Cristina lo estaba disfrutando, en su interior se sentía superior, convencida de que podía manejar a Leonardo a su antojo, pero lo que no se esperaba era obtener por respuesta que él mordiera su labio y la agarrara con fuerza.
—Suéltame, suéltame... —suplicó Cristina.
Aquel momento cargado de placer terminó siendo una tortura para ella, sus manos las retiró del cuerpo de Leonardo, mientras que él la observaba de manera fría.
Al ver sus ojos húmedos finalmente Leonardo la liberó, luego escupió en el piso aquel líquido rojo que había quedado en su boca.
—Recibiste tu merecido, te advierto que en una próxima ocasión lo que caerá al piso será tu labio —Cristina llevó sus dedos hasta su boca.
—Maldito animal... Juro que me la tendrás que pagar, tu desprecio pronto terminará; caerás de rodillas ante mí suplicando miseries de mi amor, pero te aseguro que cuando llegue ese momento no tendrás nada de mí, solo serás un estúpido perro recibiendo limosna de mi familia.
—Tus amenazas no causan