrible.
—Lo fue— coincidí—. Pero ahora estamos juntos y podemos cambiar el futuro.
Ambos nos echamos a reír y me adelanté para tocar el lienzo en el que se recogía mi imagen, pero los guardias anunciaron al astil del fuego, que pedía audiencia a su majestad. No lo dudé, me escondí detrás del cortinado y mi esposo siguió el juego.
Escuché los pasos del anciano y el chirriar de su armadura, por lo que supuse que vendría a despedirse antes de partir hacia la frontera.
—Majestad, he venido para aconsejarle, ya que, aunque pueda tomarlo como atrevimiento, es mi deber protegerlo y servirle.
— ¿De qué se trata? —Lo apremió mi esposo.
—Majestad, tengo que advertirle que no es prudente que continúe compartiendo la alcoba de la reina mientras espera a