Capítulo 7: Sombras en la Sangre

Cael

La brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.

Él no podía evitar tensar la mandíbula.

La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...

Ahora algo no cuadraba.

Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.

Cael frunció el ceño. Algo en su instinto rugía. Algo que iba más allá del vínculo con Darien.

Esa tarde se reunió discretamente con uno de los viejos guardianes de Sombranoche, un anciano que había servido bajo el último Alfa antes de la plaga.

—Una loba de fuego y plata —murmuró el anciano, los ojos nublados por los años, pero la voz firme—. Se decía que si alguna vez nacía una así, significaba que el linaje prohibido no había muerto del todo.

—Pensé que era un mito —dijo Cael.

—Eso creímos todos. Pero si la ves... si la reconoces... no la pierdas de vista. No sabes lo que podría despertar.

Cael salió de la reunión con un peso en el pecho. Aeryn era como su hermana. Su responsabilidad. Y si era quien empezaba a temer...

Ni siquiera Darien sabrá cómo protegerla. Ese pensamiento lo acompaño en su trayecto a la presentación de Aeryn al consejo.

Aeryn

El sol apenas había cruzado la línea del horizonte cuando Darien la atrajo de nuevo a su cabaña. Había pasado la noche tenso, esperándola. La caminata con Nerysa había removido demasiadas cosas en ella, y ahora lo único que quería era su calor.

Darien no dijo una palabra al principio. Solo la abrazó. La besó como si el mundo pudiera arder bajo sus pies mientras la tuviera entre sus brazos. La ropa se deslizó sin prisa, como si cada centímetro de piel descubierta sanara una herida. Pero esa vez fue distinto. Había hambre en su toque, una necesidad más cruda, más desesperada.

Aeryn jadeó cuando él la tomó contra la pared, su espalda chocando con la madera tibia mientras las caderas de Darien embestían con fuerza. Él gruñía su nombre, su aliento entrecortado mientras descendía por su cuello, dejando marcas nuevas sobre la piel marcada. Aeryn lo recibió con las piernas enredadas a su cintura, sus uñas clavadas en sus hombros. El sexo fue rápido, salvaje, una tormenta.

La llevó luego a la cama sin soltarla, y la recorrió con la lengua, con los dedos, con los dientes. La hizo rogar por él. La hizo suya una y otra vez, rompiendo su coño llenandola con su pasión en cada envestida hasta que Aeryn temblaba bajo su cuerpo, cubierta de sudor y gemidos. Luna sagrada me vuelve loco, no me canso de ella.

—Diosa del Lobo Blanco... —maldijo Darien cuando alguien golpeó la puerta con fuerza.

—¡Pero no puede un lobo coger a su loba en paz! —gruñó, exasperado, sin moverse del cuerpo aún arqueado de Aeryn.

—Príncipe Alfa —llamó un guardia del consejo—. El alto consejo espera a tu pareja. Es hora de presentarla formalmente.

Ambos se miraron, la pasión transformándose en tensión. Darien bajó la cabeza con un suspiro feroz y se obligó a apartarse.

Aeryn fue al baño a asearse mientras Darien, con la mandíbula apretada y la respiración aún pesada, se dejó caer sobre una de las sillas.

—Maldición... —murmuró mientras hundía el rostro en sus manos.

—Un día, juro por los Ancestros, cerraré estas puertas con fuego si vuelven a interrumpirme así —masculló.

No podía aparecer ante el consejo con esa erección marcando su pantalón como si aún estuviera montando a su loba. Cerró los ojos, respiró hondo y, con resignación, deslizó su mano a su polla que aún brillaba de la humedad de su loba. Apretó los dientes mientras se aliviaba, recordando la forma en que ella había gritado su nombre minutos antes. Se corrió con un gruñido contenido, y permaneció inmóvil unos segundos, recuperando el control.

