**** Esta es la historia de Santiago. Mientras la desarrollaba tuvo algunos cambios con respecto a su relación con Savannah y Alexa. Espero todo sea de su agrado. **** Santiago es un hombre que siempre ha mantenido el control de su vida, a pesar de su madre. Pero no contaba con que esta tomaría la decisión de enviar a su vida a una mujer que destruirá todo por lo que tanto había trabajado durante tantos años, destapando verdades y confrontaciones; pero sobre todo que intentará dañar a la mujer que amaba. Santiago deberá luchar junto a su amada por su amor, y por librarse del yugo de su madre, a quien lo único que siempre le ha importado es mantener el control.
Leer másEl motor del auto se apagó frente a los altos portones de hierro forjado. Santiago no esperó a que el chofer le abriera la puerta; después de tres días en Madrid cerrando acuerdos y rodeado de trajes vacíos, necesitaba respirar el aire de su hogar.
La mansión se alzaba con su habitual sobriedad elegante, sus muros blancos contrastando con el cielo gris de la tarde. Todo parecía en orden… al menos, en la superficie.
Caminó por el pasillo principal, su maleta aún en la mano. El silencio de la casa era extraño. A esta hora, siempre había algunos empleados en los alrededores.
— Señor, bienvenido. — Su nana aparece frente a él. — No lo esperaba hoy.
— ¿Dónde están todos? — Habló con tono grave, dejando su abrigo sobre la silla del recibidor.
— Bueno, todos terminaron sus deberes temprano y se fueron a descansar. — Habla con calma.
Él no dice nada más, y decide ir a su habitación.
Subió las escaleras con paso firme, pero al doblar por el pasillo que conducía a las habitaciones, algo lo detuvo en seco. Una voz que no reconocía.
--- ¿Qué haces aquí? — Preguntó Santiago con frialdad al ver a la joven de cabello castaño claro, ojos grandes y gesto nervioso, que salía de una de las habitaciones de huéspedes.
— Vivo aquí — Respondió ella, levantando la barbilla con una mezcla de desafío.
— ¿Perdón?
— Me enviaron a este lugar, y no pude negarme. — Alexa no podía entender lo que estaba sucediendo.
Santiago frunció el ceño, observándola de arriba abajo. No era solo la presencia inesperada lo que lo molestaba. Era la certeza de que algo no estaba bien.
— No recuerdo haber aprobado esto.
— Tampoco me preguntaron si quería venir. — Dijo ella, y se metió de nuevo en la habitación sin darle más explicaciones.
Santiago se quedó allí, sintiendo cómo el suelo bajo sus pies comenzaba a cambiar, apenas perceptiblemente. No le gustaban los imprevistos. Y Alexa… ya era uno de ellos.
Y entonces la pregunta se formó en su cabeza, “¿qué diablos estaba pasando?”
Santiago bajó las escaleras con pasos firmes, cada uno más pesado que el anterior. El eco de su furia retumbaba en los muros de mármol de la mansión. Su mandíbula estaba tensa, los labios apretados en una línea que no dejaba escapar ni un suspiro.
No había pasado ni una hora desde que había cruzado el umbral de su casa, y ya todo su orden se sentía alterado. "¿Cómo se atreven?", murmuró entre dientes.
Con el móvil en la mano, marcó el número de su madre. Fue su padre quien contestó.
— ¿Qué pasa, hijo?
— ¿Qué hace esa mujer aquí? — Soltó sin saludar, caminando hacia su despacho. Aunque ya sabía quién era ella, quería descubrir las intenciones de sus padres. —. ¿Por qué está en mi casa? — Un silencio tenso cruzó la línea.
— Queríamos avisarte, pero sabíamos que te negarías. — Respondió su padre, con una voz serena que sólo lo enfureció más—. Es importante. Para nosotros. Para la familia.
Santiago empujó la puerta de su despacho y entró, cerrándola con un golpe seco.
— ¡No tienen derecho! Esta es mi casa. Mi vida. ¿Acaso creen que pueden seguir decidiendo por mí?
La voz de su madre apareció al fondo de la llamada.
— Sólo será por un tiempo. Dale una oportunidad. Ella será parte de la familia.
— ¡No me importa! La quiero fuera de aquí. — Sentenció, terminando la llamada.
Santiago tiró el teléfono sobre el escritorio y se pasó las manos por el cabello. Respiró hondo. Entonces recordó la mirada de esa mujer cuando lo vio, Tranquila. Como si siempre hubiera sabido exactamente quién era él. Como si lo hubiese estado esperando. Y eso, en el fondo, era lo que más lo inquietaba.
Santiago se dejó caer en el sillón de cuero frente al escritorio. El silencio del despacho era denso, pero no lograba apaciguar la tormenta que llevaba por dentro. Miró hacia la ventana; el cielo gris parecía burlarse de su humor.
Apretó los puños. ¿Quién se creían que eran sus padres para enviar a esa mujer allí? No una asistente, ni una empleada nueva. Una mujer que, desde el primer segundo que la conoció le generó desconfianza, y que para completar se comportó como si tuviera derecho a estar allí. Recordó su tono de voz y actitud hacia él cuando la vio.
