Joldar no era un lobo dado al sentimentalismo, pero esa mañana, mientras se retiraba del consejo tras la inmarcha de su hijo, no podía evitar sentir una chispa de orgullo vibrando bajo su piel. Darien, su único heredero, había encontrado a su pareja destinada. La marca en su clavícula había sido tan visible como la decisión en su voz al declararla suya ante el consejo. Y aunque había roto una de las tradiciones más antiguas al permitir ser marcado antes de su coronación, Joldar sabía que no podía exigirle más.
Lo había hecho por amor. Por instinto. Por destino. —El chico está cambiando —murmuró Joldar al anciano que caminaba a su lado, uno de los dos representantes supervivientes de la antigua Sombranoche. —El vínculo lo cambia todo —respondió el anciano con sabiduría—. Y es bueno ver que no se resiste a él. —No como su abuelo... —añadió Joldar con una media sonrisa. Ambos compartieron una mirada cómplice. Aldrik, su padre, no había dicho una palabra desde que Darien salió de la sala, pero su rostro era una máscara de tensión contenida. Había odiado la escena, cada segundo de ella. Joldar sabía que su padre era un hombre de hierro, arraigado a las costumbres con más fuerza que cualquier roble. Los miembros de la antigua Sombranoche se disculparon por lo que hizo la loba, explicando que su manada tenía costumbres diferentes: allí, la hembra podía marcar a su macho en cualquier momento, incluso si este aún no era un Alfa coronado. Para ellos, el vínculo era sagrado y no estaba limitado por el poder jerárquico, sino por la voluntad de la Luna. De regreso en sus aposentos, Joldar se dejó caer en el sillón de piel frente al ventanal. Desde allí se podía ver la plaza central, donde las parejas recién marcadas se entrelazaban bajo la luz matinal. Había algo esperanzador en ese caos. Su manada había estado estancada por años; los vínculos estaban muriendo, las parejas destinadas no se reconocían, los nacimientos caían. Por eso la unificación con Sombranoche había sido una necesidad, no una opción. Y ya estaba dando frutos. —¿Te detuvieron mucho? —preguntó una voz suave a su espalda. Joldar alzó la mirada justo cuando su Luna, Nerysa, entraba en la estancia con una taza caliente entre las manos. Alta, de silueta elegante, con una melena de cabello negro azabache que caía como seda sobre sus hombros y ojos azul profundo que parecían ver más allá de lo evidente. Era tan hermosa como el día que la conoció, y con el paso de los años solo se había vuelto más sabia, más fuerte, más serena. —No tanto como esperaba —respondió Joldar, recibiendo la taza con una media sonrisa. Nerysa lo beso dejandolo sin aire y se sentó en su regazo sin decir nada durante un momento, observándolo con atención. Sabía lo que había ocurrido a través de su vínculo con él. Luego, con tono tranquilo pero firme, añadió: —Nuestro hijo está en llamas. ¿Eso te preocupa o te enorgullece? Joldar suspiró, dejando que el calor de la infusión se colara en sus manos. —Ambas cosas —dijo él—. Se ha dejado marcar antes de tiempo. El consejo ya empieza a moverse... Y mi viejo padre está a punto de estallar. Ella no respondió de inmediato. Se limitó a pensar, con esa sabiduría callada que la caracterizaba. Luego habló con firmeza: —Entonces será nuestra tarea asegurarnos de que no conviertan ese fuego en cenizas. Educaré a la loba reclamada, para que no cometa más errores y tu padre no tenga motivos para deshacerse de ella. Un golpe seco en la puerta los hizo incorporarse. —Adelante —ordenó Joldar. Un joven centinela entró, bajando la cabeza con respeto. —Mi señor. Hay miembros del consejo solicitando hablar con usted. En privado. —Hazlos pasar. Instantes después, tres ancianos del consejo, entre ellos el cronista oficial y el juez del tribunal interno, entraron con rostros tensos. Se sentaron frente a él sin preámbulo. —Sabemos que está feliz por su hijo —empezó el juez—. Y lo felicitamos. Pero ha surgido cierta preocupación entre los miembros más antiguos. Joldar alzó una ceja. —¿Por qué? —preguntó. —Por la loba —respondió el cronista. Joldar entrecerró los ojos. —Aeryn, ¿no? De los Thorneveil. Familia antigua, leal. Bien establecidos en su territorio. —Sí, pero... ¿qué