Elena se acercó al comedor dando pasos cortos cargados de seducción, en su mente se encontraba caminando en una pasarela, para su único espectador.
Leonardo no podía bajar la mirada, estaba hipnotizado, definitivamente había algo en ella que le llamaba la atención, pero nunca lo aceptaría.
—¿Por qué te has vestido de esa manera tan... ridícula? —gruñó Leonardo.
Al escuchar aquellas palabras Elena enredó un pie contra el otro causando que tambaleara, sus mejillas subieron de temperatura, sintiéndose avergonzada y al mismo tiempo ridícula.
Leonardo intentó levantarse para ayudarla, pero ella se sostuvo de la silla recuperándola estabilidad, dibujó una sonrisa de medio lado y tomó asiento frente de él.
—Con el acto vergonzoso que has hecho alegraste el día de mis hombres.
Elena se estremeció del coraje, las uñas presionaban con fuerza sobre su piel, no podía creer lo que acababa de escuchar, su pecho agitado anunciaba que estaba próxima a explotar.
—¡Un payaso!... Insinuaste que soy un