―Russell...―La voz de Helena se tornó peligrosa.
Ambos se miraron en silencio, otra vez. Ninguno de los dos quiso retroceder.
―Señor, debe contarle. ―Un hombre emergió entre el grupo―. La manada ya está enterada, no hay razón para ocultarlo.
Helena le dio un vistazo. El hombre, de cabello castaño, tenía un aura pesada.
No supo si fue por el cabello de corte militar o la mandíbula marcada. O por esos ojos marrones que daba la sensación de tristeza a primera vista. Pero si lo mirabas detenidamente, podías notar que estaban muertos por dentro. El brillante Ulises junto a ese hombre hizo notar más esa aura lúgubre.
Fue inquietante para Helena. Russell suspiró impotente.
―Atacaron a mi madre ―murmuró.
―¡¿Cómo?! ―Helena gritó con asombro, ¿quién en su sano juicio atacaría a la gran Luna de la manada?―. ¿Está bien? ¿No fue herida, verdad?
Él permaneció en silencio. Helena vio a su alrededor, se dio cuenta de que no era el lugar correcto para la conversación.
―Ulises, trae mis cosas ―ordenó y