La sala del consejo de Lobrenhart volvía a llenarse, aunque ya no con el mismo peso de antaño. Las decisiones fluían sin fuerza. Las voces discutían sin rugir. Cael presidía la mesa central con la frente tensa, atendiendo a temas de vigilancia y organización interna. A su derecha, Nerysa tomaba notas sin intervenir demasiado.
Y en la esquina más sombría, como un espectro sin mandato, Aldrik Lobrenhart observaba. Nadie lo expulsaba… pero tampoco lo consultaban. Sus ojos lo decían todo: él aún se creía dueño de esa sala.
El debate giraba en círculos. Sobre rutas bloqueadas. Sobre escasez de algunos recursos. Sobre la cada vez más notoria desmoralización del pueblo.
—Están perdiendo fe —dijo una voz—. No en la manada… sino en sus líderes.
—No es falta de liderazgo —respondió Cael con firmeza—. Es que el Alfa no está. Y todos sienten su ausencia como un cráter.
Aldrik sonrió para sí.
—Entonces el cráter debería llenarse con otro Alfa —musitó, apenas audible.
—¿Qué dijiste? —pregun