El eco de la puerta del consejo aún resonaba en sus oíos cuando Darien salió al aire libre. La tensión que había sostenido su espalda recta durante toda la reunión se deslizó lentamente por su cuerpo. Respiró hondo. El aroma a tierra húmeda, a corteza quemada por la luna llena y al rastro inconfundible de su loba lo envolvieron de inmediato. Aeryn. Suya. Su marca seguía ardiendo, y con cada latido de su corazón, sentía que el lazo se fortalecía.
Se frotó la cara, aún eufórico por lo que había vivido, pero también consciente de la gravedad del momento. Había irrumpido en el consejo como un huracán, orgulloso de su vínculo, mostrando la mordida que sellaba su destino. En otra situación, habría sido una victoria aclamada, una ceremonia casi sagrada. Pero no cuando la loba que lo había marcado aún no había sido reconocida oficialmente. —Mierda… —gruñó entre dientes, cruzando el claro con paso firme. Las miradas lo seguían. Algunos lo observaban con respeto, otros con sorpresa, y unos pocos, con desaprobación apenas disimulada. Era el Príncipe Alfa, pero más que eso ahora. Era un lobo reclamado. Caminó directo hacia la parte este del territorio, donde se encontraba la cabaña que había ocupado por costumbre desde que tomó su rol como futuro Alfa. No sabía si Aeryn seguiría allí, pero una parte de él la sentía cerca. Gracias al vínculo, podía percibir su ubicación con solo cerrar los ojos. No necesitaba verla para saber que estaba cerca; su esencia vibraba en el aire como una nota aguda que su lobo podía seguir con los ojos cerrados. —Que estés allí... —murmuró. Antes de llegar, una figura conocida se interpuso en su camino. Era Cael, el beta de Sombranoche, un hombre al que había respetado desde el día en que sus manadas se unieron. —Principe Alfa- saludó Cael con formalidad, aunque su mirada era cauta. —Cael —respondió Darien, sin detenerse del todo—. ¿Ha pasado algo? —Solo quería saber si tienes un momento para hablar. Darien frunció el ceño, pero asintió. Cael se acercó unos pasos más. Lo observó con seriedad, luego deslizó la mirada hacia la marca visible en su cuello. —Aeryn… es importante para ti. Darien lo miró fijamente. —Ella es mía. No hay discusión. Cael bajó un poco la cabeza, como si considerara sus palabras cuidadosamente. —No vengo a discutirlo. Solo a advertirte que hay quienes están haciendo preguntas. Sobre ella. Sobre su origen. El ceño de Darien se profundizó. —¿A qué te refieres? —No todos conocen a Aeryn como yo. Y lo que no se conoce, se teme. Ya sabes cómo funciona esta manada. Darien se mantuvo en silencio por unos segundos. —Gracias por el aviso. Pero si alguien se atreve a levantar una amenaza contra ella... yo mismo me encargaré. Cael lo sostuvo con la mirada y luego asintió. —Solo asegúrate de estar preparado. Esto apenas comienza. Con eso, se dio la vuelta y se perdió entre las sombras del bosque. Darien reanudó el paso, la sangre palpitando con furia bajo la piel. Finalmente, llegó a la cabaña. Empujó la puerta con fuerza, y al cruzarla, sus ojos encontraron los de ella. Aeryn estaba junto a la ventana, con una de sus camisas puesta, su cabello rojo suelto cayendo en ondas por la espalda. Sus ojos azules se abrieron un poco al verlo, pero no dijo nada. Él cruzó el umbral en dos pasos y la envolvió entre sus brazos. —Te extrañé —susurró contra su cuello. Ella le devolvió el abrazo con fuerza, con pasión, con hambre. Darien la miró a los ojos, y sin soltarla, dijo: —Tenemos que prepararnos, mi loba. Porque no todos están felices por nuestro lazo. Pero yo lo estoy. Y te protegeré. Con mi vida, si hace falta. Aeryn lo besó, lenta y ferozmente. —Entonces que vengan —murmuró ella. Porque ambos sabían que la calma de esa mañana no duraría mucho más. Darien la levantó entre sus brazos sin esfuerzo y la llevó a la cama como si fuera algo que había esperado desde que la dejó esa madrugada. La recostó con cuidado, sus labios recorriendo su piel con devoción y hambre contenida. Aeryn gimió al sentir sus manos deslizándose por su cintura, acariciándola como si necesitara memorizarla. Su cuerpo reaccionó al suyo como si fueran uno solo. Se fundieron sin palabras, con una urgencia que brotaba de algo más profundo que el deseo. Era necesidad. Era vínculo. Era destino. Aeryn arqueó la espalda cuando Darien chupo su coño con anhelo, pero necesitaba mas de ella la llenó con su hombria era grande y dura como el acero, sus cuerpos