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Capítulo 5: No he tenido cabeza para pensar en ella.

Alexa aún sostenía el expediente cuando Santiago se lo arrebató sin una palabra. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Alexa sintió que iba a romper ese muro que él siempre mantenía. Pero no. Él solo se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue. Cerró sin violencia, pero con una fuerza que decía más que cualquier grito.

Media hora después, el sonido de la puerta del despacho del padre de Santiago sacudió la mansión. Éste no pidió permiso para entrar. Lo hizo como lo hacía todo; directo, decidido, sin rodeos. Sus padres estaban allí, sentados en silencio, revisando informes. Al verlo, su madre levantó la vista primero, ya sabiendo que la tormenta se acercaba.

— Necesitamos hablar— Dijo él observando a sus padres sin ninguna emoción en su rostro. 

— ¿Sobre Alexa? —. Preguntó su padre, cruzando los brazos—. Imaginé que tardarías menos.

Santiago arrojó el expediente sobre la mesa.

— ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó este tipo de seguimiento? ¿Qué significa eso de “proceso de integración”? ¿Desde cuándo estamos trayendo personas a esta casa como si fueran... proyectos?

Su madre suspiró, como si esa conversación hubiera sido pospuesta demasiadas veces.

— No se suponía que tú te involucraras. Alexa iba a cumplir un papel, nada más.

— ¿Un papel? ¿En mi casa? ¿Sin mi consentimiento?

— Tu casa es parte del legado — Intervino su padre con frialdad —. Y nosotros decidimos qué es lo mejor para preservarlo.

— Te equivocas. — Refuto con furia. — Es mi casa, comprada con mi dinero. Nada en ella les pertenece. No pueden seguir decidiendo a quién meter allí, a quién probar, y con qué propósito.

— Sólo será por un tiempo. — Dijo su madre con firmeza.

Santiago se acercó, apoyando las manos sobre la mesa, inclinado hacia ellos.

—Ya sabe lo suficiente. Tiene sospechas de algo. Y sea lo que sea, no seguiré haciendo parte de esto… 

Su padre se levantó.

— ¿Estás desarrollando sentimientos hacía ella?

Santiago lo miró como si la pregunta hubiera sido un insulto.

— Estoy desarrollando sentido común. Ella está provocando mi ira. Y si lo hace, no duden en que las consecuencias no serán agradables para ninguno de ustedes… — Sus padres guardaron silencio.

— O la sacan de mi casa, o la saco por mi cuenta. — Añadió Santiago —. Y si eso significa romper con esta absurda tradición, y los lazos familiares, lo haré.

No esperó respuesta. Salió del despacho con la misma intensidad con la que había entrado, dejando a sus padres rodeados de papeles… y de una decisión que tendrían que tomar más pronto de lo que pensaban.

Santiago llegó a la empresa de Elías al caer la tarde. Aunque era una empresa en la cual siempre había el fluir de los empleados de un lado al otro, el ambiente era un poco más tranquilo, ajeno al lujo de la mansión, pero lleno de algo más valioso;  sinceridad.

Elías estaba sentado detrás de su escritorio cuando lo vio entrar. No preguntó nada. Solo levantó la mirada, midió el cansancio en el rostro de su amigo.

— ¿Ya se desató el infierno?

Santiago dejó escapar una risa seca. Se sentó frente a él y se pasó las manos por el rostro.

— Sí. Y no sé cómo apagarlo sin incendiarlo todo.

Elías dejó lo que estaba haciendo a un lado. Su amigo necesitaba de él en estos momentos.

— ¿Es por ella?

— Alexa. — Asintió —. Saboteó una presentación con documentos falsificados. Está jugando un juego peligroso... pero lo peor es que no sabe por qué está allí. Y yo tampoco lo sabía. Hasta hoy.

— ¿Qué averiguaste?

Santiago negó con la cabeza.

— Mis padres no han dicho todo. Solo hablan de “integración”, de “tradición”, de que ella podría ser funcional si se adapta. ¿Te das cuenta de lo retorcido que suena eso?

Elías entrecerró los ojos.

— ¿Están... entrenándola?

— Como si fuera una pieza que debe encajar en la estructura familiar. Como si fuera un proyecto más. Pero no lo es. Es una persona. Y se está desmoronando mientras todos esperan a ver si se convierte en algo útil.

Elías guardó silencio un momento, luego apoyó los codos sobre las rodillas.

— ¿Y tú qué vas a hacer?

Santiago lo miró.

— No lo sé. Parte de mí quiere echarla ya. Sacarla de esa casa, alejarla de todo esto. Pero también sé que si lo hago... se queda con la idea equivocada. Ella cree que está allí por algo que no es real. Y si se va sin saberlo, va a llevar esa mentira para siempre.

— ¿Y si se queda?

— Si se queda, la familia va a intentar moldearla. Y ella... no se deja moldear. No es de las que se quiebran. Es de las que revientan.

Elías asintió con gravedad.

— Entonces es una bomba.

— Una bomba... que yo no encendí, pero que ahora tengo que desarmar.

Elías lo miró con una mezcla de empatía y desafío.

— Lo que hagas ahora, Santiago, no es solo por ella. También es por ti. O pones orden y enfrentas lo que sea que tus padres han hecho… o vas a perder más que el control de tu casa. Vas a perderte a ti mismo.

Santiago apretó la mandíbula. Sabía que Elías tenía razón. Y, por primera vez en días, sintió que estaba a punto de tomar una decisión. Una que marcaría un antes y un después.

Elías pidió a su secretaria dos cafés, a los pocos minutos está los llevó a su oficina. Santiago seguía en silencio, mirando al suelo, atrapado en sus pensamientos.

— Estás cargando demasiado. — dijo Elías al sentarse frente a él —. Lo entiendo. Pero hay algo que no me has mencionado ni una sola vez desde que llegaste.

Santiago alzó la mirada, confundido.

— ¿Qué cosa?

— Savannah.

El nombre cayó como una piedra en el agua. Santiago parpadeó, como si apenas recordara de quién hablaba.

— No he tenido cabeza para eso…

— Eso es exactamente lo que me preocupa. — Interrumpió Elías —. Estás tan metido en este lío con Alexa que has olvidado a la persona que lleva años apostando por ti sin condiciones. ¿Hace cuánto no hablas con Savannah? ¿Hace cuánto no la ves?

Santiago se apoyó contra el respaldo, incómodo.

— Días.

— ¿Días? — Elías lo miró con los ojos entrecerrados —. Santiago, ella es tu prometida. No una más. No alguien que puedas dejar esperando mientras otra vive en tu casa, te reta, te manipula y pone todo en jaque.

Santiago apretó los puños sobre sus rodillas.

— No ha pasado nada entre Alexa y yo. Lo sabes.

— Lo sé. Pero ella no lo sabe. Y lo que se ve desde afuera no es limpio, no es claro. Savannah es inteligente, pero no va a quedarse eternamente esperando a que pongas en orden tu vida. Ella merece más que eso.

Santiago cerró los ojos por un instante, como si las palabras de su amigo le hicieran ver algo que había evitado mirar.

— Tienes razón — dijo finalmente —. He dejado que Alexa me desvíe del camino. Y no solo por lo que ha hecho… sino por lo que representa. Es una rebelión contra todo lo que he defendido. Pero Savannah es lo que elegí. Lo que construí. Lo que tiene sentido.

Elías asintió, más tranquilo.

— Entonces ve y recuérdaselo. A ella y a ti mismo. Antes de que sea demasiado tarde.

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