La cena era sencilla, pero sustanciosa. Sobre la mesa humeaban cazuelas de estofado de cordero con raíces tiernas y especias silvestres, pan recién horneado con mantequilla de ajo, y una ensalada tibia de granos, nueces y hojas de luna. Al centro, una infusión de frutos rojos con miel dorada brillaba en una jarra de barro, llenando la cabaña de un aroma cálido y reconfortante.
Nerysa lo había preparado todo con sus propias manos. No por deber, sino porque algo en su interior le decía que esa noche… debía recordarse..
Cael bebía en silencio, la espalda recta y los ojos clavados en la llama de la chimenea. No había dicho nada desde que Sareth anunció que tenía algo más que entregar. Algo solo para él.
Cuando por fin el silencio fue más pesado que las palabras no dichas, Sareth deslizó el pequeño pergamino sellado con cera roja hacia el centro de la mesa. No lo colocó frente a Cael… sino entre él y Nerysa.
—Esto no fue escrito para el consejo —dijo con voz baja—. Solo para ti, Cael F