sincronizados en una danza primitiva que ambos conocían sin haberla aprendido, sus lobos aullaban de jubilo. Él gruñía su nombre contra su piel, y ella lo marcaba con uñas y jadeos. Cada embestida era una promesa, un grito de posesión, un ritual sellado bajo la bendición de la Luna. Pero justo cuando estaban alcanzando el clímax, un golpe seco retumbó en la puerta. Ambos se congelaron. —Darien —dijo una voz femenina al otro lado—. Soy tu madre. Necesito hablar contigo. Es urgente. Él gruñó con frustración, su frente apoyada en el cuello de Aeryn. —¿Ahora? —susurró Aeryn con una sonrisa entrecortada. —Sí —respondió él en voz baja, besándola una vez más antes de apartarse a regañadientes, salirse de su perfecto coño humedo y caliente era una tortura—. Mi madre es implacable. Aeryn arqueó una ceja, aún sin aliento. —Darien —insistió Nerysa desde fuera, su tono firme e impaciente—. Es hora de que conozca a tu loba Aeryn. —¿Cómo es que ya sabe mi nombre? —preguntó en voz baja. Darien se dejó caer a su lado con una sonrisa amarga. —En esta manada, las informaciones vuelan más rápido que el viento. Y Nerysa... siempre se entera de todo. Aeryn y Darien intercambiaron una mirada cargada de tensión y sorpresa. El verdadero juicio… acababa de comenzar. --------------------------------------------------------------------------- Detrás de la puerta, Nerysa esperaba de pie, inmutable. Su porte era majestuoso incluso en lo simple: túnica azul oscura de lino suave, tre su cabello negro cayendo sobre sus hombros y los ojos azul glaciar fijos en la entrada de la cabaña. Su expresión era serena, pero su mirada cortaba como filo de plata.Capítulo 6: Bajo la Mirada de la LunaNerysa no esperó una respuesta. Golpeó la puerta una última vez, firme, y la abrió por sí misma. No necesitaba permiso para entrar en una cabaña del territorio Lobrenhart, y mucho menos en una donde estaba su hijo.Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue el calor. No por el fuego del hogar, sino por la energi a que vibraba en el aire, espesa, cargada de deseo y vínculo recién consumado. Aeryn se había envuelto con una manta a la altura del pecho, sentada al borde de la cama. Su cabello rojo desordenado caía como llamas vivas sobre sus hombros, y la piel de su cuello brillaba ligeramente donde Darien la había marcado.Darien se incorporó rápido, sin camisa, los pectorales marcados por las uñas de ella. Pero Nerysa no apartó la vista de Aeryn.—Aeryn Thorneveil —dijo con voz clara y sin titubeos.La joven levantó la barbilla. Su mirada era firme, sin arrogancia. Fiera, pero contenida. Nerysa aprobó en silencio esa reacción.—Mi Luna —respondó A
CaelLa brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.Él no podía evitar tensar la mandíbula.La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...Ahora algo no cuadraba.Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.
Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que Aeryn fue presentada ante el consejo de Lobrenhart. Desde entonces, la vida dentro de la fortaleza había cambiado... y también lo había hecho ella. Aunque el consejo la aceptó públicamente, Aeryn había aprendido que la aprobación no era lo mismo que la confianza. Había sonrisas que ocultaban juicio, miradas que escudriñaban como cuchillas. El peso de ser la pareja del Príncipe Alfa no le otorgaba inmunidad. La vigilancia era constante. El entrenamiento, implacable. Nerysa se encargó de su formación con una mezcla de rigor y ternura que solo una Luna podía dominar. Las mañanas comenzaban con ceremonias, saludo al espíritu de la manada, estudio del árbol de linajes. Las tardes eran para aprender protocolos, tácticas diplomáticas y los símbolos sagrados. Aeryn destacaba... pero también se contenía. Guardaba silencio sobre los incendios que sentía en los huesos, sobre las pesadillas de llamas devorando lobos. También había come
La noche había sido inquieta. Después de la ceremonia del círculo de resonancia, Aeryn no pudo dormir. Aunque Darien descansaba profundamente a su lado, su cuerpo ardía con un calor extraño. Un cosquilleo comenzaba en su nuca, justo donde nacía el mechón plateado que cada luna llena acostumbraba cortar sin pensar. Esta vez no lo hizo. Lo tocó con los dedos temblorosos. Palpitaba. Vibraba como si estuviera vivo. Como si reclamara su lugar. Por primera vez en su vida, decidió no ocultarlo. Y fue ahí, abrazada a esa certeza silenciosa, que cayó en un sueño profundo y agitado. ------------------------------------------------------------------------En el sueño, era una niña sentada frente a una fogata. El calor la envolvía, pero no dolía. Una mujer, su madre adoptiva, le cortaba con suavidad el mechón plateado y le susurraba con firmeza: “Recuerda: esto debe desaparecer antes de que te vean.”Pero esta vez, Aeryn se negó. En el sueño, apartó la mano de la mujer y se levantó. El m
