El aeropuerto estaba silencioso a esa hora de la noche. Santiago esperaba con las manos en los bolsillos y el corazón agitado. No sabía exactamente qué iba a decirle. Solo sabía que tenía que verla. Que no podía seguir ignorando lo que ella significaba para él.
Savannah apareció entre la multitud con esa elegancia serena que siempre la distinguía. No corrió hacia él, no sonrió. Caminó con paso firme, su mirada fija en la suya. Sabía que Santiago estaba allí, pero también sabía que esperaba una tormenta. Cuando estuvieron frente a frente, ella no lo abrazó de inmediato.
— ¿Viniste solo? —. Preguntó con tono neutro.
— Siempre lo estoy cuando tú no estás.
Savannah alzó una ceja, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.
— ¿Incluso con una chica viviendo en tu casa?
Santiago tragó saliva.
— No la pedí. No la quiero ahí. Y estoy tratando de sacarla.
— No tan fuerte como deberías —. Dijo ella, sin rabia, pero sin suavidad.
Santiago bajó la mirada. Pero Savannah, tras un segundo, dio un paso más cerca y colocó su mano sobre el pecho de él.
— No estoy aquí para pelear, Santiago. Estoy aquí porque, a pesar de todo, sigo creyendo en ti. Pero me duele que hayas dejado que otra persona tenga más poder en tu casa que yo en tu vida.
Él la miró, derrotado.
— No fue por ella. Fue por todo lo que se vino encima. Mis padres tomaron la decisión por mí... Me sentí arrinconado, confundido. Y cuando quise reaccionar, ya te había hecho a un lado.
Savannah inspiró hondo. Luego lo abrazó. Y esa sola acción le devolvió el alma al cuerpo.
—Te amo —dijo ella contra su pecho—. Pero no voy a quedarme si tú no luchas por lo que somos. Por lo que hemos construido.
Santiago cerró los ojos.
—Lo haré. Te lo prometo. Empezando ahora.
Se separaron solo lo justo para verse a los ojos.
— Entonces vuelve —. Dijo Savannah—. Y pon tu casa en orden. No porque Alexa lo haya desordenado… sino porque tú lo permitiste. Hazlo por ti. Por mí. Por lo que viene.
Santiago asintió.
— ¿Vendrás conmigo?
Savannah negó con dulzura.
— No aún. Necesito ver si puedes con esto sin mí detrás, limpiando cada paso. Pero estaré esperándote. Del otro lado. Donde empieza nuestra vida.
Y sin más, le dio un beso breve, pero lleno de significado.
— Por cierto. Nunca has permitido que tus padres tomen decisiones por ti. Siempre has tenido el control de tu propia vida y eso es lo que más me enamoró de ti. — Luego se giró y se fue, dejándolo con una nueva claridad… y una nueva urgencia.
La mansión estaba en silencio, pero no en calma. Alexa caminaba por los pasillos como si ya los conociera, con los ojos bien abiertos, observando cada rincón como si pudiera encontrar una grieta en el sistema. Había dejado de fingir obediencia desde hacía días, y Bertha ya no lograba mantenerla ocupada.
Esa tarde, Alexa entró al despacho de Santiago. Nadie se lo impidió. La puerta no estaba cerrada, y eso para ella era una invitación. Con movimientos seguros, se dirigió al escritorio. Abrió un cajón, luego otro. Revisó documentos, carpetas, papeles que no entendía del todo, pero que olían a algo grande.
Encontró un sobre con el logo de la empresa familiar. Dentro, un borrador de estructura organizativa. Un nombre tachado. Otro escrito a mano. Un puesto sin dueño.
“¿Será para mí?”, pensó con una sonrisa torcida. “¿O ya tienen otra heredera lista?”
— ¿Qué estás buscando? —. Dijo la voz grave de Bertha desde el marco de la puerta.
Alexa no se sobresaltó.
— La verdad. — Respondió —. Porque todos aquí tienen una versión diferente, y yo no vine para aprender a planchar camisas ni a freír huevos.
Bertha frunció el ceño.
— Estás cruzando una línea peligrosa, niña.
Alexa se giró, desafiante.
— ¿Y qué van a hacer? ¿Echarme? No pueden. Ni siquiera Santiago puede. ¿O acaso no es eso lo que intentan esconder?
La nana dio un paso dentro del despacho.
— Él va a volver. Y cuando lo haga, más te vale haber encontrado algo de humildad.
Alexa sonrió, pero era una sonrisa sin rastro de simpatía.
— Cuando vuelva, lo estaré esperando. No con humildad… sino con respuestas que ni él sabe que existen.
La puerta principal se abrió con la misma energía con la que había sido cerrada días atrás. Santiago cruzó el umbral sin mirar hacia los lados, como si su presencia bastará para anunciar lo inevitable; algo iba a cambiar.
