Capítulo 1. El silencio de los ataúdes.
La lluvia caía con una precisión cruel sobre los ventanales de la iglesia San Joaquín. Afuera, las calles de la ciudad parecían vestirse de luto junto a Emilia Rivas de Castaño, quien permanecía sentada en la primera fila del templo, completamente inmóvil, como una escultura esculpida en duelo. Vestía de negro, desde el sombrero de ala estrecha hasta los tacones que apenas tocaban el suelo. Un velo fino cubría su rostro, y su cuerpo, aunque erguido, parecía a punto de desmoronarse.Frente a ella, el ataúd barnizado en tonos oscuros reposaba entre flores blancas y orquídeas azules, rodeado de coronas que hablaban más del poder que del amor. Mauro Castaño, su esposo, era enterrado con honores reservados para los hombres importantes. Empresarios, políticos, jefes militares. Todos estaban ahí. Pero ninguno lloraba de verdad. Había algo artificial en la forma en que cruzaban los brazos, en los murmullos, en las miradas que se lanzaban unos a otros. Emilia, aún en shock, comenzaba a percibi
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