Cuando Aeryn salió, ya vestida, él se encontraba listo, bañado, peinado y con la ropa formal enviada por su madre: camisa negra de lino con detalles plateados en el cuello y una capa gris oscuro con el símbolo de su linaje bordado en el pecho.

Aeryn vestía un conjunto sobrio, pero elegante: una túnica de color vino profundo, con mangas largas y una faja bordada en plata. El vestido resaltaba su cabello rojo y ocultaba apenas el mechón plateado que no tuvo tiempo de cortar. Era ropa ceremonial de una futura Luna: digna, discreta y poderosa.

Caminaron juntos hacia la sala del consejo. Las piedras del sendero crujían bajo sus pasos, y los lobos que encontraban en el camino bajaban la cabeza en reconocimiento o se apartaban en silencio. Darien avanzaba con el pecho alzado y el ceño firme. Aeryn, a su lado, mantenía la mirada al frente, sintiendo el peso del momento pero sin retroceder.

El gran salón se alzaba al final del camino, solemne y antiguo.

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El gran salón del consejo estaba en silencio cuando Aeryn entró del brazo de Darien. Todos los ojos se posaron en ella, pero ninguno con más intensidad que los del patriarca.

Darien dio un paso al frente, alzando la voz con seguridad:

—Consejo de Lobrenhart, comparezco ante ustedes como principe Alfa heredero legítimo. Hoy les presento a Aeryn Thorneveil, de la manada Sombranoche. Ella es mi pareja destinada, reconocida por la Luna, y me ha marcado como yo a ella. No necesito ritos para saber que ella es mía. Y yo soy suyo. La he aceptado, la he reclamado, y la protegeré contra cualquier juicio.

Hubo murmullos, algunos de sorpresa, otros de desaprobación. Darien no titubeó.

—Sé lo que dicen las leyes: que una hembra no debe marcar hasta que su compañero sea oficialmente Alfa. Pero nuestras almas no esperaron. Nuestras marcas hablaron primero. No busco romper sus costumbres. Solo pido que respeten lo que ya es inevitable.

Joldar se levantó de su asiento con solemnidad, mirando a su hijo con una mezcla de orgullo y gravedad.

—El vínculo entre ellos es real. La marca ha sido hecha. El destino ha hablado. Y aunque los tiempos no han sido respetados como dicta la tradición, no podemos ignorar lo que ha sido sellado por la Luna.

Joldar miró al consejo con firmeza.

—Aeryn será instruida bajo la guía de la actual Luna, Nerysa. Recibirá entrenamiento como toda futura compañera de un Alfa. Aprenderá nuestras leyes, nuestras raíces, y será juzgada por su mérito y compromiso.

—Pero mientras tanto —agregó Darien, retomando—, pido que se le reconozca como mi pareja destinada y se le brinde la protección que merece su posición.

Aeryn soltó la mano de Darien y dio un paso al frente. Su voz no tembló.

—Mi nombre es Aeryn Thorneveil, y estoy aquí por voluntad de la Luna, no por ambición. No escogí este vínculo, pero lo honre y acepte antes de saber quién era Darién. Me entrego a él con cuerpo, alma y deber. Entiendo que su manada tiene tradiciones. Y yo las respetaré. Acataré las leyes. Seré formada, instruida y guiada como futura Luna. No vengo a imponerme, pero tampoco permitiré que se me subestime.

Algunos miembros del consejo asintieron con respeto. Una oleada de aprobación comenzó a recorrer la sala. Aeryn alzó la barbilla, con la frente en alto, los ojos brillando con una mezcla de decisión y humildad.

—Solo pido una oportunidad. No por ser la elegida de su príncipe, sino por lo que yo misma puedo llegar a ser. Porque creo en este vínculo. Porque creo en este lugar.

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Aldrik.

