Santiago había pasado la noche revisando minuciosamente los documentos que debía presentar a sus padres y a la junta directiva de la empresa familiar. Todo debía ser perfecto; cifras, reportes, pronósticos; cada palabra calibrada para reforzar su liderazgo. Mientras tanto, en el ala sur, Alexa esperaba con frialdad. La receta de sabotaje que había elaborado en la noche previa bullía en su mente.
Al llegar al salón, notó que el ambiente ya estaba tenso. Empleados y familiares se habían reunido para la presentación matutina. Santiago se encontraba al frente, preparado para exponer, cuando un murmullo comenzó a recorrer la sala. Uno de los asistentes, con voz temblorosa, levantó la mano.
— Disculpe, señor Barnein, estos números... no coinciden con los reportados la semana pasada.
Santiago frunció el ceño, mirando el informe que había distribuido. Fue entonces cuando un empleado, con expresión desconcertada, sacó del sobre un documento manchado de tinta roja y tachaduras. La evidencia era directa y dolorosa, los informes habían sido alterados, modificando cifras clave.
—Esto es un error imperdonable. — Replicó Santiago, intentando mantener el control —. Permítanme revisar estos datos.
Pero ya era tarde. Los murmullos crecían; las miradas de los presentes se tornaban incrédulas. En la confusión del momento, uno de los asistentes le reveló a Santiago en voz baja…
— Se dice que alguien con acceso a la casa podría haber intervenido en los archivos. ¿Quién podría tener la oportunidad?
Santiago sintió el piso moviéndose bajo sus pies. Había trabajado duro para demostrar su capacidad, y ahora su control se estaba desmoronando ante sus propios familiares y empleados. Su mirada buscó respuestas, pero encontró solo rostros preocupados y desconcertados.
Mientras el ambiente se espesaba en acusaciones silenciosas, Santiago se apartó unos instantes para controlar la situación en privado. En su despacho, revisó nuevamente cada documento, cada cifra. Fue allí cuando notó algo que no había visto antes; entre los tachones y correcciones, se vislumbraban firmas disfrazadas, una especie de marca personal que él jamás había usado. Y sólo una persona cruzó por su cabeza, Alexa.
Con el rostro endurecido por la decepción y la furia, Santiago volvió al salón. Con voz autoritaria, pero ahora ya teñida de una amargura inconfesable, anunció.
— Debo aclarar que esta alteración no es un mero error administrativo. Tenemos que investigar y esclarecer quién está poniendo en riesgo no solo mi liderazgo, sino la estabilidad de esta familia y empresa.
La sala quedó en silencio, expectante. El impacto del sabotaje era innegable. Y en ese instante, Alexa quien estaba oculta, observando la situación, se dio cuenta de que su acción directa había alterado las reglas del juego. Había ido más allá de una simple resistencia; había desencadenado una crisis en la que ella, a pesar de su aparente rebeldía, había dejado una marca irreversible en la estructura que Santiago tanto se esforzaba por mantener.
Horas después, el ambiente en la mansión era de hielo. Los empleados caminaban en silencio. Nadie sabía con certeza qué había pasado, pero todos lo sentían; algo se había roto.
Santiago estaba en su despacho, de pie frente a la ventana, los brazos cruzados con rigidez militar. Había pasado toda la tarde limpiando el desastre que Alexa dejó atrás; aclarando que los documentos originales no habían sido alterados en el sistema, señalando que la manipulación había sido en copias impresas. Aún así, la duda había sido sembrada. Su credibilidad había sufrido una fisura. Y en su familia, eso era una mancha difícil de borrar.
Bertha entró sin tocar. Como siempre.
— Fue ella, ¿verdad? — Santiago no respondió. — Lo sabías. — Añadió ella con severidad —. Sabías que era un riesgo, pero aún así permitiste que se quedara.
— No lo permití. Me la impusieron. — Soltó él, sin mirarla—. Ahora estoy pagando por ceder.
— Entonces corrige tu error.
