Subí las escaleras lentamente. Me sentía pesada, como si mis huesos estuvieran llenos de plomo. Deerk me había dejado en el rellano y lo había visto desaparecer hacia el bosque, hacia los otros, dejando que el silencio me tragara. No quería que me viera llorar, ni que me tratara como a una inválida.
Llegué a la habitación. Lo primero que hice fue meterme al cuarto de baño. Me quité la ropa empapada en sudor frío y me metí bajo la ducha. Abrí el agua caliente al máximo. Quería quemar la sensación, el olor, la imagen del suelo. Me froté la piel con rabia, intentando borrar el hedor a sangre y a hierro quemado.
Mientras el agua golpeaba mi rostro, me desplomé contra la pared de azulejos. Dejé que las lágrimas corrieran libremente, sin el freno de tener que ser fuerte para Lucian, o valiente para Deerk.
Estábamos rotos. Eso era todo.
Éramos siete hermanos. Ahora solo quedábamos cinco.
Recordé a Vael, nuestro hermano mayor. Fuerte, siempre riendo. Recordé a Veer, nuestro hermano del medio.