**Bogotá, 1977.**

El humo del cigarrillo flotaba lento en la habitación cerrada. Afuera llovía. Adentro, la humedad era otra: la del miedo, la del deseo prohibido, la de las decisiones sin vuelta atrás.

Eloísa Restrepou7 tenía veintidós años, pero ya caminaba como si supiera algo que el resto del mundo ignoraba. Tenía un vestido negro entallado, medias de encaje y tacones que no hacían ruido. Su cabello largo, recogido en un moño impecable, contrastaba con los ojos llenos de hambre. Hambre de más.

En la silla frente a ella, con la camisa desabotonada y el cinturón suelto, estaba Eduardo Castaño, su amante y jefe. Casado. Padre de familia. Cuarenta y cinco años. Dueño de una empresa de importaciones… fachada, por supuesto.

—Tu marido no debe sospechar nada, ¿verdad? —dijo él con la voz pastosa del trago.

—No tiene por qué —respondió ella, cruzando las piernas con lentitud—. Así como tu esposa no sabe que me pagas el apartamento en Chapinero.

Él sonrió. Pero había tensión en su gesto.

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