— Me enviaron sin poder negarme.
Ellos. Claro que sí. Siempre ellos. Siempre decidiendo por él. Santiago se levantó de golpe. Tenía que hablar con ella. Necesitaba dejar las cosas claras. En su casa, nadie entraba sin su permiso. Nadie se quedaba si él no lo autorizaba.
Abrió la puerta del despacho de un empujón y avanzó por el pasillo con pasos largos y decididos. Pero al llegar frente a la puerta de su habitación, se detuvo. Era tarde. Demasiado tarde. Soltó un suspiro tenso, dio media vuelta y se dirigió a su dormitorio. La enfrentaría al día siguiente.
La noche fue larga. Santiago se revolvía en la cama, incapaz de encontrar descanso. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Alexa aparecía, como una sombra instalada en su hogar sin invitación. No confiaba en ella. Había algo en su mirada —demasiado tranquila, demasiado calculadora— que lo inquietaba. ¿Por qué la habían enviado realmente? ¿Y con qué propósito?
Apenas salió el primer rayo de sol, Santiago ya estaba vestido. No había dormido más de un par de horas, pero la ansiedad lo mantenía en pie. Bajó las escaleras sin hacer ruido, escuchando el leve murmullo de la casa despertando con el alba. El aroma a café recién hecho flotaba en el aire. Lo cual era habitual cuando él estaba allí.
Cruzó el comedor con el ceño fruncido. Al llegar a la cocina, la vio. Alexa estaba de espaldas, sirviéndose una taza como si llevara años viviendo allí. Tranquila. Cómoda. Como si todo fuera suyo.
—Tenemos que hablar — Dijo él, sin rodeos.
Alexa se giró despacio. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, casi imperceptible.
— Buenos días, Santiago. — El tono amable de su voz sólo aumentó su desconfianza.
—No viniste por tu cuenta. — Soltó él, sin moverse del umbral—. ¿Por qué estás aquí?
Alexa llevó la taza a los labios con calma, bebió un sorbo y lo miró por encima del borde.
— Creí que eso ya lo sabías. — Respondió, sin perder la compostura. — Es tu casa.
Santiago frunció aún más el ceño. Dio un par de pasos hacia ella, firme, con el control de siempre teñido ahora de inquietud.
—No me gustan los juegos, Alexa. Y mucho menos en mi casa.
Ella dejó la taza sobre la encimera con un leve “clac”. Sus movimientos eran suaves, medidos.
— Entonces no juegues. —Dijo, mirándolo a los ojos—. Pregunta lo que realmente quieres saber.
Santiago la observó en silencio por unos segundos. Su voz salió más baja, más peligrosa.
—¿Qué estás buscando aquí?
— Lo mismo que tú… — Respondió ella, casi en un susurro. —. Al parecer.
Santiago apretó la mandíbula.
— No me importa lo que estés buscando. Esta no es tu casa. No te invité. Y no pienso permitir que te quedes ni un día más.
Alexa se cruzó de brazos con suavidad, sin mostrar sorpresa. Como si ya esperara esa reacción.
— Lo sé. Pero no depende de ti.
Esa frase lo detuvo. Fría. Categórica. Como una sentencia.
— ¿Cómo que no depende de mí?
—Tus padres junto a los míos me enviaron. — Dijo ella—. Hablaron contigo, ¿no?
Santiago la miró como si acabara de pronunciar una blasfemia. Dio un paso atrás, incredulidad mezclada con rabia.
— Ellos no tienen derecho a decidir quién vive en mi casa.
Alexa alzó una ceja, calmada.
— Tal vez no. Pero lo hicieron.
Hubo un silencio tenso. Un silencio que dolía. Santiago sintió una punzada en el pecho, mezcla de orgullo herido y traición.
— Entonces puedes quedarte. — Espetó con frialdad. — Pero no esperes que te hable, que te mire, ni que te confíe absolutamente nada.
— No esperaba menos. —Murmuró Alexa, y volvió a tomar su taza de café, como si la conversación ya hubiera terminado.