Su mirada se clavó en la melena roja y el mechón plateado mal escondido bajo su trenza. Su corazón dio un vuelco. Hacía muchos años que no veía ese color. Años desde que lo había borrado de la historia para tomar el poder. Años desde que había hecho lo necesario para eliminar el linaje...

Ignarossa.

La palabra golpeó su mente como un trueno. Su respiración se detuvo por un segundo, mientras imágenes antiguas, enterradas con furia, lo atravesaban sin piedad.

FLASHBACK: Hace 23 años

La manada se llamaba Llamaoscura. Ardían en su fe por la Luna y protegían a los Ignarossa como a dioses. Su hermano, el entonces Alfa Caelum, era noble, justo... y débil. No veía el peligro del linaje. Creía en alianzas. En sangre pura. En mantener la historia viva. Si tenía un hijo, soñaba con que algún día fuera destinado a la niña nacida con la marca de fuego lunar.

Pero Aldrik veía más allá. Él sabía que ese linaje, con su control sobre el fuego lunar, representaba una amenaza a todo lo que los Lobrenhart habían logrado. Lo habían visto en la batalla de los Siete Clanes. En la caída de los Morgrin. En los sueños de los ancianos.

—Si no lo hacemos ahora —le dijo una noche a Caelum—, los Ignarossa tomarán lo que es nuestro. Su niña nació con la marca. ¿Acaso no lo ves?

—No tocaré a un bebé de 2 meses, Aldrik —respondió Caelum, horrorizado—. No somos asesinos.

Aldrik lo abrazó. Y esa misma noche... lo envenenó a él y a su pareja embarazada.

Luego incendió la aldea del clan aliado que protegía a los Ignarossa. La matanza fue disfrazada como una guerra territorial. Mandó a un asesino a asegurarse de eliminar a a la cachorra marcada. Pero el asesino nunca regresó. Se presumió muerto en el ataque.

Aldrik dio por hecho que la criatura también había perecido. La sangre Ignarossa, creía, se había extinguido.

No aceptó el título de Alfa sucesor de su hermano para no levantar sospechas. En su lugar, instauró una nueva era, renombrando la manada como Lobrenhart. Enterró los rituales antiguos y reescribió la historia con su puño y garra. Prefirió ocupar el rol de consejero mayor, un puesto desde donde podía controlar todo sin llamar la atención.

Su hijo, Joldar, tenía 19 años cuando fue proclamado Alfa tras la muerte de su tío Caelum. Un joven fuerte, obediente. Su nieto, Darien, apenas tenía un año en brazos de su madre.Aldrik manejaba los hilos detrás del trono, asegurando así poder absoluto con la fachada de continuidad y orden. Un plan perfecto... hasta ahora.

Presente

Y ahora, esa misma llama estaba de pie frente a él.

¿Cómo sobreviviste...?

Aldrik forzó una sonrisa al final del discurso de su nieto, aplaudiendo junto al resto del consejo. Pero sus ojos no se apartaban de Aeryn. Ni por un segundo.

Si ella es quien creo... todo lo que construí está en peligro.

Y aún así, algo dentro de él ardía con una furia vieja, más ancestral que la ambición.

No permitiré que una Ignarossa destruya mi legado.

Pero mientras el resto del consejo comenzaba a asentir, mientras incluso los más rígidos parecían aceptar a la joven loba, Aldrik comprendió algo más inquietante:

No lo sabe.

La muchacha no tenía idea de quién era en realidad. No entendía el linaje que ardía en su sangre ni lo que significaba.

Y eso era lo mejor.

Si seguía creyendo que era una simple Thorneveil, sería más fácil mantenerla bajo control. Más fácil manipularla. Más fácil… usarla. Había convencido al consejo. Había hablado con convicción. La mayoría la había aceptado. Por ahora, sería mejor dejar las cosas así.

Debo asegurarme de que cualquier investigación sobre su linaje la confirme como Thorneveil.

Lo demás… podía esperar.

Luego veré cómo avanzan las cosas.

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