Cuatro días habían pasado desde el funeral de Joldar. Cuatro días en los que Darien había sido consumido por las reuniones interminables del consejo, las decisiones que debían tomarse para asegurar su futuro como Alfa, y las miradas calculadoras de los miembros de la manada que lo observaban a cada paso. El peso de la responsabilidad era aplastante, pero lo que más lo atormentaba no era la sucesión, sino la soledad que lo acompañaba en cada momento.
Por fin, la oportunidad llegó. Nadie lo vio salir de las salas del consejo, y ningún miembro de la manada sospechó que había dejado sus deberes para finalmente ir a la Torre. La máscara que había usado frente a todos durante días, esa cara impasible de Alfa que debía ser fuerte y calculador, se desmoronó tan pronto como vio la puerta de la Torre cerrarse tras él.
Aeryn estaba allí, detrás de esas paredes que la mantenían alejada de él. La torre, fría y silenciosa, había sido su prisión, pero también el lugar donde ambos, en secreto, podían