Capítulo 6: Bajo la Mirada de la Luna
Nerysa no esperó una respuesta. Golpeó la puerta una última vez, firme, y la abrió por sí misma. No necesitaba permiso para entrar en una cabaña del territorio Lobrenhart, y mucho menos en una donde estaba su hijo. Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue el calor. No por el fuego del hogar, sino por la energi a que vibraba en el aire, espesa, cargada de deseo y vínculo recién consumado. Aeryn se había envuelto con una manta a la altura del pecho, sentada al borde de la cama. Su cabello rojo desordenado caía como llamas vivas sobre sus hombros, y la piel de su cuello brillaba ligeramente donde Darien la había marcado. Darien se incorporó rápido, sin camisa, los pectorales marcados por las uñas de ella. Pero Nerysa no apartó la vista de Aeryn. —Aeryn Thorneveil —dijo con voz clara y sin titubeos. La joven levantó la barbilla. Su mirada era firme, sin arrogancia. Fiera, pero contenida. Nerysa aprobó en silencio esa reacción. —Mi Luna —respondó Aeryn, haciendo una leve inclinación de cabeza. Nerysa cerró la puerta tras de sí, avanzó con paso lento y se detuvo a una distancia prudente. Sus ojos, de un azul helado, recorrieron a la loba joven con detenimiento. —He venido a conocerte —dijo—. Como madre del Príncipe Alfa. Como Luna de esta manada. Y como mujer. Aeryn asintió. Darien observaba en silencio, tenso. —Sé lo que significa ese vínculo —continuó Nerysa—. No vengo a cuestionarlo. Pero el hecho de que ambos se hayan marcado fuera del tiempo tradicional ha causado... revuelo. —Fue mutuo —dijo Aeryn con firmeza, clavando sus ojos en los de la Luna—. No me arrepiento. Nerysa ladeó ligeramente la cabeza. Le gustaba la claridad con que hablaba. —Eso es bueno. Porque necesitarás más que convicción para sostener lo que viene. Aeryn no respondió de inmediato. Luego, bajó la manta un poco, mostrando sin pudor la mordida marcada en su clavícula. —Estoy dispuesta a aprender. Y a luchar, si es necesario. Nerysa se cruzó de brazos, su rostro indescifrable. Su mirada bajó a ese mechón plateado que se deslizaba desde la sien de Aeryn como un hilo de luna entre su melena roja. Palpitó algo en su interior. Ignarossa... Pero no dijo nada. Aún no. —Muchos dudarán de ti, loba de Sombranoche —dijo finalmente—. Algunos por miedo, otros por tradición. Yo... dudo por instinto. Darien dio un paso, pero su madre alzó una mano sin mirarlo. —Aun así —continuó ella—, no vine a destruirte. Vine a observar. Y a decidir si eres digna de convertirte en Luna. Aeryn apretó la mandíbula. —Y si no lo soy, ¿me quitarás de su lado? Nerysa se acercó hasta quedar a un paso de ella. Inclinó el rostro, sus ojos ahora fijos en los de Aeryn. —Nadie puede quitarle a un lobo su destino, ni siquiera yo. Pero sí puedo enseñarte a sobrevivirlo. El silencio que siguió no fue tenso, sino cargado de respeto. Dos hembras fuertes, frente a frente, midiendo almas. Finalmente, Nerysa asintió brevemente con la cabeza, como dando una orden tácita. —Vístanse —dijo con voz firme—. No saldrás a mi lado envuelta en sábanas. Mientras Darien se movía hacia su armario, Aeryn se dirigió a un pequeño baúl junto a la cama donde, para su sorpresa, ya estaban sus ropas. Alguien debía haberlas traído allí durante el día. Comenzó a vestirse con rapidez, aunque no sin notar, con un ligero nudo en el estómago, que la Luna frente a ella estaba impecable, elegante y majestuosa. Se sintió ligeramente en desventaja, como si aún llevara las marcas del deseo mientras la otra representaba el poder de una reina. Al tomar su capa, Aeryn se detuvo. Sus dedos rozaron su sien y, con horror, sintió el mechón plateado aún visible entre su cabello rojo como el fuego. No lo arranqué, pensó con sobresalto. Su corazón latió más rápido. ¿Se habrán dado cuenta? Con movimientos discretos, intentó acomodarse el cabello para ocultarlo, mientras una ansiedad sorda se le clavaba en el pecho. Más tarde lo cortaría, como