Cuando la vida de Lois comienza a ir mejor, luego de muchos trancazos, descubre que ha encontrado a su pareja. ¿Otra vez? Solo que había un problema. Siendo una loba de apenas veinte años de edad, recién cumplidos, no podía lidiar con que tenía dos mates. ¡Y Alfas! Emmanuel y Ezequiel estaban dispuestos a convencerla de que no debía rechazarlos. ¿Podrían los gemelos Alfas persuadirla de eso? Entre la vida universitaria rodeada de Alfas y Betas, Lois se enfrenta día a día a múltiples desafíos, pero sus compañeros Alfas siempre estarán a su lado para ayudarla a sobrepasarlos. Su futuro como Luna en una gran manada se nota cada vez más cercano. ¿Podrá Lois estar a la altura de lo que espera de ella?
Ler maisDespertar cada día y pensar que el resto de mis días solo sería una Omega, me llenaba de desanimo, sumándole eso a mi enfermedad, nada pintaba muy bien.
Hace una semana cumplí los veinte años.
Habían tres cosas malas en mi vida.
La primera, ¡seguía siendo virgen!
La segunda, ¡encontré a mi pareja a los dieciocho! Pero esta me rechazó al ver que yo solo era una Omega. Y no lo culpo, estaba sirviendo las comidas a los hijos de los Betas cuando él sintió mi olor, luego de ser un invitado especial de la manada, y sí, al verme me rechazó y salió huyendo, lo que reducía bastante mis posibilidades de poder salir de la manada, porque como estudiante tampoco pude conseguir una beca e irme a estudiar fuera.
Varios meses delicada de salud me prohibieron esforzarme al máximo con mis estudios.
La tercera, quizás más importante. Nací con una condición “especial”, como la llamaban de vez en cuando cada vez que tenía que tratarme, había que hacerme transfusiones de sangre cada tres meses, lo que costaba dinero, mis padres solo trabajan para llegar a ese día, el dinero para las transfusiones.
Más que nada porque mi tipo de sangre era extremadamente extraño.
Ser omega no ayuda mucho.
Pero…podían cambiar algunas cosas.
Viviana, la hija menor del Alfa, era mi amiga, nos conocíamos desde pequeña, mi madre era su niñera, así que nos hicimos amigas, a pesar de que ella tenía dos años más que yo. Ella decidió hacer una especialidad en su carrera al otro lado del país y le pidió a su padre, el Alfa Joseph, que quería llevarse una acompañante, como no conocería a nadie, para sus tiempos libres y todo, no estar aburrida.
Más que nada era una excusa para ayudarme.
¡El Alfa aceptó luego de muchas súplicas de su parte!
Pagarían todos mis gastos de viaje y estancia, mientras yo servía a Viviana para lo que sea que ella necesitara.
Ahora, tocaba despedirme de mis padres, lo que me rompía el alma, porque ellos estaban muy preocupados, querían decirle al Alfa que no me dejara ir, pero se olvidaban de algo.
¡Yo no era una niña!
¡Tenía veinte años!
Necesitaba conocer el mundo y Viviana me estaba dando la oportunidad de salir de aquí.
Iría a una universidad, solo como su ayudante, ¡pero iría!
Sé que lo que más le asustaba a ellos, no solo eran mis transfusiones, sino que era una omega y el mundo era muy cruel con los omegas.
—Papá, Viviana no dejará que me pase nada. Díselo, mamá.—los abracé a ambos, llorando con ellos, pero muy feliz por dentro. Mi maleta estaba hecha y la emoción solo iba en aumento.
¡Saldría de aquí!
—Estamos listos.—dijo el Alfa Joseph detrás de nosotros, tomó mi mano y me llevó lejos de mis padres, apoyó su fuerte mano en mi hombro, quemando mi piel y esos ojos negros me miraron con intensidad.—Si dejas que le pase algo a Viviana…—Su pequeña Viviana.—Primero haré trizas a los tuyos, por último a ti, Lois. Serás su cordura, no dejes que su energía te abrume. ¡Contrólala! Una universidad llena de…¡lobos calientes! ¡No quiero ni pensarlo!—de pronto se vio muy preocupado, pero más que su seguridad, le mortificaba el rumbo que tomara la vida sexual de su hija. Pero ella también era una adulta, ¿no? A esa edad se hace ese tipo de cosas, más cuando eres bella, fuerte y la hija de un Alfa, te llueven los pretendientes y puedes rechazar, aceptar, enamorarte de quien desees. Viviana tenía un destino muy bueno, favorable a ella.—Recuerda, Lois, eres su cordura. No dejes que se aloque. Amenázala con contarme, ¿te queda claro?
