Esa misma noche, Santiago no pudo dormir. La imagen de Alexa, moviéndose como un veneno silencioso dentro de su casa, lo mantenía en vilo. Necesitaba detenerla… pero no de frente. Tenía que hacerla caer sola.Se levantó antes del amanecer, encendió las luces del despacho y llamó a Elías.— Necesito que me ayudes con algo —. Dijo apenas escuchó la voz de su amigo.— Dime.— Quiero hacerle creer a Alexa que hay algo que podría usar en mi contra. Algo jugoso. Algo que no pueda resistir.Elías rió suavemente.— ¿Una carnada?— Exactamente. — Respondió Santiago—. Quiero ver hasta dónde llega cuando crea que tiene el control.Santiago pasó las siguientes horas elaborando un falso documento, un supuesto contrato que comprometía a su familia en negocios turbios. El tipo de información que alguien ambicioso no podría ignorar. Lo elaboró tan minuciosamente que colocó fecha reciente, sellos creíbles, detalles técnicos. Elías ayudó a perfeccionarlo, asegurándose de que pareciera auténtico incluso
Santiago entró en la biblioteca de su padre con paso firme. Don Samuel ya estaba allí, mirando por la ventana, como si esperara su llegada. Sabía que su hijo no estaría tranquilo hasta que no saque a esa mujer de su casa, y debía aceptar que ellos eran los verdaderos culpables de todo lo que estaba sucediendo.— Si viniste a hablar sobre Alexa, ya sé lo que vas a decir —. Dijo Don Samuel, sin volverse.Santiago se detuvo frente a él con una leve sonrisa en los labios.— ¿Sabes? He estado observando… y me he dado cuenta de que estás mucho más tranquilo de lo que esperaba —. Comentó, con una pizca de sarcasmo.Don Samuel se giró en su silla, sus ojos brillando con frialdad.— Nunca subestimes a una serpiente, hijo. Aunque parezca tranquila, siempre sabe cuándo morder.Santiago asintió, la seriedad reemplazando su tono.— Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Estoy esperando a que muerda.El silencio se hizo denso. Don Samuel estudió a su hijo, como si estuviera buscando algo en sus
El motor del auto se apagó frente a los altos portones de hierro forjado. Santiago no esperó a que el chofer le abriera la puerta; después de tres días en Madrid cerrando acuerdos y rodeado de trajes vacíos, necesitaba respirar el aire de su hogar.La mansión se alzaba con su habitual sobriedad elegante, sus muros blancos contrastando con el cielo gris de la tarde. Todo parecía en orden… al menos, en la superficie.Caminó por el pasillo principal, su maleta aún en la mano. El silencio de la casa era extraño. A esta hora, siempre había algunos empleados en los alrededores.— Señor, bienvenido. — Su nana aparece frente a él. — No lo esperaba hoy.— ¿Dónde están todos? — Habló con tono grave, dejando su abrigo sobre la silla del recibidor.— Bueno, todos terminaron sus deberes temprano y se fueron a descansar. — Habla con calma.Él no dice nada más, y decide ir a su habitación.Subió las escaleras con paso firme, pero al doblar por el pasillo que conducía a las habitaciones, algo lo det
Santiago subió las escaleras con pasos pesados, la sangre ardiendo en las venas. Marcó el número de su madre sin pensarlo. Al segundo tono, ella respondió.— Hola, hijo.— ¿Por qué está aquí? — Soltó él, sin cortesía, sin preámbulos.Del otro lado de la línea hubo una pausa. Luego, la voz de su madre se volvió serena, casi condescendiente.— Sabes perfectamente por qué, Santiago. Necesitas compañía. Alguien que te ayude. Alexa es… — ¡No necesito a nadie! — La interrumpió. — Y menos a una desconocida que se mueve por mi casa como si le perteneciera.— No es una desconocida. La conoces. La has conocido desde hace más tiempo del que admites.Santiago apretó el teléfono con fuerza. Sabía que sus padres no se detenían ante nada y que siempre vigilaban cada uno de sus movimientos. — No quiero que se quede. No confío en ella.— No es cuestión de confianza. — Dijo su padre, tomando la llamada en conferencia, como solía hacer cuando las cosas se ponían serias. — Es cuestión de lo que está en
