Capítulo 4: Rumores bajo la Luna

Joldar no era un lobo dado al sentimentalismo, pero esa mañana, mientras se retiraba del consejo tras la inmarcha de su hijo, no podía evitar sentir una chispa de orgullo vibrando bajo su piel. Darien, su único heredero, había encontrado a su pareja destinada. La marca en su clavícula había sido tan visible como la decisión en su voz al declararla suya ante el consejo. Y aunque había roto una de las tradiciones más antiguas al permitir ser marcado antes de su coronación, Joldar sabía que no podía exigirle más.

Lo había hecho por amor. Por instinto. Por destino.

—El chico está cambiando —murmuró Joldar al anciano que caminaba a su lado, uno de los dos representantes supervivientes de la antigua Sombranoche.

—El vínculo lo cambia todo —respondió el anciano con sabiduría—. Y es bueno ver que no se resiste a él.

—No como su abuelo... —añadió Joldar con una media sonrisa.

Ambos compartieron una mirada cómplice. Aldrik, su padre, no había dicho una palabra desde que Darien salió de la sala, pero su rostro era una máscara de tensión contenida. Había odiado la escena, cada segundo de ella. Joldar sabía que su padre era un hombre de hierro, arraigado a las costumbres con más fuerza que cualquier roble.

Los miembros de la antigua Sombranoche se disculparon por lo que hizo la loba, explicando que su manada tenía costumbres diferentes: allí, la hembra podía marcar a su macho en cualquier momento, incluso si este aún no era un Alfa coronado. Para ellos, el vínculo era sagrado y no estaba limitado por el poder jerárquico, sino por la voluntad de la Luna.

De regreso en sus aposentos, Joldar se dejó caer en el sillón de piel frente al ventanal. Desde allí se podía ver la plaza central, donde las parejas recién marcadas se entrelazaban bajo la luz matinal. Había algo esperanzador en ese caos. Su manada había estado estancada por años; los vínculos estaban muriendo, las parejas destinadas no se reconocían, los nacimientos caían. Por eso la unificación con Sombranoche había sido una necesidad, no una opción.

Y ya estaba dando frutos.

—¿Te detuvieron mucho? —preguntó una voz suave a su espalda.

Joldar alzó la mirada justo cuando su Luna, Nerysa, entraba en la estancia con una taza caliente entre las manos. Alta, de silueta elegante, con una melena de cabello negro azabache que caía como seda sobre sus hombros y ojos azul profundo que parecían ver más allá de lo evidente. Era tan hermosa como el día que la conoció, y con el paso de los años solo se había vuelto más sabia, más fuerte, más serena.

—No tanto como esperaba —respondió Joldar, recibiendo la taza con una media sonrisa.

Nerysa lo beso dejandolo sin aire y se sentó en su regazo sin decir nada durante un momento, observándolo con atención. Sabía lo que había ocurrido a través de su vínculo con él. Luego, con tono tranquilo pero firme, añadió:

—Nuestro hijo está en llamas. ¿Eso te preocupa o te enorgullece?

Joldar suspiró, dejando que el calor de la infusión se colara en sus manos.

—Ambas cosas —dijo él—. Se ha dejado marcar antes de tiempo. El consejo ya empieza a moverse... Y mi viejo padre está a punto de estallar.

Ella no respondió de inmediato. Se limitó a pensar, con esa sabiduría callada que la caracterizaba. Luego habló con firmeza:

—Entonces será nuestra tarea asegurarnos de que no conviertan ese fuego en cenizas. Educaré a la loba reclamada, para que no cometa más errores y tu padre no tenga motivos para deshacerse de ella.

Un golpe seco en la puerta los hizo incorporarse.

—Adelante —ordenó Joldar.

Un joven centinela entró, bajando la cabeza con respeto.

—Mi señor. Hay miembros del consejo solicitando hablar con usted. En privado.

—Hazlos pasar.

Instantes después, tres ancianos del consejo, entre ellos el cronista oficial y el juez del tribunal interno, entraron con rostros tensos. Se sentaron frente a él sin preámbulo.

—Sabemos que está feliz por su hijo —empezó el juez—. Y lo felicitamos. Pero ha surgido cierta preocupación entre los miembros más antiguos.

Joldar alzó una ceja.

—¿Por qué? —preguntó.

—Por la loba —respondió el cronista.

Joldar entrecerró los ojos.

—Aeryn, ¿no? De los Thorneveil. Familia antigua, leal. Bien establecidos en su territorio.

—Sí, pero... ¿qué sabemos realmente de ella? ¿De su linaje? —añadió el juez—. Nadie en Sombranoche recuerda mucho más allá de su adolescencia. Su poder, su presencia... son inusuales.

—¿Están sugiriendo que no es quien dice ser? —inquirió Joldar.

El cronista negó con suavidad.

—Sugerimos que debería confirmarse su ascendencia. Por protocolo. No es común que una hembra marque a un heredero antes de que el consejo la acepte como Luna.

Joldar se pasó una mano por el rostro. Ya sabía que eso vendría.

—Darien es impulsivo, pero no es un idiota. Si la aceptó, si la reconoció... es porque su lobo lo hizo primero. El vínculo no se equivoca —defendió Joldar.

—No lo dudamos. Pero usted conoce la historia. La sangre importa. Las alianzas también. No podemos permitir una elección a ciegas —insistió el juez.

Joldar frunció el ceño. Sabía que tenían razón, en parte. Pero también sabía que esta "preocupación" venía del ala conservadora del consejo, probablemente incentivada por su padre, aunque no estuviera presente.

—Muy bien —dijo finalmente—. Autorizo una investigación formal. Pero discreta. No quiero que esto llegue a Darien. Ni a ella.

Los ancianos asintieron y se retiraron en silencio.

Joldar quedó solo de nuevo, observando el bosque en la distancia.

No podía negar que algo se agitaba en su interior. Una sensación vieja, como un presentimiento enterrado. Había visto muchas cosas en su vida, pero nunca había visto a su hijo tan... entregado. Cegado.

—Por favor, que sea solo un protocolo más... —murmuró.

Porque si no lo era, y si Aeryn escondía algo...

...la manada podría romperse antes de que Darien tomara el trono.

Nerysa se acercó a él desde la ventana. Lo miró con decisión y sus palabras rompieron el silencio con la fuerza de un decreto:

—Es hora de que conozca a Aeryn personalmente. Como Luna de esta manada, y madre del heredero... es mi deber saber quién es la loba que lo ha reclamado. Y si está preparada para lo que viene.

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