El silencio en la sala era casi palpable. Los ojos de los presentes estaban fijos en las dos mujeres, con una tensión que se podía cortar con un cuchillo. Santiago observaba a su madre, sabiendo que no era solo un conflicto entre mujeres; esto era algo más grande.Algo que él tenía que resolver, pero no estaba dispuesto a tolerar más control ni manipulación. La madre de Santiago intentó replicar, pero la interrupción vino desde un rincón del salón.— Es cierto, mamá. — La voz de Santiago resonó, cortando cualquier intento de su madre de defenderse. — Ya basta. Esto ha ido demasiado lejos.Alexa, que estaba a un lado, se dio cuenta de que la situación estaba cambiando rápidamente. Creía que las cartas estaban a su favor, pero al ver la postura decidida de Santiago y la imponente presencia de la familia de Savannah, comenzó a sentirse pequeña.— Mamá, no tienes ni idea de lo que estás haciendo. — Dijo Santiago a su madre, sin alzar la voz, pero con una fuerza imparable. — Esto no es un
Horas antes de la gran fiesta, Alexa se miraba en el espejo de la habitación que le habían asignado en la mansión. Su vestido era impresionante, era un diseño exclusivo, rojo oscuro, ceñido a su figura, con detalles de encaje que resaltaban su juventud y belleza. Sonrió con satisfacción. Esta noche sería su noche.Mientras se colocaba los pendientes de diamantes que había "tomado prestados" del joyero familiar, repasaba mentalmente su plan.— Después de esta noche, —Se dijo a sí misma, sonriendo—, nadie podrá quitarme el lugar que me corresponde. Ni Savannah, ni la desaprobación de Santiago, ni siquiera la mirada desconfiada de Elías.Recordó las palabras de la madre de Santiago en una de sus conversaciones secretas, "Confía en mí, Alexa. Si juegas bien tus cartas, todo será tuyo."Y Alexa había jugado sus cartas. Había usado toda la información que había recolectado, había sembrado dudas, se había hecho ver como indispensable. La madre de Santiago estaba de su lado. O al menos eso c
A la mañana siguiente, Santiago apenas había dormido. La preocupación por Savannah seguía golpeando su pecho, pero la determinación era aún más fuerte. Elías llegó temprano a su despacho privado con un sobre en mano, sellado y confidencial. Santiago se levantó de su silla apenas lo vio entrar.— ¿Tienes algo? — Preguntó con ansiedad apenas cerraron la puerta.— Elías asintió, con una expresión seria. — El laboratorio fue rápido. Usé todos mis contactos. — Extendió el sobre hacia Santiago. — Aquí tienes los resultados.Santiago rompió el sello y comenzó a leer. Su rostro pasó de la tensión a la furia contenida en cuestión de segundos.— ¿Qué dice exactamente? — Preguntó Elías, acercándose.— Santiago apretó los papeles en su mano. — El té contenía una sustancia prohibida. No solo era un somnífero fuerte, sino que también había rastros de un agente tóxico que podría haber causado daños graves si Savannah hubiera tomado un poco más.— Elías soltó un suspiro, impactado. — ¿Estamos habland
Santiago llegó a la mansión de sus padres esa misma noche, decidido. No había lugar para más excusas ni demoras. El asunto había escalado demasiado y debido a eso Savannah casi pierde la vida, por lo tanto no descansaría hasta saber quiénes eran los responsables.Subió las escaleras con pasos firmes y fue directo al salón principal, donde su madre, Isabel, estaba sentada leyendo, como si nada hubiera pasado. Cuando lo vio, su expresión cambió, un leve gesto de incomodidad cruzó su rostro, pero lo ocultó rápidamente detrás de su acostumbrada elegancia.— Madre, tenemos que hablar. Ahora. — Dijo Santiago, sin rodeos.Isabel cerró su libro con calma, como si hubiera estado esperando ese momento.— Santiago, hijo, ¿no deberías estar con Savannah? — Preguntó con una voz suave, casi inocente.— Santiago apretó los puños. — Estoy aquí porque esto no puede esperar. — Su voz era baja, pero cargada de furia contenida—. No voy a dar más vueltas. ¿Cual es la verdadera razón por la cual trajiste
El ambiente estaba cargado de tensión y pánico. La noticia de que Savannah había sido envenenada por el té se había extendido rápidamente por la mansión, y la preocupación era palpable. Santiago no podía esperar más. No podía permitir que el tiempo se le escapara mientras Savannah estaba tan mal.Con manos temblorosas, pero decididas, Santiago se acercó a Savannah, quien todavía se encontraba inconsciente. Su rostro estaba pálido y sus ojos se mantenían cerrados, y en su expresión había una mezcla de dolor y confusión.— Savannah, aguanta... vamos a llevarte a un lugar seguro. — Dijo Santiago, su voz grave, tratando de mantener la calma.En ese momento, el médico que había examinado a Savannah se acercó rápidamente.— Debemos llevarla a la clínica de inmediato. — Dijo el médico, su tono autoritario y urgente. — Necesitamos estabilizarla. No podemos esperar más.— Santiago asintió sin pensarlo dos veces. — Vamos. — Ordenó, mientras la tomaba en sus brazos.Los miembros de la familia y
Alexa se enteró rápidamente de los planes de Santiago mucho antes de que la noche cayera. Los pasillos estaban llenos de rumores, y uno de los sirvientes, creyendo que le hacía un favor, se lo mencionó al pasar. — Parece que esta noche habrá una reunión urgente en el salón principal.No necesitaba más. Sabía que si Santiago lograba exponerla delante de todos, su pequeña farsa se derrumbaría en un instante. Tenía que actuar sin pensarlo dos veces. Decidió subir apresuradamente a su habitación, sabía que debía pensar rápido; por lo que recprdo que tenía algo preparado para un caso como este.Sin pensarlo, se acerco a una de las gavetas de su pequeña mesita de noche, de la cual sacó un pequeño frasco de líquido incoloro que había conseguido "por si las cosas se ponían feas". Nada mortal, nada que causara daño serio... solo un potente somnífero natural. Lo suficiente para alterar una noche entera.Su plan era simple; sabía que en las reuniones familiares siempre se ofrecía una jarra de
Último capítulo