Aeryn
El olor de Darien todavía impregnaba las sábanas. Me envolvía como una manta invisible mientras me desperezaba en la cama, desnuda, con los músculos aún sensibles y un calor palpitante latiendo en mi clavícula donde me había marcado. Cerré los ojos y volvió a mí el recuerdo de su cuerpo sobre el mío, de su voz ronca diciéndome que era suya, de la forma en que nuestras almas se fundieron bajo la luna. No me había dejado una nota ni una palabra al despertar, pero sabía que volvería. Podía sentirlo. El vínculo era demasiado fuerte, como un lazo ardiente que tiraba de mí incluso cuando no lo veía. Me senté al borde de la cama, envuelta en la manta, y respiré hondo. Afuera, la ciudadela sonaba distinta. Voces, pasos apresurados, ruidos de movimiento constante. Había algo en el ambiente: agitación, expectativa, una especie de alegría caótica. Exploré la cabaña y en la cocina comí algo, estaba hambrienta después de esa maravillosa noche. Me di una ducha, su baño era hermoso; no puedo esperar para aparearme con él allí. Me vestí rápidamente con ropa de Darien —la mía estaba hecha un desastre— y salí de la cabaña. En cuanto crucé la puerta, las miradas comenzaron. Algunos bajaban la vista con respeto, otros susurraban a espaldas. Pude escuchar palabras sueltas: "marcada", "heredero", "extranjera". No entendía por qué tanto revuelo. No era la única que había encontrado a su pareja destinada la noche anterior. Pero claro, ellos sabían algo que yo apenas sabía: ¡qué lugar ocupaba Darien en esta manada! Me dirigí hacia la parte trasera del claro, quería evitar a la gente. Divisé a Cael de espaldas, observando el horizonte con las manos cruzadas detrás. —Cael —lo llamé. Se giró y su expresión cambió en el acto. Su sonrisa fue amplia, sincera. Se acercó rápido y me envolvió en un abrazo apretado. —Estaba empezando a preocuparme por ti, cachorra. Sonreí. Siempre me decía así, aunque ya no era una cachorra. —Estoy bien. De verdad. Se separó para mirarme mejor, y entonces frunció el ceño. Su nariz se movió, olfateó el aire cerca de mí, y sus ojos se oscurecieron ligeramente. —Aeryn... hueles a... él. —¿A qué te refieres? —Al heredero. Al hijo del Alfa. Mi corazón dio un brinco. —Darien. —Tú... ¿él es tu pareja destinada? Asentí con lentitud. —Nos encontramos anoche. Nos reconocimos. Nos marcamos mutuamente. Cael pasó ambas manos por su cabello y dio un paso hacia atrás, claramente sorprendido. —No lo sabías, ¿verdad? Quién era él. Negué con la cabeza. —No hasta que lo citaron del consejo... y entonces alguien lo llamó "señor Darien". Me lo dijo antes de irse. Cael me miró largo rato, como si me analizara, como si intentara entender algo más allá de lo evidente. —Estoy feliz por ti —dijo finalmente, suavizando la voz—. Te lo mereces. Siempre he sabido que dentro de ti hay algo fuerte, algo que no podía explicarse sólo con lo que heredaste de tu familia. Pero Aeryn... esto cambia muchas cosas. —¿A qué te refieres? —Nada. No ahora. Solo... cuídate, ¿de acuerdo? Recuerda que te prometí cuidarte. No importa quién seas para él. Para mí, siempre serás mi cachorra cabezota. Sonreí, aunque algo en sus palabras dejó una sensación helada en mi pecho. Lo abracé otra vez, agradecida. --------------------------------------------------------------------------- CAEL Me alejé de Aeryn sintiendo un nudo en el estómago. Estaba feliz por ella, claro que lo estaba. Había sufrido mucho, perdido demasiado. Merecía ese tipo de amor feroz, ese vínculo que lo consume todo. Pero... ¡el Alfa heredero! Algo no encajaba. Sabía cómo funcionaban los vínculos. No se forzaban, pero tampoco eran aleatorios. Los Alfas no se emparejaban con cualquier loba. Era ley no escrita. Un Alfa era destinado a una igual, a una hembra con fuerza, con linaje, con poder. Y aunque la familia de Aeryn, los Thorneveil, era respetada, eran conocidos más por sus tierras y riqueza que por su sangre. ¿Entonces por qué ella? Cerré los ojos y recordé cuando la conocí de cachorra. Tenía