Bertha lo esperaba en el vestíbulo. Lo conocía desde niño, y sabía que su silencio hablaba más que mil gritos.
— Está en el despacho —. Dijo simplemente —. Te estaba esperando.
Santiago asintió. Subió las escaleras sin pausa, sin prisa. Sus pasos resonaban con un peso nuevo; el del hombre que ha tomado una decisión.
Abrió la puerta del despacho y allí estaba Alexa, sentada tras su escritorio, como si se tratara del suyo. Tenía un papel entre las manos y una expresión que mezclaba curiosidad y provocación.
— Vaya —. Dijo ella, alzando la vista —. Pensé que te habías rendido.
— No me rindo. — Respondió Santiago con voz firme—. Me preparo. Y eso es exactamente lo que hice.
Alexa dejó el papel sobre la mesa y se puso de pie, cruzando los brazos.
— ¿Y ahora qué? ¿Vas a echarme otra vez?
— No. — Contestó él, acercándose —. Ahora voy a hacer algo mejor: voy a devolverte a la realidad. Porque lo que estás viviendo aquí… es una fantasía que no te pertenece.
— No me puedes echar. — Replicó ella, desafiante—. Tus padres me trajeron. Ellos…
— Mis padres ya hablaron conmigo. Y cometieron un error al traerte aquí sin preguntarme. Uno que están dispuestos a corregir.
Alexa parpadeó. Por primera vez, algo en ella pareció tambalearse.
Santiago continuó.
— No estás aquí porque fuiste elegida. Estás aquí porque alguien creyó que podías ser moldeada. Pero ya ha quedado claro que no quieres formar parte de esto, y yo no voy a obligarte. Esta casa no es una jaula, Alexa, pero tampoco es un campo de batalla.
Alexa apretó los labios.
— ¿Y si no me voy?
— Entonces serás invisible. No tendrás acceso a nada, no hablarás con nadie, y lo poco que crees controlar se desvanecerá. Esta vez no voy a discutir. Esta vez, mando yo.
Silencio.
Santiago se dio la vuelta, pero antes de salir del despacho, se detuvo.
—Tienes hasta mañana para decidir cómo te vas. Por la puerta, o por tu cuenta. Pero te vas. — Y sin esperar respuesta, salió.
El comedor principal de la mansión de los Barnein, estaba bañado por una luz tenue que se filtraba por las ventanas de vidrió, de esas que no invitan a hablar, sino a escuchar. Los padres de Santiago estaban en la sala principal cuando éste llegó. Su padre leía el periódico, su madre revolvía el té sin beberlo. Ambos levantaron la vista cuando lo vieron aparecer.— Necesitamos hablar —. Dijo Santiago, sin rodeos.Su madre dejó la cucharilla. Su padre dobló el periódico con calma.— ¿Sobre Alexa? —preguntó él.Santiago asintió.— Ella se va. Y esta vez, no pienso negociar.Hubo un silencio breve. Tenso.— Hijo… — Empezó su madre, con voz pausada —. Alexa está allí por una razón. Su familia tiene una historia con la nuestra. No puedes simplemente…— No lo decidieron conmigo. Me impusieron una situación sin consultarme, en mi propia casa. Eso ya fue un error.— Queríamos ayudarte. — Intervino su padre —. Te estás acercando a un punto en tu vida donde debes elegir qué tipo de mujer quiere
El reloj marcaba las 11:47 p.m. Santiago había llegado nuevamente a la casa de sus padres, todos dormían. Éste entró en silencio, descalzo, con la chaqueta sobre el brazo y el corazón más alerta que nunca.No encendió las luces. Conocía la mansión de memoria. Caminó hasta la biblioteca, un lugar que su madre frecuentaba más que nadie, y que pocas veces alguien más osaba tocar.La cerradura estaba simple. No había llave. Eso, ya de por sí, le pareció extraño. Demasiado accesible para alguien tan reservada como su madre. Encendió una lámpara pequeña sobre el escritorio. Empezó a revisar. No buscaba nada en particular, pero sabía que algo debía haber.Pasaron minutos… hasta que lo encontró. Un cajón oculto. Un compartimento en la parte inferior del archivador. Forzó un poco con una navaja de escritorio, hasta que escuchó el “clic”. Al abrirlo pudo ver una caja de madera bien cuidada. La abrió con cuidado, y en su interior encontró unas cartas.Algunas estaban escritas a mano; otras estab
El motor del auto se apagó frente a los altos portones de hierro forjado. Santiago no esperó a que el chofer le abriera la puerta; después de tres días en Madrid cerrando acuerdos y rodeado de trajes vacíos, necesitaba respirar el aire de su hogar.La mansión se alzaba con su habitual sobriedad elegante, sus muros blancos contrastando con el cielo gris de la tarde. Todo parecía en orden… al menos, en la superficie.Caminó por el pasillo principal, su maleta aún en la mano. El silencio de la casa era extraño. A esta hora, siempre había algunos empleados en los alrededores.— Señor, bienvenido. — Su nana aparece frente a él. — No lo esperaba hoy.— ¿Dónde están todos? — Habló con tono grave, dejando su abrigo sobre la silla del recibidor.— Bueno, todos terminaron sus deberes temprano y se fueron a descansar. — Habla con calma.Él no dice nada más, y decide ir a su habitación.Subió las escaleras con paso firme, pero al doblar por el pasillo que conducía a las habitaciones, algo lo det
