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Capítulo 4: ¿Qué clase de experimento soy para ustedes?

Santiago había pasado la noche revisando minuciosamente los documentos que debía presentar a sus padres y a la junta directiva de la empresa familiar. Todo debía ser perfecto; cifras, reportes, pronósticos; cada palabra calibrada para reforzar su liderazgo. Mientras tanto, en el ala sur, Alexa esperaba con frialdad. La receta de sabotaje que había elaborado en la noche previa bullía en su mente.

Al llegar al salón, notó que el ambiente ya estaba tenso. Empleados y familiares se habían reunido para la presentación matutina. Santiago se encontraba al frente, preparado para exponer, cuando un murmullo comenzó a recorrer la sala. Uno de los asistentes, con voz temblorosa, levantó la mano.

— Disculpe, señor Barnein, estos números... no coinciden con los reportados la semana pasada.

Santiago frunció el ceño, mirando el informe que había distribuido. Fue entonces cuando un empleado, con expresión desconcertada, sacó del sobre un documento manchado de tinta roja y tachaduras. La evidencia era directa y dolorosa, los informes habían sido alterados, modificando cifras clave.

—Esto es un error imperdonable. — Replicó Santiago, intentando mantener el control —. Permítanme revisar estos datos.

Pero ya era tarde. Los murmullos crecían; las miradas de los presentes se tornaban incrédulas. En la confusión del momento, uno de los asistentes le reveló a Santiago en voz baja…

— Se dice que alguien con acceso a la casa podría haber intervenido en los archivos. ¿Quién podría tener la oportunidad?

Santiago sintió el piso moviéndose bajo sus pies. Había trabajado duro para demostrar su capacidad, y ahora su control se estaba desmoronando ante sus propios familiares y empleados. Su mirada buscó respuestas, pero encontró solo rostros preocupados y desconcertados.

Mientras el ambiente se espesaba en acusaciones silenciosas, Santiago se apartó unos instantes para controlar la situación en privado. En su despacho, revisó nuevamente cada documento, cada cifra. Fue allí cuando notó algo que no había visto antes; entre los tachones y correcciones, se vislumbraban firmas disfrazadas, una especie de marca personal que él jamás había usado. Y sólo una persona cruzó por su cabeza, Alexa.

Con el rostro endurecido por la decepción y la furia, Santiago volvió al salón. Con voz autoritaria, pero ahora ya teñida de una amargura inconfesable, anunció.

— Debo aclarar que esta alteración no es un mero error administrativo. Tenemos que investigar y esclarecer quién está poniendo en riesgo no solo mi liderazgo, sino la estabilidad de esta familia y empresa.

La sala quedó en silencio, expectante. El impacto del sabotaje era innegable. Y en ese instante, Alexa quien estaba oculta, observando la situación, se dio cuenta de que su acción directa había alterado las reglas del juego. Había ido más allá de una simple resistencia; había desencadenado una crisis en la que ella, a pesar de su aparente rebeldía, había dejado una marca irreversible en la estructura que Santiago tanto se esforzaba por mantener.

Horas después, el ambiente en la mansión era de hielo. Los empleados caminaban en silencio. Nadie sabía con certeza qué había pasado, pero todos lo sentían; algo se había roto.

Santiago estaba en su despacho, de pie frente a la ventana, los brazos cruzados con rigidez militar. Había pasado toda la tarde limpiando el desastre que Alexa dejó atrás; aclarando que los documentos originales no habían sido alterados en el sistema, señalando que la manipulación había sido en copias impresas. Aún así, la duda había sido sembrada. Su credibilidad había sufrido una fisura. Y en su familia, eso era una mancha difícil de borrar.

Bertha entró sin tocar. Como siempre.

— Fue ella, ¿verdad? — Santiago no respondió. — Lo sabías. — Añadió ella con severidad —. Sabías que era un riesgo, pero aún así permitiste que se quedara.

— No lo permití. Me la impusieron. — Soltó él, sin mirarla—. Ahora estoy pagando por ceder.

— Entonces corrige tu error.

Santiago finalmente se volvió hacia ella, sus ojos oscuros, duros.

— No voy a echarla. Aún no.

Bertha parpadeó, sorprendida. Fue la primera vez que lo escuchó decir eso con convicción.

— ¿Por qué?