Santiago finalmente se volvió hacia ella, sus ojos oscuros, duros.
— No voy a echarla. Aún no.
Bertha parpadeó, sorprendida. Fue la primera vez que lo escuchó decir eso con convicción.
— ¿Por qué?
— Porque quiero entender qué es lo que realmente está buscando. —Respondió —. Nadie se arriesga tanto por capricho. Ni siquiera ella.
—----------------------------- ****** —----------------------------
Mientras tanto, en su habitación, Alexa saboreaba su aparente triunfo. Había paseado por los pasillos como si nada. Sin arrepentimiento. Sin miedo.
Pero por dentro, algo se agitaba. No lo admitía, pero la mirada de Santiago durante la reunión… esa furia contenida, esa decepción... había calado más hondo de lo que pensaba. No porque le importara lo que él sintiera, claro. Sino porque, por un instante, sintió que había cruzado una línea invisible. Y no sabía si del otro lado la esperaba el castigo… o algo más complejo.
Tocaron a su puerta. Era Bertha.
— ¿Vienes a interrogarme también? — Dijo Alexa, sentándose en la cama como si fuera la reina del castillo.
Bertha la observó en silencio durante varios segundos. Luego dijo:
— No sé qué estás buscando, niña. Pero te advierto algo; esta casa no es un juego. Aquí no se lucha por rebeldía. Se lucha por legado.
Alexa frunció el ceño.
— ¿Legado? No vine aquí a formar parte de una tradición.
— Entonces será mejor que empieces a entender dónde estás. Porque si sigues por ese camino… no vas a destruir a Santiago. Te vas a destruir tú sola.
Y con eso, Bertha se fue.
Dos días después del incidente de los documentos, el ambiente en la mansión era bastante tenso. Ahora Alexa no podía moverse por la mansión sin que alguien la vigilara discretamente. Hasta Bertha parecía más fría, como si ya no la viera como una niña rebelde, sino como una amenaza. Pero Alexa no se detuvo.
— Si ellos me van a tratar como una enemiga, entonces voy a comportarme como una.
Había algo raro en todo esto. Ella lo sentía. Su presencia en esa casa no era normal. Las reglas que le imponían, el rol que le asignaron sin su consentimiento, esa idea de "prepararla" para formar parte de la familia… ¿Por qué? ¿Por qué ella?
Esa noche, esperó a que la casa se sumiera en silencio. Había observado durante días el ir y venir del personal, las rutas de las empleadas, los momentos en que la vigilancia se relajaba. Y había encontrado un patrón.
Salió de su habitación sin hacer ruido, vestida de negro, el cabello recogido y los pasos suaves. Su objetivo estaba claro, el archivo personal de la familia. Bertha lo mencionó una vez sin darse cuenta. Algo sobre las decisiones importantes “registradas en el cuarto del fondo”.
El cuarto del fondo estaba en el ala privada. Donde se tomaban las decisiones que no se comentaban con el resto. Y Alexa, con su intuición aguda, sabía que allí encontraría respuestas. O al menos una pista de por qué la habían traído allí.
Llegó a la puerta. Cerrada, por supuesto. Pero no con llave.
— Otra vez subestiman a la chica problemática. — Susurró con una sonrisa, mientras entraba al lugar.
El archivo no era digital. Eran carpetas, expedientes, documentos firmados a mano. Rápidamente comenzó a revisar los nombres. “Proyecto Aurora”. “Acuerdos familiares”. “Transiciones empresariales”. Nada que tuviera su nombre… hasta que lo encontró.
ALEXA C. — DOSSIER FAMILIAR.
Lo abrió con manos temblorosas. En su interior, encontró una fotografía suya — Antigua. — Y varios documentos que no reconocía. Informes, evaluaciones. Una carta. Su rostro palideció al leerla.
“Consideramos que Alexa podría ser una candidata funcional si se somete al proceso adecuado de integración. Su carácter desafiante podría convertirse en un activo si logra adaptarse al código familiar.”
La puerta detrás de ella se cerró. Santiago se había percatado del movimiento sospechoso y no dudó en seguirla.
