Alexa aún sostenía el expediente cuando Santiago se lo arrebató sin una palabra. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Alexa sintió que iba a romper ese muro que él siempre mantenía. Pero no. Él solo se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue. Cerró sin violencia, pero con una fuerza que decía más que cualquier grito.
Media hora después, el sonido de la puerta del despacho del padre de Santiago sacudió la mansión. Éste no pidió permiso para entrar. Lo hizo como lo hacía todo; directo, decidido, sin rodeos. Sus padres estaban allí, sentados en silencio, revisando informes. Al verlo, su madre levantó la vista primero, ya sabiendo que la tormenta se acercaba.
— Necesitamos hablar— Dijo él observando a sus padres sin ninguna emoción en su rostro.
— ¿Sobre Alexa? —. Preguntó su padre, cruzando los brazos—. Imaginé que tardarías menos.
Santiago arrojó el expediente sobre la mesa.
— ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó este tipo de seguimiento? ¿Qué significa eso de “proceso de integración”? ¿Desde cuándo estamos trayendo personas a esta casa como si fueran... proyectos?
Su madre suspiró, como si esa conversación hubiera sido pospuesta demasiadas veces.
— No se suponía que tú te involucraras. Alexa iba a cumplir un papel, nada más.
— ¿Un papel? ¿En mi casa? ¿Sin mi consentimiento?
— Tu casa es parte del legado — Intervino su padre con frialdad —. Y nosotros decidimos qué es lo mejor para preservarlo.
— Te equivocas. — Refuto con furia. — Es mi casa, comprada con mi dinero. Nada en ella les pertenece. No pueden seguir decidiendo a quién meter allí, a quién probar, y con qué propósito.
— Sólo será por un tiempo. — Dijo su madre con firmeza.
Santiago se acercó, apoyando las manos sobre la mesa, inclinado hacia ellos.
—Ya sabe lo suficiente. Tiene sospechas de algo. Y sea lo que sea, no seguiré haciendo parte de esto…
Su padre se levantó.
— ¿Estás desarrollando sentimientos hacía ella?
Santiago lo miró como si la pregunta hubiera sido un insulto.
— Estoy desarrollando sentido común. Ella está provocando mi ira. Y si lo hace, no duden en que las consecuencias no serán agradables para ninguno de ustedes… — Sus padres guardaron silencio.
— O la sacan de mi casa, o la saco por mi cuenta. — Añadió Santiago —. Y si eso significa romper con esta absurda tradición, y los lazos familiares, lo haré.
No esperó respuesta. Salió del despacho con la misma intensidad con la que había entrado, dejando a sus padres rodeados de papeles… y de una decisión que tendrían que tomar más pronto de lo que pensaban.
Santiago llegó a la empresa de Elías al caer la tarde. Aunque era una empresa en la cual siempre había el fluir de los empleados de un lado al otro, el ambiente era un poco más tranquilo, ajeno al lujo de la mansión, pero lleno de algo más valioso; sinceridad.
Elías estaba sentado detrás de su escritorio cuando lo vio entrar. No preguntó nada. Solo levantó la mirada, midió el cansancio en el rostro de su amigo.
— ¿Ya se desató el infierno?
Santiago dejó escapar una risa seca. Se sentó frente a él y se pasó las manos por el rostro.
— Sí. Y no sé cómo apagarlo sin incendiarlo todo.
Elías dejó lo que estaba haciendo a un lado. Su amigo necesitaba de él en estos momentos.
— ¿Es por ella?
— Alexa. — Asintió —. Saboteó una presentación con documentos falsificados. Está jugando un juego peligroso... pero lo peor es que no sabe por qué está allí. Y yo tampoco lo sabía. Hasta hoy.
— ¿Qué averiguaste?
Santiago negó con la cabeza.
— Mis padres no han dicho todo. Solo hablan de “integración”, de “tradición”, de que ella podría ser funcional si se adapta. ¿Te das cuenta de lo retorcido que suena eso?
Elías entrecerró los ojos.
— ¿Están... entrenándola?
— Como si fuera una pieza que debe encajar en la estructura familiar. Como si fuera un proyecto más. Pero no lo es. Es una persona. Y se está desmoronando mientras todos esperan a ver si se convierte en algo útil.
Elías guardó silencio un momento, luego apoyó los codos sobre las rodillas.
— ¿Y tú qué vas a hacer?
Santiago lo miró.
— No lo sé. Parte de mí quiere echarla ya. Sacarla de esa casa, alejarla de todo esto. Pero también sé que si lo hago... se queda con la idea equivocada. Ella cree que está allí por algo que no es real. Y si se va sin saberlo, va a llevar esa mentira para siempre.
— ¿Y si se queda?
— Si se queda, la familia va a intentar moldearla. Y ella... no se deja moldear. No es de las que se quiebran. Es de las que revientan.
Elías asintió con gravedad.
— Entonces es una bomba.
— Una bomba... que yo no encendí, pero que ahora tengo que desarmar.
