La noche envolvía la Torre Sombría en un silencio pesado, interrumpido apenas por el rumor lejano del viento entre los árboles y el crujir ocasional de las piedras viejas. La fortaleza dormía, pero Darien no. No podía.
Cada paso que daba por los pasillos vacíos lo acercaba a ella. A su loba. A su perdición y su redención. Su corazón latía con fuerza, no solo por la carrera que acababa de realizar, sino por la carga que llevaba en el pecho desde que la encerró.
Cuando llegó frente a la pesada puerta custodiada por dos guerreros, les sostuvo la mirada con firmeza. Ellos dudaron un instante, pero no se atrevieron a detenerlo. Uno de ellos bajó la vista y le entregó la llave.
Darien entró.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se colaba por la ventana alta. Aeryn estaba de pie, junto a la pared, como si hubiera sentido su llegada desde antes.
No dijo nada al principio. Solo lo observó.
Él se detuvo a pocos pasos de ella. Tragó saliva. El vínculo vibrab