Helena despertó de su trance.
Últimamente, había adquirido una manía para desconectarse del mundo. Incluso su madre lo notó. Se había sentido distinta, pero decidió ignorarlo.
Miró la ciudad a través de la ventana del auto. Se sintió nerviosa.
Había revisado su copia del contrato para evitar cometer errores, pero aquello fue tan complicado que prefirió ocultarse del resto, si era posible convertirse en un fantasma.
El vehículo llegó al lugar. Ella revisó su vestido azul marino, que hizo juego con las joyas de zafiro, antes de bajar.
Helena sintió más pesado el collar, los pendientes y el brazalete, pues no quería perder ninguna piedra preciosa porque no sabía si su vida alcanzaría para pagarla.
Salió del auto, y una mano se extendió hacia ella.
Ella lo tomó y cuando salió, vio a Russell en un traje de gala, negr0 e impecable. Helena se embobó.
Él ya era atractivo, pero con el cabello negr0 peinado hacia atrás, le dio un aura distinta.
Russell la miró de pies a cabeza. Se sintió satisfecho por la selección.
El cabello cobrizo de Helena resaltó, aunque la palidez de su piel se tornó más fría. Tomó nota mental sobre ese detalle.
Con la delicada mano de Helena sobre su brazo, la arrastró hacia el hotel, en donde se desarrolló la cena.
Helena se dio cuenta de que su inocente plan de convertirse en un fantasma, no podía ser aplicado.
Ya que la pequeña cena fue un gran banquete en un prestigioso hotel propiedad de los Russell.
¿Cómo la nuera de una familia así podía volverse transparente?
―¿Esa es la nuera de la viuda Russell?
―¿No se supone que su padre es el principal sospechoso?
―Yo soy más hermosa, ¡yo debería haberme casado con él!
―¿Qué le vio el joven Russell, por qué la protege así?
Helena mantuvo la sonrisa, a fuerza, luego de percibir el murmullo a su alrededor.
En especial las lobas que fueron crueles con sus palabras, no les importó que ella pudiera escucharlas.
Aunque la raza lobo estaba en decadencia y no podían transformarse, conservaron ciertos rasgos. Piscas de poder que superaron apenas a un humano promedio.
Solo los Alfas y las Lunas tenían la sangre más fuerte, eran los únicos que podían transformarse.
No por nada eran tan venerados, pues ellos eran considerados los más cercanos a la diosa; una que los abandonó hace mucho tiempo.
Apretó el brazo de su jefe esposo, fue inconsciente. Él tomó la mano de Helena y con un suave movimiento depositó un beso en el dorso.
La atmósfera cambió a su alrededor.
Helena le miró con sorpresa. Con un movimiento tan sencillo calló un poco aquellas conversaciones crueles; fue un poco terrorífico.
Pero le dio más escalofríos cuando la mirada ambigua de Russell se posó en ella por unos segundos.
No le dio tiempo de descifrar aquella mirada cuando vio a su suegra, la viuda Russell.
―Buenas noches, madre ―dijo Russell.
Una dama de cabello corto y gris, con unos enormes pendientes de cristal rojo, enarcó una ceja.
Meneó su copa y dijo en un tono plano:
―Por fin trajiste a tu pequeña esposa, qué alegría.
Helena la había conocido desde pequeña, pero no llegaron al punto de ser cercanas.
La señora era una mujer elegante, la gente detectaba desde la distancia que ella tenía un carácter fuerte. O mejor dicho, el aura de una luna, pareja de un Alfa.
―Es una lástima que no pudiera hacer una boda. Tenía ganas de gastar dinero en una.
La viuda tomó un trago, luego de aquel comentario.
―Ya hemos hablado sobre ese tema... ―comentó su hijo.
―Por poco y me cancelas esta cena. ―La dama interrumpió con una voz tajante.
No necesitó elevar la voz, fue solo un gruñido. Una advertencia de su mal humor.
Ni siquiera Russell se atrevió a pincharla.
―Bienvenida a la familia ―dijo la viuda Russell con aquella voz plana.
Helena le dio un breve pánico. Ella agradeció; fue torpe. Pero la viuda Russell no se molestó en hablar con ella y se retiró.