Aquel nudo se formó en mi garganta cuando él colocó de nuevo sus manos pesadas en mis hombros.
—Si, Alfa Joseph. Cuidaré de Viviana. Seré su cordura.—acepté. No dejaría que su energía abrumadora me enloqueciera también.
Mi viaje con Viviana dio inicios, pero en aquel tren…lo primero que Viviana hizo fue cambiar de habitación compartida con un chico de al lado que se había encontrado en el pasillo, camino al restaurante.
Me dejó…sola.
Solo tomó sus cosas y me dijo que ahora vendrían los que estaban en la otra habitación.
¿Los? ¿Eran varios? ¿Eran chicos?
Recogí todas mis cosas, me cambié el pijama por una ropa y me metí a la cama con las luces apagadas. Para que cuando llegaran creyeran que yo dormía.
Solo habían dos camas, si ellos eran varios pues que la compartieran.
Solo rogaba que no fueran Alfas, ni Betas.
Nunca había tenido mucho contacto con personas fuera de la manada y mi corazón retumbaba cuando aquella puerta se abrió.
Sentí que me desmayaba al encender la luz y luego…
¡Dios mío!
Eran unos gemelos que estaban como para chuparse los dedos.
Apreté mis ojos con fuerza y de poco deslicé la sábana sobre mi cabeza.
—La rubia dijo que su compañera se llamaba Lois, ¿no?
—¡Lois!—me llamó el otro. No sé cuál de los dos quitó la sábana de la cama, dejándome al descubierto, pero ambos saltaron a la cama, mientras mi nariz me dejaba reconocer que ambos…eran Alfas.—Lois…—ronroneó el de la derecha—¿Quieres divertirte?
—T-Tengo sueño.—mascullé, temblando como todo un animalito asustado.—Quiero dormir.
—Fuera hay una gran fiesta, ¿no quieres ir?
¿Fiesta? Jamás había ido a una fiesta y no tenía ropa de fiesta.
—L-Lo siento, de verdad, estoy cansada.
—¡Arriba!—ordenó el de la izquierda, era la única manera de distinguirlos, vestían igual, hablaban igual y eran idénticos.
—Por favor…deseo quedarme aquí.—dije nuevamente, pero mis deseos para ellos eran nada.
Me obligaron a ponerme algo mejor de ropa, pero al ver que yo solo traía harapos, uno de ellos salió y en minutos regresó con ropa para mí. Por suerte me dieron privacidad para vestirme y después, me vi saliendo de la habitación con ellos a ambos lados de mi, camino a una fiesta.
¿Esto era real?
¿Cuánto se supone que iba a tardar en llegar este tren?
¡¿Estas cosas se hacían en un tren?!
EzequielLa cabaña es nuestro santuario, el lugar donde Lois es solo nuestra, pero hoy apesta a intrusión.Viviana.Su risa chillona se filtra por la puerta antes de que Emmanuel y yo entremos, y mi mandíbula se tensa. Nunca me ha caído bien, ni a mí ni a mi hermano. Es un torbellino de arrogancia y chismes, siempre metiendo a Lois en problemas, como cuando la arrastró a esa universidad donde todo se complicó. Quizás deba agradecerle, pero también pudo haber salido mal.Ahora está aquí, en nuestro espacio, y mi instinto gruñe, queriendo marcar territorio. Emmanuel, a mi lado, tiene la misma mirada dura, sus hombros rígidos. Nos entendemos sin palabras: Viviana sobra.Empujo la puerta, y ahí están, sentadas en el sofá, con un cuenco de frutas entre ellas. Lois, con su cabello suelto y esa sonrisa tímida que me deshace, muerde una fresa, el jugo manchando sus labios. Viviana, con su cabello rubio cayendo en ondas, parlotea como si fuera la dueña del lugar. Al vernos, Lois se ilumina, pe
Paolo y Teresa, omegas de la manada de Joseph, estaban sentados en sillas duras, sus manos entrelazadas con fuerza, como si temieran que el suelo se abriera bajo ellos. Frente a ellos, el Alfa Joseph, con su rostro curtido y ojos que no parpadeaban, y el Alfa Thorne, cuya presencia llenaba la sala como una tormenta a punto de estallar. El aire estaba cargado de tensión, y el silencio era un peso que aplastaba. Paolo tragó saliva, sus dedos temblando contra los de Teresa, mientras ella mantenía la mirada baja, su respiración entrecortada. No sabían por qué los habían convocado a la manada de Thorne, pero la gravedad en los rostros de los Alfas dejaba claro que no era una visita de cortesía.Se preguntaba si su hija estaba en problemas. O si estaba bien. Hace un tiempo que no veían a Lois, pero les gustaba quedarse al margen, para que su condición de Omegas no impidiera el crecimiento de su hija como la futura Luna de aquella grandiosa e importante manada. Era un sacrificio que valía la