— Porque quiero entender qué es lo que realmente está buscando. —Respondió —. Nadie se arriesga tanto por capricho. Ni siquiera ella.

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Mientras tanto, en su habitación, Alexa saboreaba su aparente triunfo. Había paseado por los pasillos como si nada. Sin arrepentimiento. Sin miedo.

Pero por dentro, algo se agitaba. No lo admitía, pero la mirada de Santiago durante la reunión… esa furia contenida, esa decepción... había calado más hondo de lo que pensaba. No porque le importara lo que él sintiera, claro. Sino porque, por un instante, sintió que había cruzado una línea invisible. Y no sabía si del otro lado la esperaba el castigo… o algo más complejo.

Tocaron a su puerta. Era Bertha.

— ¿Vienes a interrogarme también? — Dijo Alexa, sentándose en la cama como si fuera la reina del castillo.

Bertha la observó en silencio durante varios segundos. Luego dijo:

— No sé qué estás buscando, niña. Pero te advierto algo; esta casa no es un juego. Aquí no se lucha por rebeldía. Se lucha por legado.

Alexa frunció el ceño.

— ¿Legado? No vine aquí a formar parte de una tradición.

— Entonces será mejor que empieces a entender dónde estás. Porque si sigues por ese camino… no vas a destruir a Santiago. Te vas a destruir tú sola.

Y con eso, Bertha se fue.

Dos días después del incidente de los documentos, el ambiente en la mansión era bastante tenso. Ahora Alexa no podía moverse por la mansión sin que alguien la vigilara discretamente. Hasta Bertha parecía más fría, como si ya no la viera como una niña rebelde, sino como una amenaza. Pero Alexa no se detuvo.

— Si ellos me van a tratar como una enemiga, entonces voy a comportarme como una.

Había algo raro en todo esto. Ella lo sentía. Su presencia en esa casa no era normal. Las reglas que le imponían, el rol que le asignaron sin su consentimiento, esa idea de "prepararla" para formar parte de la familia… ¿Por qué? ¿Por qué ella?

Esa noche, esperó a que la casa se sumiera en silencio. Había observado durante días el ir y venir del personal, las rutas de las empleadas, los momentos en que la vigilancia se relajaba. Y había encontrado un patrón.

Salió de su habitación sin hacer ruido, vestida de negro, el cabello recogido y los pasos suaves. Su objetivo estaba claro, el archivo personal de la familia. Bertha lo mencionó una vez sin darse cuenta. Algo sobre las decisiones importantes “registradas en el cuarto del fondo”.

El cuarto del fondo estaba en el ala privada. Donde se tomaban las decisiones que no se comentaban con el resto. Y Alexa, con su intuición aguda, sabía que allí encontraría respuestas. O al menos una pista de por qué la habían traído allí.

Llegó a la puerta. Cerrada, por supuesto. Pero no con llave.

— Otra vez subestiman a la chica problemática. — Susurró con una sonrisa, mientras entraba al lugar.

El archivo no era digital. Eran carpetas, expedientes, documentos firmados a mano. Rápidamente comenzó a revisar los nombres. “Proyecto Aurora”. “Acuerdos familiares”. “Transiciones empresariales”. Nada que tuviera su nombre… hasta que lo encontró.

ALEXA C. — DOSSIER FAMILIAR.

Lo abrió con manos temblorosas. En su interior, encontró una fotografía suya — Antigua. — Y varios documentos que no reconocía. Informes, evaluaciones. Una carta. Su rostro palideció al leerla.

“Consideramos que Alexa podría ser una candidata funcional si se somete al proceso adecuado de integración. Su carácter desafiante podría convertirse en un activo si logra adaptarse al código familiar.”

La puerta detrás de ella se cerró. Santiago se había percatado del movimiento sospechoso y no dudó en seguirla. 

— ¿Qué parte de “no cruzar los límites” no entendiste?

Alexa se dio la vuelta, con el expediente aún en las manos. Ya no tenía esa sonrisa cínica. Ahora había fuego en sus ojos. Orgullo, sí. Pero también miedo, confusión.

— ¿Qué es esto, Santiago? ¿Qué clase de experimento soy para ustedes?

Él no respondió enseguida. Solo la miró. Y por primera vez, hubo un silencio entre ellos que no estaba lleno de odio… sino de verdad no dicha.

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