Tres lunas llenas habían pasado desde aquella noche en que Aeryn fue presentada ante el consejo de Lobrenhart. Desde entonces, la vida dentro de la fortaleza había cambiado... y también lo había hecho ella.
Aunque el consejo la aceptó públicamente, Aeryn había aprendido que la aprobación no era lo mismo que la confianza. Había sonrisas que ocultaban juicio, miradas que escudriñaban como cuchillas. El peso de ser la pareja del Príncipe Alfa no le otorgaba inmunidad. La vigilancia era constante. El entrenamiento, implacable.
Nerysa se encargó de su formación con una mezcla de rigor y ternura que solo una Luna podía dominar. Las mañanas comenzaban con ceremonias, saludo al espíritu de la manada, estudio del árbol de linajes. Las tardes eran para aprender protocolos, tácticas diplomáticas y los símbolos sagrados. Aeryn destacaba... pero también se contenía. Guardaba silencio sobre los incendios que sentía en los huesos, sobre las pesadillas de llamas devorando lobos.
También había come