LoisEstar fuera del hospital se siente muy bien, aunque no me sentía bien del todo a la hora de irme, pero no quería seguir allí, estaba inquieta, asustada, con una angustia en mi pecho que no se iba y no por lo que me hizo Enzo, sino por lo que sentí al tocar su collar.Pese a que los gemelos me habían calmado con respecto a eso, no borraba lo que viví en esa, ¿cómo llamarlo? ¿ilusión? Fue tan extraño y a la vez traumatizante, saber que ellos dos morían, que Enzo usaba de ese modo a Aidan.Lo odio, lo odio con tantas fuerzas; creo que nunca he odiado a nadie en mi vida, pero con él… siento que mi odio es real.Antes me angustiaba que él encontrara a Aidan, que le diera caza, pero ahora que sabía cuáles podían ser sus planes, era todavía peor.¿Qué tan fuerte era Aidan? ¿Qué poder ocultaba? Porque si algo quedó claro, es que el de la fuerza era Aidan, asumo que Enzo me usó a mí para poder manipular a Aidan y que hiciera lo que él pedía.Pero, ¿qué posibilidades hay de que Aidan fuese
ThorneJoseph entra con ese andar pesado de quien sabe que no trae buenas noticias, su rostro curtido marcado por años de liderazgo y excusas.Viviana lo sigue, su cabello rubio cayendo en ondas, sus ojos afilados recorriendo mi despacho como si buscara un punto débil, es una buena chica, inteligente, aunque demasiado arrogante, aunque ¿cuándo eso ha sido un problema para un alfa?No me molesto en ofrecerles asientos. Están aquí porque yo lo ordené, y el tiempo de cortesías se acabó cuando Enzo lanzó a Lois contra una pared por tocar su maldito collar. Esa Omega, la que mis hijos insisten en llamar pareja, es un enigma que no puedo dejar suelto. No después de las insinuaciones de ese vampiro. Si hay algo en su pasado, en su sangre, que pone en riesgo mi manada o a mis hijos, lo encontraré.—Joseph —mi voz es un gruñido bajo, cortando el silencio—. Hablemos de Lois. Su adopción. Quiero detalles. Todo.Joseph se tensa, sus manos cruzándose frente a él. Viviana ladea la cabeza, su mirada
LoisEl dolor me arranca del vacío, un latido sordo que martillea mi cabeza como si alguien hubiera clavado un cuchillo en mi cráneo.Abro los ojos, entrecerrados, la luz tenue de la habitación pinchándome como agujas. Mi cuerpo pesa, cada respiro una puñalada en el costado, y el aire sabe a metal y medicina. Estoy en una cama, las sábanas ásperas contra mi piel, pero hay algo cálido, sólido, a mi lado. Emmanuel y Ezequiel. Sus rostros, borrosos al principio, se aclaran: Emmanuel, con la mandíbula tensa, sus ojos oscuros llenos de preocupación; Ezequiel, con el cabello desordenado, su mano apretando la mía como si temiera que me desvaneciera.—¿Lois? —La voz de Emmanuel es baja, urgente—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?—¿Qué hizo Enzo? —Ezequiel se inclina, su aliento rozando mi mejilla—. Dinos qué pasó, por favor.Me muerdo el labio, el dolor en mi costado estallando con el movimiento, y un gemido se me escapa. No sé por dónde empezar. La cena, la piedra, el collar de Enzo… todo es un torbe
EnzoLa noche es un manto roto, astillado por la luz de una luna que no merece mi atención. Salgo de la manada de Thorne con el sabor de la ira en la lengua, mis pasos silenciosos sobre la tierra húmeda, cada uno un eco de mi desprecio. Esa cena fue un circo, un desfile de lobos engreídos y sus rituales patéticos, pero lo que me quema es esa Omega, Lois, con sus dedos torpes rozando la piedra de mi collar. La lancé contra la pared, sí, y el crujido de sus huesos fue música, pero no suficiente. No cuando Aidan sigue suelto, un espectro que se burla de mí, y esa piedra… esa maldita piedra que no debería haber sentido su toque.El bosque se cierra a mi alrededor, los árboles como centinelas inútiles que no ocultan nada de mi furia. Los lobos de Thorne no encontrarán a Aidan. Son torpes, confiados, atados a sus códigos de honor que apestan a estiércol. No confío en ellos, en esos malditos perros que se creen reyes. Mi destino no es quedarme quieto, esperando que fallen. No. Yo cazo. Siemp
Último capítulo