Elías lo miró con una mezcla de empatía y desafío.
— Lo que hagas ahora, Santiago, no es solo por ella. También es por ti. O pones orden y enfrentas lo que sea que tus padres han hecho… o vas a perder más que el control de tu casa. Vas a perderte a ti mismo.
Santiago apretó la mandíbula. Sabía que Elías tenía razón. Y, por primera vez en días, sintió que estaba a punto de tomar una decisión. Una que marcaría un antes y un después.
Elías pidió a su secretaria dos cafés, a los pocos minutos está los llevó a su oficina. Santiago seguía en silencio, mirando al suelo, atrapado en sus pensamientos.
— Estás cargando demasiado. — dijo Elías al sentarse frente a él —. Lo entiendo. Pero hay algo que no me has mencionado ni una sola vez desde que llegaste.
Santiago alzó la mirada, confundido.
— ¿Qué cosa?
— Savannah.
El nombre cayó como una piedra en el agua. Santiago parpadeó, como si apenas recordara de quién hablaba.
— No he tenido cabeza para eso…
— Eso es exactamente lo que me preocupa. — Interrumpió Elías —. Estás tan metido en este lío con Alexa que has olvidado a la persona que lleva años apostando por ti sin condiciones. ¿Hace cuánto no hablas con Savannah? ¿Hace cuánto no la ves?
Santiago se apoyó contra el respaldo, incómodo.
— Días.
— ¿Días? — Elías lo miró con los ojos entrecerrados —. Santiago, ella es tu prometida. No una más. No alguien que puedas dejar esperando mientras otra vive en tu casa, te reta, te manipula y pone todo en jaque.
Santiago apretó los puños sobre sus rodillas.
— No ha pasado nada entre Alexa y yo. Lo sabes.
— Lo sé. Pero ella no lo sabe. Y lo que se ve desde afuera no es limpio, no es claro. Savannah es inteligente, pero no va a quedarse eternamente esperando a que pongas en orden tu vida. Ella merece más que eso.
Santiago cerró los ojos por un instante, como si las palabras de su amigo le hicieran ver algo que había evitado mirar.
— Tienes razón — dijo finalmente —. He dejado que Alexa me desvíe del camino. Y no solo por lo que ha hecho… sino por lo que representa. Es una rebelión contra todo lo que he defendido. Pero Savannah es lo que elegí. Lo que construí. Lo que tiene sentido.
Elías asintió, más tranquilo.
— Entonces ve y recuérdaselo. A ella y a ti mismo. Antes de que sea demasiado tarde.
El aeropuerto estaba silencioso a esa hora de la noche. Santiago esperaba con las manos en los bolsillos y el corazón agitado. No sabía exactamente qué iba a decirle. Solo sabía que tenía que verla. Que no podía seguir ignorando lo que ella significaba para él.Savannah apareció entre la multitud con esa elegancia serena que siempre la distinguía. No corrió hacia él, no sonrió. Caminó con paso firme, su mirada fija en la suya. Sabía que Santiago estaba allí, pero también sabía que esperaba una tormenta. Cuando estuvieron frente a frente, ella no lo abrazó de inmediato.— ¿Viniste solo? —. Preguntó con tono neutro.— Siempre lo estoy cuando tú no estás.Savannah alzó una ceja, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.— ¿Incluso con una chica viviendo en tu casa?Santiago tragó saliva.— No la pedí. No la quiero ahí. Y estoy tratando de sacarla.— No tan fuerte como deberías —. Dijo ella, sin rabia, pero sin suavidad.Santiago bajó la mirada. Pero Savannah, tras un segundo, dio un paso má
El comedor principal de la mansión de los Barnein, estaba bañado por una luz tenue que se filtraba por las ventanas de vidrió, de esas que no invitan a hablar, sino a escuchar. Los padres de Santiago estaban en la sala principal cuando éste llegó. Su padre leía el periódico, su madre revolvía el té sin beberlo. Ambos levantaron la vista cuando lo vieron aparecer.— Necesitamos hablar —. Dijo Santiago, sin rodeos.Su madre dejó la cucharilla. Su padre dobló el periódico con calma.— ¿Sobre Alexa? —preguntó él.Santiago asintió.— Ella se va. Y esta vez, no pienso negociar.Hubo un silencio breve. Tenso.— Hijo… — Empezó su madre, con voz pausada —. Alexa está allí por una razón. Su familia tiene una historia con la nuestra. No puedes simplemente…— No lo decidieron conmigo. Me impusieron una situación sin consultarme, en mi propia casa. Eso ya fue un error.— Queríamos ayudarte. — Intervino su padre —. Te estás acercando a un punto en tu vida donde debes elegir qué tipo de mujer quiere