siempre lo había hecho, pero ahora... ahora solo podía rezar para que la Luna no lo hubiese notado. No sabía que Nerysa ya lo había visto. Y que en su mente, ese detalle era mucho más que una casualidad. Nerysa extendió una mano. —Camina conmigo. El bosque te observará. Y yo también. Aeryn dudó un instante, pero tomó la mano. Darien la siguió con la mirada, sabiendo que ese gesto sellaba algo más profundo que una aceptación: una prueba. El hizo ademan de seguirlas pero su madre lo detuvo con un mirada helada le hizo un puchero como si fuera un bebe, y sonrio calidamente a Aeryn llevandosela de su lado. Y la Luna, testigo silenciosa desde el cielo, comenzó a asomar entre las nubes. Aeryn El aire del bosque era fresco y húmedo, cargado del aroma a musgo, tierra mojada y corteza viva. Caminaba junto a Nerysa en silencio, escuchando solo el crujir de las hojas bajo sus botas y el murmullo del viento entre los árboles. Darien se había quedado atrás por indicación de su madre. Este era un momento entre hembras. Entre Lunas. Cada paso parecía medir su temple. Nerysa no hablaba, pero su sola presencia imponía. Aeryn podía sentir el peso de su mirada de reojo, sopesándola, calibrándola. No era una loba que se dejara impresionar. Lo entendía. Ella tampoco lo era. Se acomodó la capa sobre los hombros, todavía incómoda por la posible visión del mechón plateado. A pesar de que lo había escondido lo mejor que pudo, no podía quitarse la sensación de que Nerysa lo había visto… y guardado silencio. ¿Por qué no lo mencionó? ¿Estaría esperando que ella misma hablara? —Este sendero conduce al claro de las iniciaciones —dijo Nerysa finalmente, su voz tranquila, pero con peso—. Aquí las jóvenes lobas de la manada dan sus primeros pasos en sus roles adultos. Aquí fui marcada. Aquí me arrodillé ante la Luna. Aeryn se detuvo un instante, observando cómo la luz de la luna se filtraba entre las ramas, formando una danza de sombras sobre el suelo. Había algo sagrado en ese lugar. Algo que despertaba dentro de ella una memoria que no era suya. Algo antiguo, poderoso… y oculto. —¿Y esperas que yo me arrodille también? —preguntó, sin desafío, pero sin docilidad. Nerysa se detuvo y la miró. —Espero que entiendas lo que significa portar la marca de un Alfa. No es sólo pasión. No es deseo. Es una condena si no estás lista. Aeryn sostuvo la mirada sin apartarse. —He vivido entre fuego y pérdida. Si soporté eso, puedo soportar esto. Nerysa asintió con lentitud. —Tal vez. Pero el fuego que llevas dentro no es común. Se siente... antiguo. Aeryn frunció levemente el ceño. La observación le erizó la piel. —¿Qué sabes de mí? —susurró. Nerysa no respondió. Solo giró y continuó andando. —Aún no lo suficiente —dijo por fin, casi para ella misma. Y Aeryn sintió, por primera vez desde que cruzó a ese nuevo territorio, que tal vez no ser aceptada no era su mayor amenaza. Tal vez su verdadero peligro era ser descubierta. Desde pequeña había sabido que algo en ella era distinto. El fuego la obedecía. La seguía. Lo sentía vibrar en su interior como un animal dormido que a veces se despertaba en medio de la noche, colándose entre sus venas. Su madre adoptiva le decía que era una maldición, una desgracia que debían ocultar. Por eso le cortaban el mechón plateado cada luna llena. Por eso la mantuvieron en sombras, lejos de rituales y ceremonias. Y aunque la entrenaron desde los cinco años, forjando su cuerpo para defenderse, también le enseñaron a agachar la cabeza. A obedecer. A no llamar la atención. A fingir debilidad cuando el mundo esperaba sumisión. “No muestres tu luz, Aeryn”, le decía su madre entre susurros. “La luz atrae sombras.” Amaba a su familia. Los extrañaba con una parte de su alma que aún no sanaba desde la plaga. Pero incluso entre ellos... siempre había sentido que no encajaba del todo. Que su lugar estaba en otra parte. Que su sangre, su magia, su esencia... era de otra historia. De una que apenas