Santiago subió las escaleras con pasos pesados, la sangre ardiendo en las venas. Marcó el número de su madre sin pensarlo. Al segundo tono, ella respondió.— Hola, hijo.— ¿Por qué está aquí? — Soltó él, sin cortesía, sin preámbulos.Del otro lado de la línea hubo una pausa. Luego, la voz de su madre se volvió serena, casi condescendiente.— Sabes perfectamente por qué, Santiago. Necesitas compañía. Alguien que te ayude. Alexa es… — ¡No necesito a nadie! — La interrumpió. — Y menos a una desconocida que se mueve por mi casa como si le perteneciera.— No es una desconocida. La conoces. La has conocido desde hace más tiempo del que admites.Santiago apretó el teléfono con fuerza. Sabía que sus padres no se detenían ante nada y que siempre vigilaban cada uno de sus movimientos. — No quiero que se quede. No confío en ella.— No es cuestión de confianza. — Dijo su padre, tomando la llamada en conferencia, como solía hacer cuando las cosas se ponían serias. — Es cuestión de lo que está en
El ala sur era cómoda, sí, pero no era lo que Alexa esperaba. Las ventanas daban al jardín más sombrío de la mansión, el mobiliario era austero y, sobre todo, la sensación de aislamiento era palpable. Durante los primeros dos días, se mantuvo tranquila, observaba, planeaba. El tercer día, actuó.Esperó a que Santiago saliera por la mañana. Fingió una caminata inocente por el jardín y, con naturalidad, cruzó de nuevo al ala norte. Su objetivo, el despacho. Quería seguir explorando, pero más que nada, quería provocarlo.La puerta estaba cerrada, como era de esperarse. Pero no con llave. Sonrió. “Deberías cerrarla”, había dicho él. Qué ironía.Entró. La habitación estaba impecable. Demasiado. No había papeles a la vista, ni carpetas, ni nada útil. Solo libros alineados con precisión quirúrgica. Caminó entre ellos, pasando los dedos por los lomos, hasta que uno llamó su atención. Lo tomó. Lo abrió.Estaba vacío. Solo tapas, sin páginas. Entonces escuchó la voz detrás de ella.— ¿Buscabas
Santiago había pasado la noche revisando minuciosamente los documentos que debía presentar a sus padres y a la junta directiva de la empresa familiar. Todo debía ser perfecto; cifras, reportes, pronósticos; cada palabra calibrada para reforzar su liderazgo. Mientras tanto, en el ala sur, Alexa esperaba con frialdad. La receta de sabotaje que había elaborado en la noche previa bullía en su mente.Al llegar al salón, notó que el ambiente ya estaba tenso. Empleados y familiares se habían reunido para la presentación matutina. Santiago se encontraba al frente, preparado para exponer, cuando un murmullo comenzó a recorrer la sala. Uno de los asistentes, con voz temblorosa, levantó la mano.— Disculpe, señor Barnein, estos números... no coinciden con los reportados la semana pasada.Santiago frunció el ceño, mirando el informe que había distribuido. Fue entonces cuando un empleado, con expresión desconcertada, sacó del sobre un documento manchado de tinta roja y tachaduras. La evidencia era
Alexa aún sostenía el expediente cuando Santiago se lo arrebató sin una palabra. Sus ojos se encontraron, y por un segundo, Alexa sintió que iba a romper ese muro que él siempre mantenía. Pero no. Él solo se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue. Cerró sin violencia, pero con una fuerza que decía más que cualquier grito.Media hora después, el sonido de la puerta del despacho del padre de Santiago sacudió la mansión. Éste no pidió permiso para entrar. Lo hizo como lo hacía todo; directo, decidido, sin rodeos. Sus padres estaban allí, sentados en silencio, revisando informes. Al verlo, su madre levantó la vista primero, ya sabiendo que la tormenta se acercaba.— Necesitamos hablar— Dijo él observando a sus padres sin ninguna emoción en su rostro. — ¿Sobre Alexa? —. Preguntó su padre, cruzando los brazos—. Imaginé que tardarías menos.Santiago arrojó el expediente sobre la mesa.— ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó este tipo de seguimiento? ¿Qué significa eso de “proceso de integración