El calabozo bajo el bastión principal olía a hierro oxidado, sudor y tierra húmeda. Las antorchas crepitaban con pereza mientras Nerysa y Cael descendían las escaleras de piedra. El silencio se espesaba a su alrededor, como si la fortaleza supiera que algo oscuro estaba en juego.
Frente a ellos, alineados y esposados, estaban Marrek y los guerreros implicados en el ataque a Aeryn. Ninguno bajó la mirada. Marrek, en particular, mantenía la cabeza en alto, el mentón tenso y los labios sellados con arrogancia apenas contenida.
—Queremos respuestas —dijo Cael sin rodeos—. ¿Quién les ordenó atacar a Aeryn?
—Fue una pelea —respondió uno de los guerreros—. Ella provocó la situación con su poder. Nosotros solo respondimos.
—¿Con todos a la vez? —intervino Nerysa, con tono firme, cruzando los brazos—. ¿Y justo cuando estaba aislada, frente a otros guerreros que presenciaron la escena? Lo que ustedes hicieron… no tiene nada de una pelea de entrenamiento, y lo saben.—
Nadie respondió.
Cael camin