El reloj marcaba las 11:47 p.m. Santiago había llegado nuevamente a la casa de sus padres, todos dormían. Éste entró en silencio, descalzo, con la chaqueta sobre el brazo y el corazón más alerta que nunca.No encendió las luces. Conocía la mansión de memoria. Caminó hasta la biblioteca, un lugar que su madre frecuentaba más que nadie, y que pocas veces alguien más osaba tocar.La cerradura estaba simple. No había llave. Eso, ya de por sí, le pareció extraño. Demasiado accesible para alguien tan reservada como su madre. Encendió una lámpara pequeña sobre el escritorio. Empezó a revisar. No buscaba nada en particular, pero sabía que algo debía haber.Pasaron minutos… hasta que lo encontró. Un cajón oculto. Un compartimento en la parte inferior del archivador. Forzó un poco con una navaja de escritorio, hasta que escuchó el “clic”. Al abrirlo pudo ver una caja de madera bien cuidada. La abrió con cuidado, y en su interior encontró unas cartas.Algunas estaban escritas a mano; otras estab
El motor del auto se apagó frente a los altos portones de hierro forjado. Santiago no esperó a que el chofer le abriera la puerta; después de tres días en Madrid cerrando acuerdos y rodeado de trajes vacíos, necesitaba respirar el aire de su hogar.La mansión se alzaba con su habitual sobriedad elegante, sus muros blancos contrastando con el cielo gris de la tarde. Todo parecía en orden… al menos, en la superficie.Caminó por el pasillo principal, su maleta aún en la mano. El silencio de la casa era extraño. A esta hora, siempre había algunos empleados en los alrededores.— Señor, bienvenido. — Su nana aparece frente a él. — No lo esperaba hoy.— ¿Dónde están todos? — Habló con tono grave, dejando su abrigo sobre la silla del recibidor.— Bueno, todos terminaron sus deberes temprano y se fueron a descansar. — Habla con calma.Él no dice nada más, y decide ir a su habitación.Subió las escaleras con paso firme, pero al doblar por el pasillo que conducía a las habitaciones, algo lo det
Santiago subió las escaleras con pasos pesados, la sangre ardiendo en las venas. Marcó el número de su madre sin pensarlo. Al segundo tono, ella respondió.— Hola, hijo.— ¿Por qué está aquí? — Soltó él, sin cortesía, sin preámbulos.Del otro lado de la línea hubo una pausa. Luego, la voz de su madre se volvió serena, casi condescendiente.— Sabes perfectamente por qué, Santiago. Necesitas compañía. Alguien que te ayude. Alexa es… — ¡No necesito a nadie! — La interrumpió. — Y menos a una desconocida que se mueve por mi casa como si le perteneciera.— No es una desconocida. La conoces. La has conocido desde hace más tiempo del que admites.Santiago apretó el teléfono con fuerza. Sabía que sus padres no se detenían ante nada y que siempre vigilaban cada uno de sus movimientos. — No quiero que se quede. No confío en ella.— No es cuestión de confianza. — Dijo su padre, tomando la llamada en conferencia, como solía hacer cuando las cosas se ponían serias. — Es cuestión de lo que está en
El ala sur era cómoda, sí, pero no era lo que Alexa esperaba. Las ventanas daban al jardín más sombrío de la mansión, el mobiliario era austero y, sobre todo, la sensación de aislamiento era palpable. Durante los primeros dos días, se mantuvo tranquila, observaba, planeaba. El tercer día, actuó.Esperó a que Santiago saliera por la mañana. Fingió una caminata inocente por el jardín y, con naturalidad, cruzó de nuevo al ala norte. Su objetivo, el despacho. Quería seguir explorando, pero más que nada, quería provocarlo.La puerta estaba cerrada, como era de esperarse. Pero no con llave. Sonrió. “Deberías cerrarla”, había dicho él. Qué ironía.Entró. La habitación estaba impecable. Demasiado. No había papeles a la vista, ni carpetas, ni nada útil. Solo libros alineados con precisión quirúrgica. Caminó entre ellos, pasando los dedos por los lomos, hasta que uno llamó su atención. Lo tomó. Lo abrió.Estaba vacío. Solo tapas, sin páginas. Entonces escuchó la voz detrás de ella.— ¿Buscabas
Santiago había pasado la noche revisando minuciosamente los documentos que debía presentar a sus padres y a la junta directiva de la empresa familiar. Todo debía ser perfecto; cifras, reportes, pronósticos; cada palabra calibrada para reforzar su liderazgo. Mientras tanto, en el ala sur, Alexa esperaba con frialdad. La receta de sabotaje que había elaborado en la noche previa bullía en su mente.Al llegar al salón, notó que el ambiente ya estaba tenso. Empleados y familiares se habían reunido para la presentación matutina. Santiago se encontraba al frente, preparado para exponer, cuando un murmullo comenzó a recorrer la sala. Uno de los asistentes, con voz temblorosa, levantó la mano.— Disculpe, señor Barnein, estos números... no coinciden con los reportados la semana pasada.Santiago frunció el ceño, mirando el informe que había distribuido. Fue entonces cuando un empleado, con expresión desconcertada, sacó del sobre un documento manchado de tinta roja y tachaduras. La evidencia era