Aeryn despertó lentamente, como quien regresa de un sueño profundo y enredado. Su cuerpo se sentía pesado, pero no herido. Solo exhausto. El calor de las mantas le cubría la piel, y el murmullo lejano de voces masculinas la ancló al presente.
Parpadeó. Las vigas de su techo. El perfume de su hogar. Y el fuego suave crepitando en la chimenea. Estaba en Brumavelo.
Intentó incorporarse, pero una punzada en el vientre la detuvo. Se llevó una mano al estómago, y fue entonces que lo sintió: un calor distinto. Vivo. No dolor… sino algo pulsante. Interior.
Sareth se acercó primero. —Estás bien. Estás a salvo.
Valzrum se mantenía en la sombra, en silencio.
Aeryn los miró a ambos, la respiración entrecortada.
—¿Qué… me pasó?
Sareth vaciló. Fue Valzrum quien dio un paso al frente.
—Te desmayaste al llegar a la plaza. Tu energía estaba alterada desde antes. La Llama te exigió más de lo que sabías. Pero también descubrimos… otra razón.
Aeryn alzó la vista, tensa.
—¿Qué razón?
Valzrum se