apenas cinco años. Su padre la llevó conmigo para entrenarla, cuando yo apenas era un adolescente. Desde entonces, la vi crecer, volverse hábil, valiente... pero también distinta. Siempre había algo en ella que no podía explicar. Un instinto más agudo. Una presencia más fuerte de lo que correspondía a su crianza y linaje. Mi lobo interior no desconfiaba de ella. Pero mi instinto de guerrero empezaba a susurrar. Los Alfas no se vinculan con cualquiera. Y si Darien se ha vinculado con Aeryn, entonces... ¿qué sangre corre realmente por tus venas, cachorra? Y eso era algo que debía averiguar. Antes de que lo hiciera alguien con peores intenciones. El consejo no estaba muy contento con las decision de Darien de dejarse marcar en su primer reclamo.Joldar no era un lobo dado al sentimentalismo, pero esa mañana, mientras se retiraba del consejo tras la inmarcha de su hijo, no podía evitar sentir una chispa de orgullo vibrando bajo su piel. Darien, su único heredero, había encontrado a su pareja destinada. La marca en su clavícula había sido tan visible como la decisión en su voz al declararla suya ante el consejo. Y aunque había roto una de las tradiciones más antiguas al permitir ser marcado antes de su coronación, Joldar sabía que no podía exigirle más.Lo había hecho por amor. Por instinto. Por destino.—El chico está cambiando —murmuró Joldar al anciano que caminaba a su lado, uno de los dos representantes supervivientes de la antigua Sombranoche.—El vínculo lo cambia todo —respondió el anciano con sabiduría—. Y es bueno ver que no se resiste a él.—No como su abuelo... —añadió Joldar con una media sonrisa.Ambos compartieron una mirada cómplice. Aldrik, su padre, no había dicho una palabra desde que Darien salió de la sala,
El eco de la puerta del consejo aún resonaba en sus oíos cuando Darien salió al aire libre. La tensión que había sostenido su espalda recta durante toda la reunión se deslizó lentamente por su cuerpo. Respiró hondo. El aroma a tierra húmeda, a corteza quemada por la luna llena y al rastro inconfundible de su loba lo envolvieron de inmediato. Aeryn. Suya. Su marca seguía ardiendo, y con cada latido de su corazón, sentía que el lazo se fortalecía.Se frotó la cara, aún eufórico por lo que había vivido, pero también consciente de la gravedad del momento. Había irrumpido en el consejo como un huracán, orgulloso de su vínculo, mostrando la mordida que sellaba su destino. En otra situación, habría sido una victoria aclamada, una ceremonia casi sagrada. Pero no cuando la loba que lo había marcado aún no había sido reconocida oficialmente.—Mierda… —gruñó entre dientes, cruzando el claro con paso firme.Las miradas lo seguían. Algunos lo observaban con respeto, otros con sorpresa, y unos poco
Capítulo 6: Bajo la Mirada de la LunaNerysa no esperó una respuesta. Golpeó la puerta una última vez, firme, y la abrió por sí misma. No necesitaba permiso para entrar en una cabaña del territorio Lobrenhart, y mucho menos en una donde estaba su hijo.Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue el calor. No por el fuego del hogar, sino por la energi a que vibraba en el aire, espesa, cargada de deseo y vínculo recién consumado. Aeryn se había envuelto con una manta a la altura del pecho, sentada al borde de la cama. Su cabello rojo desordenado caía como llamas vivas sobre sus hombros, y la piel de su cuello brillaba ligeramente donde Darien la había marcado.Darien se incorporó rápido, sin camisa, los pectorales marcados por las uñas de ella. Pero Nerysa no apartó la vista de Aeryn.—Aeryn Thorneveil —dijo con voz clara y sin titubeos.La joven levantó la barbilla. Su mirada era firme, sin arrogancia. Fiera, pero contenida. Nerysa aprobó en silencio esa reacción.—Mi Luna —respondó A
CaelLa brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.Él no podía evitar tensar la mandíbula.La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...Ahora algo no cuadraba.Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.
Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que Aeryn fue presentada ante el consejo de Lobrenhart. Desde entonces, la vida dentro de la fortaleza había cambiado... y también lo había hecho ella. Aunque el consejo la aceptó públicamente, Aeryn había aprendido que la aprobación no era lo mismo que la confianza. Había sonrisas que ocultaban juicio, miradas que escudriñaban como cuchillas. El peso de ser la pareja del Príncipe Alfa no le otorgaba inmunidad. La vigilancia era constante. El entrenamiento, implacable. Nerysa se encargó de su formación con una mezcla de rigor y ternura que solo una Luna podía dominar. Las mañanas comenzaban con ceremonias, saludo al espíritu de la manada, estudio del árbol de linajes. Las tardes eran para aprender protocolos, tácticas diplomáticas y los símbolos sagrados. Aeryn destacaba... pero también se contenía. Guardaba silencio sobre los incendios que sentía en los huesos, sobre las pesadillas de llamas devorando lobos. También había come
La noche había sido inquieta. Después de la ceremonia del círculo de resonancia, Aeryn no pudo dormir. Aunque Darien descansaba profundamente a su lado, su cuerpo ardía con un calor extraño. Un cosquilleo comenzaba en su nuca, justo donde nacía el mechón plateado que cada luna llena acostumbraba cortar sin pensar. Esta vez no lo hizo. Lo tocó con los dedos temblorosos. Palpitaba. Vibraba como si estuviera vivo. Como si reclamara su lugar. Por primera vez en su vida, decidió no ocultarlo. Y fue ahí, abrazada a esa certeza silenciosa, que cayó en un sueño profundo y agitado. ------------------------------------------------------------------------En el sueño, era una niña sentada frente a una fogata. El calor la envolvía, pero no dolía. Una mujer, su madre adoptiva, le cortaba con suavidad el mechón plateado y le susurraba con firmeza: “Recuerda: esto debe desaparecer antes de que te vean.”Pero esta vez, Aeryn se negó. En el sueño, apartó la mano de la mujer y se levantó. El m
Capítulo 10: La Leyenda Olvidada El silencio del bosque era diferente al amanecer. No era vacío. Era solemne. Como si los árboles recordaran algo que los lobos habían olvidado. Cael permanecía de pie, la mirada clavada en el horizonte donde la primera luz filtraba entre las ramas altas. —¿Sabes por qué te traje aquí? —preguntó sin girarse. Aeryn negó con la cabeza, aunque él no la miraba. —Este lugar no está marcado en los mapas. Ni siquiera muchos del consejo conocen su ubicación exacta. Aquí descansan los que murieron en la gran purga. Antiguos líderes de Sombranoche… y otros más antiguos aún. Aeryn avanzó un paso, con respeto. —¿Tiene que ver con el fuego que vi en la ceremonia? Cael la miró entonces. Su mirada era intensa, más sombría que nunca. Pero también contenía algo extraño: orgullo. —Te contaré una historia —dijo—. Una que se susurra como mito, pero que alguna vez fue verdad. Se sentó sobre una piedra cubierta de líquenes. Aeryn lo imitó, sin apartar los ojos de é
Aeryn cayó de rodillas apenas la luz se desvaneció de su piel. La transformación la había consumido, y el fuego que la rodeaba finalmente se extinguió. Su cuerpo tembló una vez antes de desplomarse, inconsciente, sobre el manto suave de hojas húmedas del bosque. Darien no dudó. Volvió a su forma humana con un gruñido doloroso, jadeando mientras sus huesos se reajustaban, y corrió hacia ella. La tomó en brazos con cuidado, como si fuera un relicario sagrado que no debía quebrarse. Su piel estaba caliente, viva, pero su rostro sereno parecía dormir más que desmayar. El mechón plateado caía sobre su pecho, brillante aún bajo los rayos del sol que se colaban entre las ramas. Darien comenzó a caminar, con ella pegada a su pecho. Cada paso crujía sobre las hojas. El bosque se sentía más grande, más viejo, más testigo. Su mandíbula estaba tensa, la mente hirviendo. *“Mi lobo… se postró ante ella.”* *“Me marcó primero. Me domina con un gesto, con una mirada.”* *“Si alguien llega a sabe