El ala sur era cómoda, sí, pero no era lo que Alexa esperaba. Las ventanas daban al jardín más sombrío de la mansión, el mobiliario era austero y, sobre todo, la sensación de aislamiento era palpable. Durante los primeros dos días, se mantuvo tranquila, observaba, planeaba. El tercer día, actuó.Esperó a que Santiago saliera por la mañana. Fingió una caminata inocente por el jardín y, con naturalidad, cruzó de nuevo al ala norte. Su objetivo, el despacho. Quería seguir explorando, pero más que nada, quería provocarlo.La puerta estaba cerrada, como era de esperarse. Pero no con llave. Sonrió. “Deberías cerrarla”, había dicho él. Qué ironía.Entró. La habitación estaba impecable. Demasiado. No había papeles a la vista, ni carpetas, ni nada útil. Solo libros alineados con precisión quirúrgica. Caminó entre ellos, pasando los dedos por los lomos, hasta que uno llamó su atención. Lo tomó. Lo abrió.Estaba vacío. Solo tapas, sin páginas. Entonces escuchó la voz detrás de ella.— ¿Buscabas
Santiago había pasado la noche revisando minuciosamente los documentos que debía presentar a sus padres y a la junta directiva de la empresa familiar. Todo debía ser perfecto; cifras, reportes, pronósticos; cada palabra calibrada para reforzar su liderazgo. Mientras tanto, en el ala sur, Alexa esperaba con frialdad. La receta de sabotaje que había elaborado en la noche previa bullía en su mente.Al llegar al salón, notó que el ambiente ya estaba tenso. Empleados y familiares se habían reunido para la presentación matutina. Santiago se encontraba al frente, preparado para exponer, cuando un murmullo comenzó a recorrer la sala. Uno de los asistentes, con voz temblorosa, levantó la mano.— Disculpe, señor Barnein, estos números... no coinciden con los reportados la semana pasada.Santiago frunció el ceño, mirando el informe que había distribuido. Fue entonces cuando un empleado, con expresión desconcertada, sacó del sobre un documento manchado de tinta roja y tachaduras. La evidencia era
Alexa aún sostenía el expediente cuando Santiago se lo arrebató sin una palabra. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Alexa sintió que iba a romper ese muro que él siempre mantenía. Pero no. Él solo se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue. Cerró sin violencia, pero con una fuerza que decía más que cualquier grito.Media hora después, el sonido de la puerta del despacho del padre de Santiago sacudió la mansión. Éste no pidió permiso para entrar. Lo hizo como lo hacía todo; directo, decidido, sin rodeos. Sus padres estaban allí, sentados en silencio, revisando informes. Al verlo, su madre levantó la vista primero, ya sabiendo que la tormenta se acercaba.— Necesitamos hablar— Dijo él observando a sus padres sin ninguna emoción en su rostro. — ¿Sobre Alexa? —. Preguntó su padre, cruzando los brazos—. Imaginé que tardarías menos.Santiago arrojó el expediente sobre la mesa.— ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó este tipo de seguimiento? ¿Qué significa eso de “proceso de integración
El aeropuerto estaba silencioso a esa hora de la noche. Santiago esperaba con las manos en los bolsillos y el corazón agitado. No sabía exactamente qué iba a decirle. Solo sabía que tenía que verla. Que no podía seguir ignorando lo que ella significaba para él.Savannah apareció entre la multitud con esa elegancia serena que siempre la distinguía. No corrió hacia él, no sonrió. Caminó con paso firme, su mirada fija en la suya. Sabía que Santiago estaba allí, pero también sabía que esperaba una tormenta. Cuando estuvieron frente a frente, ella no lo abrazó de inmediato.— ¿Viniste solo? —. Preguntó con tono neutro.— Siempre lo estoy cuando tú no estás.Savannah alzó una ceja, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.— ¿Incluso con una chica viviendo en tu casa?Santiago tragó saliva.— No la pedí. No la quiero ahí. Y estoy tratando de sacarla.— No tan fuerte como deberías —. Dijo ella, sin rabia, pero sin suavidad.Santiago bajó la mirada. Pero Savannah, tras un segundo, dio un paso má