La caída de Claudia
El apartamento de Claudia estaba sitiado. Abajo, en la tranquila calle de Kensington, el parpadeo azul y rojo de las patrullas rompía la noche con destellos intermitentes que se colaban por las ventanas. Un murmullo de voces inquietas comenzaba a crecer entre los vecinos que asomaban desde balcones y ventanas, alertados por el inusual despliegue.
Victor Kane, oculto en un coche sin distintivos, observaba todo desde las sombras. Su rostro era una máscara de concentración, el auricular ajustado en su oído, y una tablet en el asiento del copiloto mostrando los planos del edificio. Levantó un dedo al micrófono, sin apartar los ojos del objetivo.
—Unidades en posición. Nadie entra, nadie sale. Esperamos mi señal.
En el interior, Claudia era un torbellino de furia contenida. Su rostro, normalmente impecable, estaba tenso, sus mejillas encendidas por la rabia. La maleta estaba cerrada junto a la puerta, lista para una huida desesperada: pasaporte falso, boletos impresos p