Respiré hondo y tomé un cuarto libro. Más pequeño. El lomo decía “Pozos”. Lo abrí. Encontré un dibujo simple, un mapa hecho de puntos y líneas. Seis círculos con números. Debajo, un texto corto que entendí fácil:
“Los Seis Pozos no son lagos ni huecos. Son puertas. Están debajo de todo. Se alcanzan por sangre, piedra y aullido. Se abren por llave doble: hierro jurado y luna impar. Si se abren mal, todo cambia.”
Golpeé la mesa con los dedos.
—Siempre hablan claro cuando no hace falta —dije.
—Hay otro tomo —señaló Meyra—. El de rutas. Está ahí.
Fui hacia la estantería que señaló. Saqué el tomo de rutas. Pesaba más que los otros. Lo puse sobre la mesa. Abrí a la mitad. Vi líneas dibujadas, flechas, símbolos. Había nombres de pasos antiguos: “Torre Negra”, “Cripta Vieja”, “Paso de las Raíces”. Reconocí “El Cántaro”. Había flechas que iban desde El Cántaro hasta “Pozo Tres”. Encima, una advertencia:
“Pozo Tres responde a luna impar. Pero exige deuda. No llegar con rabia. No llegar con hamb