Reyk, lobo de la manada azuleja.
El jet ya estaba encendido cuando subimos.
Las luces del pasillo eran bajas. Afuera hacía frío. Podía oler el bosque incluso desde la escalerilla.
El piloto no se movió. Se quedó en su asiento, concentrado. Lena lo había contratado y le había dejado claro que no bajaría del avión “bajo ninguna circunstancia”.
Leo subió primero.
Yo fui detrás.
Eiden entró de último.
No me gustó.
No me gustó que viniera.
—No confío en ti —le dije antes de que se sentara.
Eiden me miró sin sorpresa.
—¿Otra vez con lo mismo?
—No eres bueno para mi hermana.
—¿Y el asesino con el que la estaban obligando a casarse sí era bueno para ella? —disparó él sin levantar la voz.
Me ardió la sangre.
Di un paso hacia él.
—Bájate.
—No voy a bajarme.
—Te dije que te bajes, híbrido.
Ya estaba listo para empujarlo.
Él no se movió.
No alzó la voz.
Solo me sostuvo la mirada.
—No me estás dando órdenes a mí, Reyk —dijo—. Estoy aquí porque quiero. No por ti.
—Pues yo no te quiero aquí.
—Pero