ahora comenzaba a descubrir. La voz firme de Nerysa la sacó de sus pensamientos. —Volvamos —ordenó con suavidad, pero sin dejar espacio a la réplica. Mientras caminaban de regreso, Nerysa le lanzó una mirada lateral, más cálida esta vez. —No estás sola en esto, Aeryn. No dejaré que te enfrentes a esta manada sin guía. Si aceptas aprender, te entregaré lo que sé. No solo porque eres la elegida de mi hijo… sino porque parece que aún no conoces todo tu potencial. Aeryn parpadeó, sorprendida por la franqueza. —¿De verdad… quiere ayudarme? Nerysa sonrió apenas, con un dejo de compasión y orgullo. —Darien te ama. Siente miedo. Desesperación por perderte. Y tú… pareces buena chica. Me agradas. Pero si no estás lista… esta manada puede devorarte. Quiero que él sea feliz. Así que sí, te ayudaré. Pero no será fácil. Aeryn sintió un nudo apretarle el pecho. Asintió en silencio. Y aunque muchas preguntas quemaban en su lengua, guardó silencio. Porque la Luna que caminaba a su lado… le estaba regalando una oportunidad. Nerysa Había sentido el vínculo entre su hijo y la loba incluso antes de verla. El fuego del instinto no se ocultaba. Pero ahora lo que observaba la intrigaba aún más. El mechón plateado. A simple vista, parecía una rareza, un accidente genético. Pero Nerysa sabía mejor. Cabello rojo como el fuego... y un hilo de plata bajo la luna llena... Le recordó a una historia que había escuchado cuando niña, contada por los ancianos cuando creían que los cachorros ya dormían. Una leyenda prohibida. Un linaje perdido. Ignarossa. No lo pensaba aún con certeza, pero su instinto, su memoria profunda y antigua, lo susurraban. Nerysa entrecerró los ojos, su voz interna firme: Si lo que llevo años creyendo un mito es real... entonces esta loba no solo es pareja del Príncipe Alfa. Es algo más. Se irguió aún más. Era Luna de la manada, y madre del heredero. Y si había un fuego escondido detrás de esa sangre... ella lo descubriría. Y si arde... que sea para reinar. O para ser consumida. Cuando regresaron al claro, Darien los esperaba justo donde lo habían dejado. Caminaba de un lado a otro como un cachorro ansioso, con el ceño fruncido y el pecho en tensión. Al verla, sus ojos se encendieron. Sus pasos se detuvieron, y en cuanto sus miradas se cruzaron, Aeryn sonrió. Nerysa lo observó todo en silencio. Esa conexión... tan intensa, tan pura. Aeryn aceleró el paso y él fue a su encuentro. El abrazo que compartieron fue breve pero lleno de alivio. La joven pareja, unida por algo más fuerte que la tradición. Qué lindos se ven... pensó Nerysa con un dejo de ternura. Jóvenes, enamorados... pero enfrentarán un infierno. Y, por un instante, recordó cuando ella misma conoció a su Alfa. Cómo también había habido dudas, juicios, pruebas. Y cómo juntos los habían enfrentado. Como Lunas verdaderas. Como manada unida por más que la sangre. Esta vez, sin embargo, la historia parecía querer repetirse… con un giro peligroso. Antes de retirarse, Nerysa se volvió hacia ellos una vez más. De su cinturón extrajo un pequeño frasco de vidrio ámbar y se lo entregó a Aeryn. —Toma —dijo con una sonrisa que mezclaba picardía y autoridad—. Estás protegida por un año con esta poción. Aunque muero por tener mis nietos cachorros, un embarazo ahora no sería ideal. No queremos más revuelo en el consejo. Aeryn la recibió con las cejas ligeramente alzadas. —Necesitas ser formada como futura Luna antes de dejar descendencia —añadió Nerysa, dándole un guiño sutil—. Y créeme, el consejo ya está lo suficientemente inquieto con tu existencia. Con eso, giró sobre sus talones y se marchó entre los árboles, dejando tras de sí una mezcla de alivio, respeto... y una sombra de destino por desvelarse.CaelLa brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.Él no podía evitar tensar la mandíbula.La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...Ahora algo no cuadraba.Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.
Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que Aeryn fue presentada ante el consejo de Lobrenhart. Desde entonces, la vida dentro de la fortaleza había cambiado... y también lo había hecho ella. Aunque el consejo la aceptó públicamente, Aeryn había aprendido que la aprobación no era lo mismo que la confianza. Había sonrisas que ocultaban juicio, miradas que escudriñaban como cuchillas. El peso de ser la pareja del Príncipe Alfa no le otorgaba inmunidad. La vigilancia era constante. El entrenamiento, implacable. Nerysa se encargó de su formación con una mezcla de rigor y ternura que solo una Luna podía dominar. Las mañanas comenzaban con ceremonias, saludo al espíritu de la manada, estudio del árbol de linajes. Las tardes eran para aprender protocolos, tácticas diplomáticas y los símbolos sagrados. Aeryn destacaba... pero también se contenía. Guardaba silencio sobre los incendios que sentía en los huesos, sobre las pesadillas de llamas devorando lobos. También había come
La noche había sido inquieta. Después de la ceremonia del círculo de resonancia, Aeryn no pudo dormir. Aunque Darien descansaba profundamente a su lado, su cuerpo ardía con un calor extraño. Un cosquilleo comenzaba en su nuca, justo donde nacía el mechón plateado que cada luna llena acostumbraba cortar sin pensar. Esta vez no lo hizo. Lo tocó con los dedos temblorosos. Palpitaba. Vibraba como si estuviera vivo. Como si reclamara su lugar. Por primera vez en su vida, decidió no ocultarlo. Y fue ahí, abrazada a esa certeza silenciosa, que cayó en un sueño profundo y agitado. ------------------------------------------------------------------------En el sueño, era una niña sentada frente a una fogata. El calor la envolvía, pero no dolía. Una mujer, su madre adoptiva, le cortaba con suavidad el mechón plateado y le susurraba con firmeza: “Recuerda: esto debe desaparecer antes de que te vean.”Pero esta vez, Aeryn se negó. En el sueño, apartó la mano de la mujer y se levantó. El m
Capítulo 10: La Leyenda Olvidada El silencio del bosque era diferente al amanecer. No era vacío. Era solemne. Como si los árboles recordaran algo que los lobos habían olvidado. Cael permanecía de pie, la mirada clavada en el horizonte donde la primera luz filtraba entre las ramas altas. —¿Sabes por qué te traje aquí? —preguntó sin girarse. Aeryn negó con la cabeza, aunque él no la miraba. —Este lugar no está marcado en los mapas. Ni siquiera muchos del consejo conocen su ubicación exacta. Aquí descansan los que murieron en la gran purga. Antiguos líderes de Sombranoche… y otros más antiguos aún. Aeryn avanzó un paso, con respeto. —¿Tiene que ver con el fuego que vi en la ceremonia? Cael la miró entonces. Su mirada era intensa, más sombría que nunca. Pero también contenía algo extraño: orgullo. —Te contaré una historia —dijo—. Una que se susurra como mito, pero que alguna vez fue verdad. Se sentó sobre una piedra cubierta de líquenes. Aeryn lo imitó, sin apartar los ojos de é
Aeryn cayó de rodillas apenas la luz se desvaneció de su piel. La transformación la había consumido, y el fuego que la rodeaba finalmente se extinguió. Su cuerpo tembló una vez antes de desplomarse, inconsciente, sobre el manto suave de hojas húmedas del bosque. Darien no dudó. Volvió a su forma humana con un gruñido doloroso, jadeando mientras sus huesos se reajustaban, y corrió hacia ella. La tomó en brazos con cuidado, como si fuera un relicario sagrado que no debía quebrarse. Su piel estaba caliente, viva, pero su rostro sereno parecía dormir más que desmayar. El mechón plateado caía sobre su pecho, brillante aún bajo los rayos del sol que se colaban entre las ramas. Darien comenzó a caminar, con ella pegada a su pecho. Cada paso crujía sobre las hojas. El bosque se sentía más grande, más viejo, más testigo. Su mandíbula estaba tensa, la mente hirviendo. *“Mi lobo… se postró ante ella.”* *“Me marcó primero. Me domina con un gesto, con una mirada.”* *“Si alguien llega a sabe