sabemos realmente de ella? ¿De su linaje? —añadió el juez—. Nadie en Sombranoche recuerda mucho más allá de su adolescencia. Su poder, su presencia... son inusuales. —¿Están sugiriendo que no es quien dice ser? —inquirió Joldar. El cronista negó con suavidad. —Sugerimos que debería confirmarse su ascendencia. Por protocolo. No es común que una hembra marque a un heredero antes de que el consejo la acepte como Luna. Joldar se pasó una mano por el rostro. Ya sabía que eso vendría. —Darien es impulsivo, pero no es un idiota. Si la aceptó, si la reconoció... es porque su lobo lo hizo primero. El vínculo no se equivoca —defendió Joldar. —No lo dudamos. Pero usted conoce la historia. La sangre importa. Las alianzas también. No podemos permitir una elección a ciegas —insistió el juez. Joldar frunció el ceño. Sabía que tenían razón, en parte. Pero también sabía que esta "preocupación" venía del ala conservadora del consejo, probablemente incentivada por su padre, aunque no estuviera presente. —Muy bien —dijo finalmente—. Autorizo una investigación formal. Pero discreta. No quiero que esto llegue a Darien. Ni a ella. Los ancianos asintieron y se retiraron en silencio. Joldar quedó solo de nuevo, observando el bosque en la distancia. No podía negar que algo se agitaba en su interior. Una sensación vieja, como un presentimiento enterrado. Había visto muchas cosas en su vida, pero nunca había visto a su hijo tan... entregado. Cegado. —Por favor, que sea solo un protocolo más... —murmuró. Porque si no lo era, y si Aeryn escondía algo... ...la manada podría romperse antes de que Darien tomara el trono. Nerysa se acercó a él desde la ventana. Lo miró con decisión y sus palabras rompieron el silencio con la fuerza de un decreto: —Es hora de que conozca a Aeryn personalmente. Como Luna de esta manada, y madre del heredero... es mi deber saber quién es la loba que lo ha reclamado. Y si está preparada para lo que viene.El eco de la puerta del consejo aún resonaba en sus oíos cuando Darien salió al aire libre. La tensión que había sostenido su espalda recta durante toda la reunión se deslizó lentamente por su cuerpo. Respiró hondo. El aroma a tierra húmeda, a corteza quemada por la luna llena y al rastro inconfundible de su loba lo envolvieron de inmediato. Aeryn. Suya. Su marca seguía ardiendo, y con cada latido de su corazón, sentía que el lazo se fortalecía.Se frotó la cara, aún eufórico por lo que había vivido, pero también consciente de la gravedad del momento. Había irrumpido en el consejo como un huracán, orgulloso de su vínculo, mostrando la mordida que sellaba su destino. En otra situación, habría sido una victoria aclamada, una ceremonia casi sagrada. Pero no cuando la loba que lo había marcado aún no había sido reconocida oficialmente.—Mierda… —gruñó entre dientes, cruzando el claro con paso firme.Las miradas lo seguían. Algunos lo observaban con respeto, otros con sorpresa, y unos poco
Capítulo 6: Bajo la Mirada de la LunaNerysa no esperó una respuesta. Golpeó la puerta una última vez, firme, y la abrió por sí misma. No necesitaba permiso para entrar en una cabaña del territorio Lobrenhart, y mucho menos en una donde estaba su hijo.Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue el calor. No por el fuego del hogar, sino por la energi a que vibraba en el aire, espesa, cargada de deseo y vínculo recién consumado. Aeryn se había envuelto con una manta a la altura del pecho, sentada al borde de la cama. Su cabello rojo desordenado caía como llamas vivas sobre sus hombros, y la piel de su cuello brillaba ligeramente donde Darien la había marcado.Darien se incorporó rápido, sin camisa, los pectorales marcados por las uñas de ella. Pero Nerysa no apartó la vista de Aeryn.—Aeryn Thorneveil —dijo con voz clara y sin titubeos.La joven levantó la barbilla. Su mirada era firme, sin arrogancia. Fiera, pero contenida. Nerysa aprobó en silencio esa reacción.—Mi Luna —respondó A
CaelLa brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.Él no podía evitar tensar la mandíbula.La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...Ahora algo no cuadraba.Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.
Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que Aeryn fue presentada ante el consejo de Lobrenhart. Desde entonces, la vida dentro de la fortaleza había cambiado... y también lo había hecho ella. Aunque el consejo la aceptó públicamente, Aeryn había aprendido que la aprobación no era lo mismo que la confianza. Había sonrisas que ocultaban juicio, miradas que escudriñaban como cuchillas. El peso de ser la pareja del Príncipe Alfa no le otorgaba inmunidad. La vigilancia era constante. El entrenamiento, implacable. Nerysa se encargó de su formación con una mezcla de rigor y ternura que solo una Luna podía dominar. Las mañanas comenzaban con ceremonias, saludo al espíritu de la manada, estudio del árbol de linajes. Las tardes eran para aprender protocolos, tácticas diplomáticas y los símbolos sagrados. Aeryn destacaba... pero también se contenía. Guardaba silencio sobre los incendios que sentía en los huesos, sobre las pesadillas de llamas devorando lobos. También había come
La noche había sido inquieta. Después de la ceremonia del círculo de resonancia, Aeryn no pudo dormir. Aunque Darien descansaba profundamente a su lado, su cuerpo ardía con un calor extraño. Un cosquilleo comenzaba en su nuca, justo donde nacía el mechón plateado que cada luna llena acostumbraba cortar sin pensar. Esta vez no lo hizo. Lo tocó con los dedos temblorosos. Palpitaba. Vibraba como si estuviera vivo. Como si reclamara su lugar. Por primera vez en su vida, decidió no ocultarlo. Y fue ahí, abrazada a esa certeza silenciosa, que cayó en un sueño profundo y agitado. ------------------------------------------------------------------------En el sueño, era una niña sentada frente a una fogata. El calor la envolvía, pero no dolía. Una mujer, su madre adoptiva, le cortaba con suavidad el mechón plateado y le susurraba con firmeza: “Recuerda: esto debe desaparecer antes de que te vean.”Pero esta vez, Aeryn se negó. En el sueño, apartó la mano de la mujer y se levantó. El m
Capítulo 10: La Leyenda Olvidada El silencio del bosque era diferente al amanecer. No era vacío. Era solemne. Como si los árboles recordaran algo que los lobos habían olvidado. Cael permanecía de pie, la mirada clavada en el horizonte donde la primera luz filtraba entre las ramas altas. —¿Sabes por qué te traje aquí? —preguntó sin girarse. Aeryn negó con la cabeza, aunque él no la miraba. —Este lugar no está marcado en los mapas. Ni siquiera muchos del consejo conocen su ubicación exacta. Aquí descansan los que murieron en la gran purga. Antiguos líderes de Sombranoche… y otros más antiguos aún. Aeryn avanzó un paso, con respeto. —¿Tiene que ver con el fuego que vi en la ceremonia? Cael la miró entonces. Su mirada era intensa, más sombría que nunca. Pero también contenía algo extraño: orgullo. —Te contaré una historia —dijo—. Una que se susurra como mito, pero que alguna vez fue verdad. Se sentó sobre una piedra cubierta de líquenes. Aeryn lo imitó, sin apartar los ojos de é
Aeryn cayó de rodillas apenas la luz se desvaneció de su piel. La transformación la había consumido, y el fuego que la rodeaba finalmente se extinguió. Su cuerpo tembló una vez antes de desplomarse, inconsciente, sobre el manto suave de hojas húmedas del bosque. Darien no dudó. Volvió a su forma humana con un gruñido doloroso, jadeando mientras sus huesos se reajustaban, y corrió hacia ella. La tomó en brazos con cuidado, como si fuera un relicario sagrado que no debía quebrarse. Su piel estaba caliente, viva, pero su rostro sereno parecía dormir más que desmayar. El mechón plateado caía sobre su pecho, brillante aún bajo los rayos del sol que se colaban entre las ramas. Darien comenzó a caminar, con ella pegada a su pecho. Cada paso crujía sobre las hojas. El bosque se sentía más grande, más viejo, más testigo. Su mandíbula estaba tensa, la mente hirviendo. *“Mi lobo… se postró ante ella.”* *“Me marcó primero. Me domina con un gesto, con una mirada.”* *“Si alguien llega a sabe
Flashback Joldar El olor a madera quemada y sangre que había esa noche que regreso a la manada aún parecía persistir en el aire, aunque habían pasado veintitrés años. Fue llamado con urgencia tras la repentina muerte de su tío Caelum, Alfa de la manada. Él había pasado los últimos 7 años en Sombravelo, entrenando con guerreros sabios, lejos de las intrigas del consejo, del frío palacio de piedra, y del peso que siempre colgaba sobre su apellido. Nunca esperó convertirse en Alfa. La noche en que recibió la noticia, estaba sentado frente a una fogata con Nerysa que tenia al pequeño Darien de un año entre sus brazos. El tenia 19 y ella 18. Ella tomó su mano, intentando mitigar el silencio que lo envolvió tras recibir la carta sellada con el emblema familiar. —Tu tío ha muerto —dijo, con la voz quebrada—. Y tu padre... no ha reclamado el título. —Lo se —Joldar frunció el ceño—. ¿Por qué no lo haría? Nadie supo darle una explicación clara. En su regreso, solo encontró frases va