Pero Sombrael no emergió.
El tercer día llegó y fueron al sitio del sello, preparados para batalla apocalíptica. En cambio, encontraron algo completamente inesperado.
El sello se había estabilizado.
—No entiendo— Zara murmuró, verificando y reverificando con sus sentidos mágicos. —Debería haber colapsado. Todos los cálculos indicaban...
—¿Qué pasó? —Dante preguntó.
—El sello se... reparó a sí mismo —Zara dijo con asombro. —O más precisamente, alguien lo reparó desde adentro.
"No, alguien," la voz de Sombrael resonó, pero diferente esta vez. Más débil. Casi... cansada. "Yo lo reparé."
—¿Por qué? —Dante exigió, confundido.
"Porque estuve observando," Sombrael respondió. "Durante cinco años, observé a través de la grieta. Vi a sus hijos entrenar. Vi su dedicación. Su amor el uno por el otro. Su determinación no solo de sellarme sino de destruirme."
Hubo pausa larga. "Y me di cuenta de algo. No quiero despertar a ese mundo. Un mundo donde los padres aman tanto a sus hijos que les enseñan