Sombras de la verdad
El claro frente a la Casa del Lago era un caos perfectamente orquestado. Las luces intermitentes de las patrullas policiales teñían la noche de rojo y azul, proyectando sombras ondulantes sobre los árboles como si el bosque mismo observara en silencio el final de una pesadilla. Los oficiales se movían con precisión, esposando a Mateo Sterling y a sus hombres, mientras el clic de las cámaras de Laura y Tom, reporteros del London Chronicle, no cesaba. Cada imagen era un testimonio imborrable: la sangre en el rostro de Mateo, la tensión en los puños de Logan, el temblor aún visible en el cuerpo de Sophie mientras se aferraba a él como si soltarlo significara caer al vacío.
Mateo forcejeaba entre los dos agentes que lo arrastraban hacia la patrulla. Sus ojos, desquiciados, se clavaban en Logan y Sophie como dagas envenenadas.
—¡Esto no termina aquí, Belmont! —rugió, su voz rasgada por la rabia—. ¡Te destruiré! ¡Y a ella también! ¡No tienes idea de lo que soy capaz!
Lo