— ¿Qué parte de “no cruzar los límites” no entendiste?
Alexa se dio la vuelta, con el expediente aún en las manos. Ya no tenía esa sonrisa cínica. Ahora había fuego en sus ojos. Orgullo, sí. Pero también miedo, confusión.
— ¿Qué es esto, Santiago? ¿Qué clase de experimento soy para ustedes?
Él no respondió enseguida. Solo la miró. Y por primera vez, hubo un silencio entre ellos que no estaba lleno de odio… sino de verdad no dicha.
Alexa aún sostenía el expediente cuando Santiago se lo arrebató sin una palabra. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Alexa sintió que iba a romper ese muro que él siempre mantenía. Pero no. Él solo se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue. Cerró sin violencia, pero con una fuerza que decía más que cualquier grito.Media hora después, el sonido de la puerta del despacho del padre de Santiago sacudió la mansión. Éste no pidió permiso para entrar. Lo hizo como lo hacía todo; directo, decidido, sin rodeos. Sus padres estaban allí, sentados en silencio, revisando informes. Al verlo, su madre levantó la vista primero, ya sabiendo que la tormenta se acercaba.— Necesitamos hablar— Dijo él observando a sus padres sin ninguna emoción en su rostro. — ¿Sobre Alexa? —. Preguntó su padre, cruzando los brazos—. Imaginé que tardarías menos.Santiago arrojó el expediente sobre la mesa.— ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó este tipo de seguimiento? ¿Qué significa eso de “proceso de integración
El aeropuerto estaba silencioso a esa hora de la noche. Santiago esperaba con las manos en los bolsillos y el corazón agitado. No sabía exactamente qué iba a decirle. Solo sabía que tenía que verla. Que no podía seguir ignorando lo que ella significaba para él.Savannah apareció entre la multitud con esa elegancia serena que siempre la distinguía. No corrió hacia él, no sonrió. Caminó con paso firme, su mirada fija en la suya. Sabía que Santiago estaba allí, pero también sabía que esperaba una tormenta. Cuando estuvieron frente a frente, ella no lo abrazó de inmediato.— ¿Viniste solo? —. Preguntó con tono neutro.— Siempre lo estoy cuando tú no estás.Savannah alzó una ceja, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.— ¿Incluso con una chica viviendo en tu casa?Santiago tragó saliva.— No la pedí. No la quiero ahí. Y estoy tratando de sacarla.— No tan fuerte como deberías —. Dijo ella, sin rabia, pero sin suavidad.Santiago bajó la mirada. Pero Savannah, tras un segundo, dio un paso má
El comedor principal de la mansión de los Barnein, estaba bañado por una luz tenue que se filtraba por las ventanas de vidrió, de esas que no invitan a hablar, sino a escuchar. Los padres de Santiago estaban en la sala principal cuando éste llegó. Su padre leía el periódico, su madre revolvía el té sin beberlo. Ambos levantaron la vista cuando lo vieron aparecer.— Necesitamos hablar —. Dijo Santiago, sin rodeos.Su madre dejó la cucharilla. Su padre dobló el periódico con calma.— ¿Sobre Alexa? —preguntó él.Santiago asintió.— Ella se va. Y esta vez, no pienso negociar.Hubo un silencio breve. Tenso.— Hijo… — Empezó su madre, con voz pausada —. Alexa está allí por una razón. Su familia tiene una historia con la nuestra. No puedes simplemente…— No lo decidieron conmigo. Me impusieron una situación sin consultarme, en mi propia casa. Eso ya fue un error.— Queríamos ayudarte. — Intervino su padre —. Te estás acercando a un punto en tu vida donde debes elegir qué tipo de mujer quiere
