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Abrí los ojos y encontré a mi esposo besándome la mano. Me había quedado dormida mientras las doncellas me limpiaban y vestían, pero ahora tendría que soportar las tediosas ceremonias que proseguían al alumbramiento de la Luna de Áthaldar y solo me consolaba que, a unos pasos, mi pequeño tesoro dormía plácidamente.

— ¿Estas muy cansada? —Me interrogó mi esposo—. ¿Sientes dolor?

Me incliné para besarlo como respuesta y los astiles debieron creerse que estaban invitados a ese encuentro íntimo, porque se acercaron para saludarme formalmente.

— ¿Han permanecido aquí todo el tiempo? —Le pregunté a mi esposo.

—Solo el astil del viento debió quedarse, para ser testigo de tu recuperación— me respondió él muy divertido—. Ahora los otros tendrán que ofrecerte regalos, con los que te compensarán por el esfuerzo que has hecho con tal de darnos un heredero y le seguirán enviados de otros reinos y aliados.

—No quiero ver a nadie más— le pedí—. Toma los regalos en mi nombre y diles que estoy agotada
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