Capítulo 10: La Leyenda Olvidada El silencio del bosque era diferente al amanecer. No era vacío. Era solemne. Como si los árboles recordaran algo que los lobos habían olvidado. Cael permanecía de pie, la mirada clavada en el horizonte donde la primera luz filtraba entre las ramas altas. —¿Sabes por qué te traje aquí? —preguntó sin girarse. Aeryn negó con la cabeza, aunque él no la miraba. —Este lugar no está marcado en los mapas. Ni siquiera muchos del consejo conocen su ubicación exacta. Aquí descansan los que murieron en la gran purga. Antiguos líderes de Sombranoche… y otros más antiguos aún. Aeryn avanzó un paso, con respeto. —¿Tiene que ver con el fuego que vi en la ceremonia? Cael la miró entonces. Su mirada era intensa, más sombría que nunca. Pero también contenía algo extraño: orgullo. —Te contaré una historia —dijo—. Una que se susurra como mito, pero que alguna vez fue verdad. Se sentó sobre una piedra cubierta de líquenes. Aeryn lo imitó, sin apartar los ojos de é
Aeryn cayó de rodillas apenas la luz se desvaneció de su piel. La transformación la había consumido, y el fuego que la rodeaba finalmente se extinguió. Su cuerpo tembló una vez antes de desplomarse, inconsciente, sobre el manto suave de hojas húmedas del bosque. Darien no dudó. Volvió a su forma humana con un gruñido doloroso, jadeando mientras sus huesos se reajustaban, y corrió hacia ella. La tomó en brazos con cuidado, como si fuera un relicario sagrado que no debía quebrarse. Su piel estaba caliente, viva, pero su rostro sereno parecía dormir más que desmayar. El mechón plateado caía sobre su pecho, brillante aún bajo los rayos del sol que se colaban entre las ramas. Darien comenzó a caminar, con ella pegada a su pecho. Cada paso crujía sobre las hojas. El bosque se sentía más grande, más viejo, más testigo. Su mandíbula estaba tensa, la mente hirviendo. *“Mi lobo… se postró ante ella.”* *“Me marcó primero. Me domina con un gesto, con una mirada.”* *“Si alguien llega a sabe
Flashback Joldar El olor a madera quemada y sangre que había esa noche que regreso a la manada aún parecía persistir en el aire, aunque habían pasado veintitrés años. Fue llamado con urgencia tras la repentina muerte de su tío Caelum, Alfa de la manada. Él había pasado los últimos 7 años en Sombravelo, entrenando con guerreros sabios, lejos de las intrigas del consejo, del frío palacio de piedra, y del peso que siempre colgaba sobre su apellido. Nunca esperó convertirse en Alfa. La noche en que recibió la noticia, estaba sentado frente a una fogata con Nerysa que tenia al pequeño Darien de un año entre sus brazos. El tenia 19 y ella 18. Ella tomó su mano, intentando mitigar el silencio que lo envolvió tras recibir la carta sellada con el emblema familiar. —Tu tío ha muerto —dijo, con la voz quebrada—. Y tu padre... no ha reclamado el título. —Lo se —Joldar frunció el ceño—. ¿Por qué no lo haría? Nadie supo darle una explicación clara. En su regreso, solo encontró frases va
El sol apenas comenzaba a colarse por los vitrales cuando Aeryn despertó, aún con el cuerpo pesado por el agotamiento de la transformación del día anterior. Sentía los músculos tensos, la piel aún sensible donde el fuego había brotado sin control. A su lado, Darien dormía, de espaldas, con la mandíbula apretada incluso en reposo.Se sentó despacio, sin querer despertarlo, y observó el mechón plateado que yacía sobre su hombro como un recordatorio silencioso. No lo cortó. No esta vez. Lo tomó entre los dedos y lo miró bajo la luz filtrada. Brillaba con una fuerza tranquila, como si respirara con ella.“Algo cambió anoche…” pensó. No solo en ella. En él también.Darien abrió los ojos de pronto, como si hubiera sentido su mirada.—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca.—Sí. Un poco adolorida... pero bien —respondió, forzando una sonrisa.Él se incorporó, sentándose a su lado. La observó en silencio unos segundos, y luego le apartó el mechón con delicadeza.—¿Qué está pasando contigo, Aery