Ahora me preocupaba que mi actitud afectara la situación del reino y mi esposo tuvo que calmarme con un beso, que no fui capaz de rechazar.
—Debes saber que dejaré partir a tu ejército hacia la frontera para ganar tiempo, pero que no te permitiré acompañarlos, porque mi hijo debe nacer en la corte y su madre tiene que estar a salvo— me avisó—. Es a mí a quien corresponde guiar al ejército y si no hablé antes frente al concejo, era porque reconocía que necesitabas liberar tu rabia, y porque mis palabras solo los astiles las merecían.
Esa era la confirmación de que discutieron fuertemente y quise disculparme por haber sido tan provocadora, pero un espasmo sacudió mi bajo vientre, obligándome a morderme los labios para no gritar.
—Debí suponer que semejante discusión te afectaría— declaró él—. Te juró que ese viejo se arrepentirá de…
Mi esposo no pudo continuar. Por un momento había creído que estaba afectada por lo ocurrido y ahora comprendía que nuestro hijo estaba a punto de nacer y