Lena se tensó. Sus manos se apretaron por un instante y luego me soltaron de golpe. Giró la cabeza, evitando mis ojos.
—No sé de lo que hablas, Alana —dijo, con voz dura, intentando negarlo—. Lucian es el líder de tu manada. Yo respeto eso. Solo eso. No hay nada romantico en eso.
—No, no lo haces —dije, sintiéndome lúcida. Di un paso para interponerme en su camino. —No habrías desafiado a un Alfa por un lobo hueco moribundo si solo sintieras respeto. Lo defiendes hasta de sí mismo. Yo vi cómo te miró, Lena. Y vi cómo lo miras tú. ¡Cómo es que pude no verlo antes!
Lena evitó mi mirada, acercándose a la mesita de noche para fingir ordenar las galletas.
De repente, una risa se escapó de mi garganta. No era una risa de alegría. Era un sonido nervioso, cargado de rabia y cinismo.
—Ay, Lena —dije. Me reí de nuevo—. Te tengo pena. De toda la mierda que carga Lucian encima, toda la culpa, la brutalidad, la guerra... te deseo suerte haciéndole entrar en razón.
Lena se detuvo. Dejó el plato co