Ella se sintió fatal ante la primera interacción con la suegra y miró a su jefe/marido, ni él se molestó en decirle algo.
Ella se dejó llevar por Russell y la dejó sentada en una mesa.
Le ordenó que no se moviera. Helena obedeció y miró cómo él se desenvolvió entre los grupos de lobos hasta desaparecer.
Nadie se acercó a su mesa, y ella se sintió aliviada. Después de todo, pudo lograr ser alguien invisible.
***
La noche transcurrió sin problemas. Y pasada la media noche, ya se estaba durmiendo en su asiento.
Recibió un mensaje, ella lo revisó. Su jefe/marido le ordenó que le esperara en una habitación.
A Helena le pareció raro aquel mensaje, pero fue más raro cuando un joven bien trajeado, con el cabello revuelto en rizos rebeldes, llegó a ella con nerviosismo.
Helena no lo reconoció. Se asustó cuando él se acercó a su oreja y le susurró las mismas indicaciones de Russell.
Ella no le creyó a la primera, pero él la dejó con las llaves de una habitación.
¿Qué había pasado? ¿Por qué le pidió que le esperara en ese lugar?
Ella salió del salón bajo las miradas venenosas de las lobas y pidió ayuda a la recepcionista del hotel.
Con las indicaciones llegó a la habitación.
Helena, al entrar, se asombró por la elegancia impecable. Tuvo miedo de tocar algo.
Se sentó en un sillón, aprovechó a quitarse los zapatos. Sintió satisfacción al liberar sus pies adoloridos. Se acomodó en ese rincón y esperó a que Russell llegara.
Sin darse cuenta, ella se durmió con rapidez a pesar de la posición incómoda.
No durmió mucho, pues alguien la levantó de su sitio y la colocó en una superficie mullida. Despertó de golpe y se levantó asustada.
Vio a su jefe/marido, y él la miró con indiferencia.
―En buen momento, despertaste ―dijo Russell, y se desabotonó las mangas de la camisa.
―¿Y la cena? ―preguntó Helena con preocupación.
―Todavía no ha terminado.
Él pasó a desabrochar los botones sobre su pecho, y Helena se volvió más nerviosa.
―¿Qué estás haciendo?
―Necesito una coartada.
Helena no pudo decir mucho cuando él abrió la camisa de golpe, exponiendo el torso definido, comparable a una estatua de mármol, como la escultura “Laocoonte y sus hijos”.
―Hazlo ―ordenó.
―¡¿Hacer qué?! ―Helena preguntó aterrada.
―Hazme alguna marca. Algo que diga que pasé la noche contigo.
Ella quedó pasmada.
«¿Qué me estaba pidiendo el jefe, marido?», pensó.
Su cerebro quedó en blanco por un momento. Habían acordado no tener algún encuentro o marcarse mutuamente, por lo que aquello la tomó desprevenida.
Le miró, esperó que él se explicara; por supuesto, no lo hizo.
Ella notó el olor a sangre, vio algunas gotas rojas en las mangas, fue sutil, pero lo suficiente para entender que algo grande había ocurrido.
Se paró de la cama y se acercó a él.
Miró el torso esculpido, pero no se le ocurrió nada.
―¿Qué pasa? ―cuestionó él.
―Es que no sé qué hacer...
―¿Vas a decir que eres virgen?
Helena le miró con odio.
―¿Quién se atrevería a tener una aventura con la prometida del hijo del gran Alfa?
Russell guardó silencio y se volvió a colocar la camisa.
―Olvídalo ―dijo él.
Russell caminó con ansiedad por la habitación, se pasó una mano por la cara, su mente había ido a otro lugar.
―¿Tiene que ser así?
Él no dijo nada cuando ella preguntó. Helena intentó ayudar de nuevo, sin preguntarle directamente sobre sus negocios.
―Si usted dice que pasó la noche conmigo, no le creerán. Le olfatearán y descubrirán que ese olor no es mío.
―¿Qué sugieres?
Se detuvo, la miró con aquellos ojos penetrantes.
Helena se petrificó.