Cinco años después de su renuncia, Dante cumplió sesenta y cinco años. Su pelaje era casi completamente gris, pero sus ojos mantenían la misma intensidad que siempre habían tenido.
Vivía en una cabaña modesta cerca del bosque con sus tres compañeras y Celeste, quien a sus noventa años era sorprendentemente vital gracias a su profunda conexión espiritual.
Era vida que había soñado: tranquila, pacífica, ordinaria.
—Los niños vienen hoy— Luna anunció esa mañana, aunque "niños" tenían treinta y ocho años ahora. —Con todos los nietos.
—La casa será un caos —dijo Dante.
—La casa siempre es caos— Aria respondió con sonrisa. —Así es como nos gusta.
—Además— Zara añadió —Kaela tiene un anuncio especial. Se negó a decirme qué, pero las visiones sugieren que es... significativo.
Durante años desde su jubilación, Dante había encontrado un ritmo que nunca había conocido durante su vida de guerrero. Se despertaba con el sol, entrenabaligeramente, pasaba mañanas en el jardín que había comenzado a cu