El fuego de la leyenda ardía por todo el territorio.
Desde las montañas heladas de Arkhaem hasta las selvas nubladas de Merethal, los rumores corrían como brasas encendidas en la corteza del mundo. Una loba de pelaje rojo y un mechón plateado, marcada por la luna y el fuego, había juzgado a una traidora en medio de un pueblo que la aclamaba. Decían que las llamas no la consumían, que purificaban con justicia. Que su nombre real no era Aeryn Thorneveil. Era Nyrea Ignarossa.
La Llama Sagrada.
La Luna Caída que se volvió Alfa.
Brumavelo se había transformado en un bastión. Y la noticia había prendido incluso en los rincones más olvidados.
Uno de ellos era Vyrden, una manada guerrera enclavada en una tierra de vientos perpetuos y planicies eternas, al oeste de las Tierras Oscuras. Su líder, Kaelrik, había escuchado los ecos de la loba roja desde las gargantas de los viajeros, de los mercaderes, de los viejos aliados que hablaban de renacer, de fuego, de juicios... y de guerra.