Flashback Joldar El olor a madera quemada y sangre que había esa noche que regreso a la manada aún parecía persistir en el aire, aunque habían pasado veintitrés años. Fue llamado con urgencia tras la repentina muerte de su tío Caelum, Alfa de la manada. Él había pasado los últimos 7 años en Sombravelo, entrenando con guerreros sabios, lejos de las intrigas del consejo, del frío palacio de piedra, y del peso que siempre colgaba sobre su apellido. Nunca esperó convertirse en Alfa. La noche en que recibió la noticia, estaba sentado frente a una fogata con Nerysa que tenia al pequeño Darien de un año entre sus brazos. El tenia 19 y ella 18. Ella tomó su mano, intentando mitigar el silencio que lo envolvió tras recibir la carta sellada con el emblema familiar. —Tu tío ha muerto —dijo, con la voz quebrada—. Y tu padre... no ha reclamado el título. —Lo se —Joldar frunció el ceño—. ¿Por qué no lo haría? Nadie supo darle una explicación clara. En su regreso, solo encontró frases va
El sol apenas comenzaba a colarse por los vitrales cuando Aeryn despertó, aún con el cuerpo pesado por el agotamiento de la transformación del día anterior. Sentía los músculos tensos, la piel aún sensible donde el fuego había brotado sin control. A su lado, Darien dormía, de espaldas, con la mandíbula apretada incluso en reposo.Se sentó despacio, sin querer despertarlo, y observó el mechón plateado que yacía sobre su hombro como un recordatorio silencioso. No lo cortó. No esta vez. Lo tomó entre los dedos y lo miró bajo la luz filtrada. Brillaba con una fuerza tranquila, como si respirara con ella.“Algo cambió anoche…” pensó. No solo en ella. En él también.Darien abrió los ojos de pronto, como si hubiera sentido su mirada.—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca.—Sí. Un poco adolorida... pero bien —respondió, forzando una sonrisa.Él se incorporó, sentándose a su lado. La observó en silencio unos segundos, y luego le apartó el mechón con delicadeza.—¿Qué está pasando contigo, Aery
El trayecto hacia la fortaleza fue silencioso. Nerysa y Joldar caminaban al frente, con la postura erguida de quienes están acostumbrados a ser observados. Detrás, Aeryn y Darien avanzaban lado a lado. Él mantenía la mano rozando la suya, como si su contacto pudiera frenar cualquier impulso, cualquier estallido que volviera a encender el fuego en su interior.El aire en el camino olía a tensión contenida, a tierra húmeda por la niebla de la mañana, y al juicio no pronunciado que esperaban al cruzar los portones de Lobrenhart.La fortaleza los recibió con sus muros grises e imponentes. Desde los corredores altos, ojos los seguían. Murmullos no tan discretos se arrastraban por los patios.—Ahí vienen… —Dicen que la loba del heredero ardió como una estrella... —¿Vieron el mechón? Es real… Aeryn sentía las miradas clavándose en su piel. Darien no la soltó. Pero cuando pasaron junto al entrenamiento del círculo medio, una figura se adelantó. Elaria. Vestida con la túnica azul de las a