Roma/Italia.
Meses más tarde.
Leonardo hace el mejor papel de padre, sus pequeños hijos lo son todo para él, permanece en casa acompañando a Elena, como una familia unida.
Elena se encontraba en perfectas condiciones de salud, se veía sonriente, disfrutaba cada minuto de su día a día al compartir con sus pequeños y su esposo.
Leonardo se encontraba en el estudio encargándose de sus asuntos de manera remota, a pesar de la distancia debía mantenerse al tanto de lo que sucedía en Nápoles, Elena abrió la puerta e ingresó.
Leonardo retiró la mirada de la pantalla de la computadora, se fijó en su esposa, le brindó una cálida sonrisa y posterior a ello le costó la espalda en la silla.
—He traído un vaso con jugo —dijo Elena y luego ajustó la puerta.
—Te ves hermosa —recalcó Leonardo.
Elena se sonrojó, colocó el vaso sobre el escritorio y luego lo rodeó, Leonardo estiró el brazo y tomó su mano, sus miradas se conectaron, Elena se acercó a él ubicándose en medio de sus piernas.
—Acabé de