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Capítulo 6: No estoy aquí para pelear.

El aeropuerto estaba silencioso a esa hora de la noche. Santiago esperaba con las manos en los bolsillos y el corazón agitado. No sabía exactamente qué iba a decirle. Solo sabía que tenía que verla. Que no podía seguir ignorando lo que ella significaba para él.

Savannah apareció entre la multitud con esa elegancia serena que siempre la distinguía. No corrió hacia él, no sonrió. Caminó con paso firme, su mirada fija en la suya. Sabía que Santiago estaba allí, pero también sabía que esperaba una tormenta. Cuando estuvieron frente a frente, ella no lo abrazó de inmediato.

— ¿Viniste solo? —. Preguntó con tono neutro.

— Siempre lo estoy cuando tú no estás.

Savannah alzó una ceja, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.

— ¿Incluso con una chica viviendo en tu casa?

Santiago tragó saliva.

— No la pedí. No la quiero ahí. Y estoy tratando de sacarla.

— No tan fuerte como deberías —. Dijo ella, sin rabia, pero sin suavidad.

Santiago bajó la mirada. Pero Savannah, tras un segundo, dio un paso más cerca y colocó su mano sobre el pecho de él.

— No estoy aquí para pelear, Santiago. Estoy aquí porque, a pesar de todo, sigo creyendo en ti. Pero me duele que hayas dejado que otra persona tenga más poder en tu casa que yo en tu vida.

Él la miró, derrotado.

— No fue por ella. Fue por todo lo que se vino encima. Mis padres tomaron la decisión por mí... Me sentí arrinconado, confundido. Y cuando quise reaccionar, ya te había hecho a un lado.

Savannah inspiró hondo. Luego lo abrazó. Y esa sola acción le devolvió el alma al cuerpo.

—Te amo —dijo ella contra su pecho—. Pero no voy a quedarme si tú no luchas por lo que somos. Por lo que hemos construido.

Santiago cerró los ojos.

—Lo haré. Te lo prometo. Empezando ahora.

Se separaron solo lo justo para verse a los ojos.

— Entonces vuelve —. Dijo Savannah—. Y pon tu casa en orden. No porque Alexa lo haya desordenado… sino porque tú lo permitiste. Hazlo por ti. Por mí. Por lo que viene.

Santiago asintió.

— ¿Vendrás conmigo?

Savannah negó con dulzura.

— No aún. Necesito ver si puedes con esto sin mí detrás, limpiando cada paso. Pero estaré esperándote. Del otro lado. Donde empieza nuestra vida.

Y sin más, le dio un beso breve, pero lleno de significado. 

— Por cierto. Nunca has permitido que tus padres tomen decisiones por ti. Siempre has tenido el control de tu propia vida y eso es lo que más me enamoró de ti. — Luego se giró y se fue, dejándolo con una nueva claridad… y una nueva urgencia.

La mansión estaba en silencio, pero no en calma. Alexa caminaba por los pasillos como si ya los conociera, con los ojos bien abiertos, observando cada rincón como si pudiera encontrar una grieta en el sistema. Había dejado de fingir obediencia desde hacía días, y Bertha ya no lograba mantenerla ocupada.

Esa tarde, Alexa entró al despacho de Santiago. Nadie se lo impidió. La puerta no estaba cerrada, y eso para ella era una invitación. Con movimientos seguros, se dirigió al escritorio. Abrió un cajón, luego otro. Revisó documentos, carpetas, papeles que no entendía del todo, pero que olían a algo grande.

Encontró un sobre con el logo de la empresa familiar. Dentro, un borrador de estructura organizativa. Un nombre tachado. Otro escrito a mano. Un puesto sin dueño.

“¿Será para mí?”, pensó con una sonrisa torcida. “¿O ya tienen otra heredera lista?”

— ¿Qué estás buscando? —. Dijo la voz grave de Bertha desde el marco de la puerta.

Alexa no se sobresaltó.

— La verdad. — Respondió —. Porque todos aquí tienen una versión diferente, y yo no vine para aprender a planchar camisas ni a freír huevos.

Bertha frunció el ceño.

— Estás cruzando una línea peligrosa, niña.

Alexa se giró, desafiante.

— ¿Y qué van a hacer? ¿Echarme? No pueden. Ni siquiera Santiago puede. ¿O acaso no es eso lo que intentan esconder?

La nana dio un paso dentro del despacho.

— Él va a volver. Y cuando lo haga, más te vale haber encontrado algo de humildad.

Alexa sonrió, pero era una sonrisa sin rastro de simpatía.

— Cuando vuelva, lo estaré esperando. No con humildad… sino con respuestas que ni él sabe que existen.

La puerta principal se abrió con la misma energía con la que había sido cerrada días atrás. Santiago cruzó el umbral sin mirar hacia los lados, como si su presencia bastará para anunciar lo inevitable; algo iba a cambiar.

Bertha lo esperaba en el vestíbulo. Lo conocía desde niño, y sabía que su silencio hablaba más que mil gritos.

— Está en el despacho —. Dijo simplemente —. Te estaba esperando.

Santiago asintió. Subió las escaleras sin pausa, sin prisa. Sus pasos resonaban con un peso nuevo; el del hombre que ha tomado una decisión.

Abrió la puerta del despacho y allí estaba Alexa, sentada tras su escritorio, como si se tratara del suyo. Tenía un papel entre las manos y una expresión que mezclaba curiosidad y provocación.

— Vaya —. Dijo ella, alzando la vista —. Pensé que te habías rendido.

— No me rindo. — Respondió Santiago con voz firme—. Me preparo. Y eso es exactamente lo que hice.

Alexa dejó el papel sobre la mesa y se puso de pie, cruzando los brazos.

— ¿Y ahora qué? ¿Vas a echarme otra vez?

— No. — Contestó él, acercándose —. Ahora voy a hacer algo mejor: voy a devolverte a la realidad. Porque lo que estás viviendo aquí… es una fantasía que no te pertenece.

— No me puedes echar. — Replicó ella, desafiante—. Tus padres me trajeron. Ellos…

— Mis padres ya hablaron conmigo. Y cometieron un error al traerte aquí sin preguntarme. Uno que están dispuestos a corregir.

Alexa parpadeó. Por primera vez, algo en ella pareció tambalearse.

Santiago continuó.

— No estás aquí porque fuiste elegida. Estás aquí porque alguien creyó que podías ser moldeada. Pero ya ha quedado claro que no quieres formar parte de esto, y yo no voy a obligarte. Esta casa no es una jaula, Alexa, pero tampoco es un campo de batalla.

Alexa apretó los labios.

— ¿Y si no me voy?

— Entonces serás invisible. No tendrás acceso a nada, no hablarás con nadie, y lo poco que crees controlar se desvanecerá. Esta vez no voy a discutir. Esta vez, mando yo.

Silencio.

Santiago se dio la vuelta, pero antes de salir del despacho, se detuvo.

—Tienes hasta mañana para decidir cómo te vas. Por la puerta, o por tu cuenta. Pero te vas. — Y sin esperar respuesta, salió.

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