Luna trabajó durante seis horas sin parar canalizando todo lo que le quedaba de poder sanador sobre el cuerpo frágil de Thomas.
Afuera, el campamento había caído en silencio. Cientos de cazadores esperaban, sabiendo que el futuro dependía de lo que sucediera en esa tienda.
—Su sangre está envenenada— Luna murmuró. —Pero no por toxina normal. Es... mágico. Alguien o algo lo maldijo.
—¿Maldijo? —Helena se puso rígida. —¿Quién haría eso a un niño?
—No sé— Luna respondió. —Pero la maldición está entretejida con su fuerza vital. Removerla sin matarlo será... delicado.
Zara habría sido mejor para esto, pensó Dante. Su magia era más refinada. Pero Zara estaba en Luna Plateada, liderando en su ausencia.
Luna trabajó meticulosamente, desenredando hebras de magia oscura de la esencia vital de Thomas. Cada hebra removida hacía al niño convulsionarse, gritando en su inconsciencia.
—¿Le estás lastimando? —Helena preguntó, alarmada.
—Le estoy salvando —Luna respondió con voz tensa por concentración