El reloj marcaba las 11:47 p.m. Santiago había llegado nuevamente a la casa de sus padres, todos dormían. Éste entró en silencio, descalzo, con la chaqueta sobre el brazo y el corazón más alerta que nunca.No encendió las luces. Conocía la mansión de memoria. Caminó hasta la biblioteca, un lugar que su madre frecuentaba más que nadie, y que pocas veces alguien más osaba tocar.La cerradura estaba simple. No había llave. Eso, ya de por sí, le pareció extraño. Demasiado accesible para alguien tan reservada como su madre. Encendió una lámpara pequeña sobre el escritorio. Empezó a revisar. No buscaba nada en particular, pero sabía que algo debía haber.Pasaron minutos… hasta que lo encontró. Un cajón oculto. Un compartimento en la parte inferior del archivador. Forzó un poco con una navaja de escritorio, hasta que escuchó el “clic”. Al abrirlo pudo ver una caja de madera bien cuidada. La abrió con cuidado, y en su interior encontró unas cartas.Algunas estaban escritas a mano; otras estab
El motor del auto se apagó frente a los altos portones de hierro forjado. Santiago no esperó a que el chofer le abriera la puerta; después de tres días en Madrid cerrando acuerdos y rodeado de trajes vacíos, necesitaba respirar el aire de su hogar.La mansión se alzaba con su habitual sobriedad elegante, sus muros blancos contrastando con el cielo gris de la tarde. Todo parecía en orden… al menos, en la superficie.Caminó por el pasillo principal, su maleta aún en la mano. El silencio de la casa era extraño. A esta hora, siempre había algunos empleados en los alrededores.— Señor, bienvenido. — Su nana aparece frente a él. — No lo esperaba hoy.— ¿Dónde están todos? — Habló con tono grave, dejando su abrigo sobre la silla del recibidor.— Bueno, todos terminaron sus deberes temprano y se fueron a descansar. — Habla con calma.Él no dice nada más, y decide ir a su habitación.Subió las escaleras con paso firme, pero al doblar por el pasillo que conducía a las habitaciones, algo lo det
Santiago subió las escaleras con pasos pesados, la sangre ardiendo en las venas. Marcó el número de su madre sin pensarlo. Al segundo tono, ella respondió.— Hola, hijo.— ¿Por qué está aquí? — Soltó él, sin cortesía, sin preámbulos.Del otro lado de la línea hubo una pausa. Luego, la voz de su madre se volvió serena, casi condescendiente.— Sabes perfectamente por qué, Santiago. Necesitas compañía. Alguien que te ayude. Alexa es… — ¡No necesito a nadie! — La interrumpió. — Y menos a una desconocida que se mueve por mi casa como si le perteneciera.— No es una desconocida. La conoces. La has conocido desde hace más tiempo del que admites.Santiago apretó el teléfono con fuerza. Sabía que sus padres no se detenían ante nada y que siempre vigilaban cada uno de sus movimientos. — No quiero que se quede. No confío en ella.— No es cuestión de confianza. — Dijo su padre, tomando la llamada en conferencia, como solía hacer cuando las cosas se ponían serias. — Es cuestión de lo que está en
El ala sur era cómoda, sí, pero no era lo que Alexa esperaba. Las ventanas daban al jardín más sombrío de la mansión, el mobiliario era austero y, sobre todo, la sensación de aislamiento era palpable. Durante los primeros dos días, se mantuvo tranquila, observaba, planeaba. El tercer día, actuó.Esperó a que Santiago saliera por la mañana. Fingió una caminata inocente por el jardín y, con naturalidad, cruzó de nuevo al ala norte. Su objetivo, el despacho. Quería seguir explorando, pero más que nada, quería provocarlo.La puerta estaba cerrada, como era de esperarse. Pero no con llave. Sonrió. “Deberías cerrarla”, había dicho él. Qué ironía.Entró. La habitación estaba impecable. Demasiado. No había papeles a la vista, ni carpetas, ni nada útil. Solo libros alineados con precisión quirúrgica. Caminó entre ellos, pasando los dedos por los lomos, hasta que uno llamó su atención. Lo tomó. Lo abrió.Estaba vacío. Solo tapas, sin páginas. Entonces escuchó la voz detrás de ella.— ¿Buscabas