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Capitulo 5 -El Despertar del Instinto

El eco de la puerta del consejo aún resonaba en sus oíos cuando Darien salió al aire libre. La tensión que había sostenido su espalda recta durante toda la reunión se deslizó lentamente por su cuerpo. Respiró hondo. El aroma a tierra húmeda, a corteza quemada por la luna llena y al rastro inconfundible de su loba lo envolvieron de inmediato. Aeryn. Suya. Su marca seguía ardiendo, y con cada latido de su corazón, sentía que el lazo se fortalecía.

Se frotó la cara, aún eufórico por lo que había vivido, pero también consciente de la gravedad del momento. Había irrumpido en el consejo como un huracán, orgulloso de su vínculo, mostrando la mordida que sellaba su destino. En otra situación, habría sido una victoria aclamada, una ceremonia casi sagrada. Pero no cuando la loba que lo había marcado aún no había sido reconocida oficialmente.

—Mierda… —gruñó entre dientes, cruzando el claro con paso firme.

Las miradas lo seguían. Algunos lo observaban con respeto, otros con sorpresa, y unos pocos, con desaprobación apenas disimulada. Era el Príncipe Alfa, pero más que eso ahora. Era un lobo reclamado.

Caminó directo hacia la parte este del territorio, donde se encontraba la cabaña que había ocupado por costumbre desde que tomó su rol como futuro Alfa. No sabía si Aeryn seguiría allí, pero una parte de él la sentía cerca. Gracias al vínculo, podía percibir su ubicación con solo cerrar los ojos. No necesitaba verla para saber que estaba cerca; su esencia vibraba en el aire como una nota aguda que su lobo podía seguir con los ojos cerrados.

—Que estés allí... —murmuró.

Antes de llegar, una figura conocida se interpuso en su camino. Era Cael, el beta de Sombranoche, un hombre al que había respetado desde el día en que sus manadas se unieron.

—Principe Alfa- saludó Cael con formalidad, aunque su mirada era cauta.

—Cael —respondió Darien, sin detenerse del todo—. ¿Ha pasado algo?

—Solo quería saber si tienes un momento para hablar.

Darien frunció el ceño, pero asintió.

Cael se acercó unos pasos más. Lo observó con seriedad, luego deslizó la mirada hacia la marca visible en su cuello.

—Aeryn… es importante para ti.

Darien lo miró fijamente.

—Ella es mía. No hay discusión.

Cael bajó un poco la cabeza, como si considerara sus palabras cuidadosamente.

—No vengo a discutirlo. Solo a advertirte que hay quienes están haciendo preguntas. Sobre ella. Sobre su origen.

El ceño de Darien se profundizó.

—¿A qué te refieres?

—No todos conocen a Aeryn como yo. Y lo que no se conoce, se teme. Ya sabes cómo funciona esta manada.

Darien se mantuvo en silencio por unos segundos.

—Gracias por el aviso. Pero si alguien se atreve a levantar una amenaza contra ella... yo mismo me encargaré.

Cael lo sostuvo con la mirada y luego asintió.

—Solo asegúrate de estar preparado. Esto apenas comienza.

Con eso, se dio la vuelta y se perdió entre las sombras del bosque.

Darien reanudó el paso, la sangre palpitando con furia bajo la piel. Finalmente, llegó a la cabaña. Empujó la puerta con fuerza, y al cruzarla, sus ojos encontraron los de ella.

Aeryn estaba junto a la ventana, con una de sus camisas puesta, su cabello rojo suelto cayendo en ondas por la espalda. Sus ojos azules se abrieron un poco al verlo, pero no dijo nada.

Él cruzó el umbral en dos pasos y la envolvió entre sus brazos.

—Te extrañé —susurró contra su cuello.

Ella le devolvió el abrazo con fuerza, con pasión, con hambre.

Darien la miró a los ojos, y sin soltarla, dijo:

—Tenemos que prepararnos, mi loba. Porque no todos están felices por nuestro lazo. Pero yo lo estoy. Y te protegeré. Con mi vida, si hace falta.

Aeryn lo besó, lenta y ferozmente.

—Entonces que vengan —murmuró ella.

Porque ambos sabían que la calma de esa mañana no duraría mucho más.

Darien la levantó entre sus brazos sin esfuerzo y la llevó a la cama como si fuera algo que había esperado desde que la dejó esa madrugada. La recostó con cuidado, sus labios recorriendo su piel con devoción y hambre contenida. Aeryn gimió al sentir sus manos deslizándose por su cintura, acariciándola como si necesitara memorizarla.

Su cuerpo reaccionó al suyo como si fueran uno solo. Se fundieron sin palabras, con una urgencia que brotaba de algo más profundo que el deseo. Era necesidad. Era vínculo. Era destino.

Aeryn arqueó la espalda cuando Darien chupo su coño con anhelo, pero necesitaba mas de ella la llenó con su hombria era grande y dura como el acero, sus cuerpos sincronizados en una danza primitiva que ambos conocían sin haberla aprendido, sus lobos aullaban de jubilo. Él gruñía su nombre contra su piel, y ella lo marcaba con uñas y jadeos. Cada embestida era una promesa, un grito de posesión, un ritual sellado bajo la bendición de la Luna.

Pero justo cuando estaban alcanzando el clímax, un golpe seco retumbó en la puerta.

Ambos se congelaron.

—Darien —dijo una voz femenina al otro lado—. Soy tu madre. Necesito hablar contigo. Es urgente.

Él gruñó con frustración, su frente apoyada en el cuello de Aeryn.

—¿Ahora? —susurró Aeryn con una sonrisa entrecortada.

—Sí —respondió él en voz baja, besándola una vez más antes de apartarse a regañadientes, salirse de su perfecto coño humedo y caliente era una tortura—. Mi madre es implacable.

Aeryn arqueó una ceja, aún sin aliento.

—Darien —insistió Nerysa desde fuera, su tono firme e impaciente—. Es hora de que conozca a tu loba Aeryn.

—¿Cómo es que ya sabe mi nombre? —preguntó en voz baja.

Darien se dejó caer a su lado con una sonrisa amarga.

—En esta manada, las informaciones vuelan más rápido que el viento. Y Nerysa... siempre se entera de todo.

Aeryn y Darien intercambiaron una mirada cargada de tensión y sorpresa. El verdadero juicio… acababa de comenzar.

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Detrás de la puerta, Nerysa esperaba de pie, inmutable. Su porte era majestuoso incluso en lo simple: túnica azul oscura de lino suave, tre

su cabello negro cayendo sobre sus hombros y los ojos azul glaciar fijos en la entrada de la cabaña. Su expresión era serena, pero su mirada cortaba como filo de plata.

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