El sonido de los gritos aún no se había apagado del todo. Afuera, en la aldea de Tharamor, las llamas devoraban las chozas mientras los pocos sobrevivientes corrían, suplicaban o ardían.
Dentro de la tienda de campaña más grande, los gemidos eran de otra clase.
Brelkha Nohr, semi reclinado sobre su trono improvisado de pieles, apenas parpadeaba mientras una loba de su escuadrón —de cabello sucio, ojos vacíos y rodillas marcadas de sumisión— lo complacía con devoción feroz. Él no la miraba. No la necesitaba. No había ternura, ni siquiera deseo. Solo el eco de un recuerdo más intenso que cualquier cuerpo.
Sus ojos estaban fijos en el fuego que ardía en el brasero.
La visión lo arrastró al pasado… a una noche aún más gloriosa.
La Noche del Silencio Rojo.
El santuario Ignarossa lloraba fuego. Él mismo había lanzado las primeras antorchas, liderando a la élite enviada por Aldrik. Los cánticos lunares fueron silenciados por el crujir de huesos rotos. Mujeres, niños, ancianos: todos pu