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Durante los tres meses siguientes, me preparé con esmero, estudié la situación de Áthaldar y a nuestros enemigos. No soportaba sentirme inútil, así que además de ocuparme ayudando a los necesitados y enfermos, procuré reorganizar las rutas de comercio, para asegurar que las provisiones continuaran llegando a los campamentos, sin que corrieran el peligro de ser robadas por los bárbaros.

Cada mañana recibía a las guerreras, que me informaban de los pasos que mi esposo daba, así como los de nuestros oponentes. Leía, escribía constantemente a los astiles del fuego y el viento, que acompañaban a su majestad y también enviaba cartas a mi querido tío.

A él le contaba de mis progresos con el pueblo, de la añoranza que me sacudía, por no poder compartir todo ese tiempo con mi esposo. Le hablaba del tamaño de mi vientre que crecía de forma rápida y sana, de los sueños, el hambre y en especial, le contaba sobre mis descubrimientos en los libros de historia.

Al parecer, los Édazon no solo gozaba
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