Capítulo 14. El nombre que no existe.
La madrugada caía sobre Bogotá como un sudario húmedo. En una habitación de hotel del norte de la ciudad, Iván se vestía lentamente, de espaldas a Emilia, mientras el reflejo del cuerpo desnudo de ella lo observaba desde el espejo con una mezcla de deseo y sospecha.
Ella no dijo nada. Solo lo siguió con la mirada. Ya no era la ansiedad del amante lo que la guiaba, sino la intuición de la viuda que había aprendido a leer el lenguaje de las omisiones.
—No te vas a quedar —dijo ella por fin.
—Tengo que ir al despacho —respondió él sin mirarla—. Hay movimiento en la Fiscalía.
Emilia asintió, pero algo en su cuerpo se tensó. Como si esas palabras hubieran encendido una alarma interna que no supo cómo apagar.
Horas después, Emilia no podía dormir. Se levantó, fue hasta el escritorio de su habitación y abrió su laptop. Tenía la carpeta compartida con Mario, el periodista independiente que la ayudaba a rastrear documentos, noticias, bases de datos.
Tecleó: “Iván Guerrero Ramírez”.
Nada releva