—Antes de decidir, deberíamos tener en cuenta la opinión de nuestro pueblo —declaró el astil del viento—. En el norte, los hombres se niegan a continuar combatiendo y en cuanto se enteren de que los bárbaros han propuesto la paz, los verán a ellos como la solución a sus problemas y no a nosotros, que les pediremos que continúen luchando.
— ¿Está sugiriendo que aceptemos? —Lo interrogué ofendida—. ¿Está de acuerdo con que le cedamos nuestras tierras a esos...?
No pude continuar, me dolía el pecho y el aire se calentaba rápidamente cuando intentaba respirar. No creía posible lo que escuchaba y busqué nuevamente a mi esposo, en espera de que reaccionara, dejando atrás su letargo.
—Desgraciadamente no estamos en condiciones de continuar la guerra— afirmó el astil del agua—. No tenemos hombres, provisiones y el miedo se expande con cada derrota. Ahora hemos vencido en Gacánon, pero seríamos unos tontos si creyéramos que podemos mantener el control sobre ese, o cualquier otro pueblo del nor