El niño no había sobrevivido al parto, pero Dominic privó a Sienna de esa verdad. Dejó que durante mucho tiempo ella amara a un bebé que no era suyo y siete años después esa mujer había regresado para reclamar su lugar en la familia como la verdadera madre. Rota y traicionada, Siena siente que lo ha perdido todo. Sin fuerzas para luchar por un matrimonio que ya no reconoce, decide huir y comenzar de nuevo, guardando un secreto imposible de ocultar: está embarazada de trillizos. Dominic no está dispuesto a dejarla escapar. Sienna no está dispuesta a perdonar. Cuando la confianza se quiebra, el amor ya no basta. Y esta vez, Dominic tendrá que enfrentar a una mujer distinta: una Sienna que aprendió a sobrevivir sin él… y que no piensa ponérselo fácil.
Leer másSIENNA EVERHART
—¿Embarazada…? —Tragué saliva antes de levantar la mirada del estudio entre mis manos. El doctor estaba sentado del otro lado del escritorio con una enorme sonrisa de satisfacción.
—Así es. La prueba de sangre y el ultrasonido lo confirman —contestó mientras mi cuerpo estaba pasmado por la conmoción. Una suave sonrisa se comenzó a dibujar en mi rostro cuando el doctor continuó—: ¡Son trillizos!
Todo gesto se me deslavó del rostro y mi corazón se aceleró.
—¡¿Trillizos?! —Esa palabra me hizo levantarme como si tuviera resortes en las piernas. ¿Tres? ¿Por qué tres? No era normal—. Doc, ¿está seguro? No hay ninguna mujer en mi familia, que yo sepa, que haya tenido más de un bebé a la vez. Tampoco tomé ningún medicamento de fertilización…
—Señora Falkner, tranquilícese —dijo el doctor levantándose de su asiento y tomando el estudio de mis manos. Después de pasar un par de hojas, me mostró las imágenes del ultrasonido—. Aquí están, tres bebés… o como solemos decirles en esta etapa: productos implantados.
—No es cierto… —susurré cubriéndome los ojos con la mano y una sonrisa regresaba a mi rostro—. ¡No es cierto! ¡Son tres!
Abracé al doctor por la emoción antes de tomar los estudios de regreso y estrecharlos contra mi pecho. Salí del consultorio con el corazón acelerado. Estaba muy feliz, por fin mi pequeño Peter tendría hermanitos. ¡No sabía cómo darle la noticia!
Mientras se me ocurría algo, mi teléfono comenzó a sonar con insistencia. Me detuve en las puertas del hospital del que iba saliendo y saqué mi teléfono, era una llamada de la escuela.
—¿Señora Falkner? —preguntó del otro lado con voz temblorosa, la maestra de Peter—. Necesito que venga urgentemente a la escuela.
—¿Qué ocurre? ¿Peter está bien? —pregunté angustiada levantando la mano para detener un taxi.
—Peter está bien, pero en verdad necesito que venga de inmediato —agregó con más firmeza cuando el auto se detuvo frente a mí.
—Entonces… ¿Cuál es el problema? —agregué desconcertada mientras entraba al asiento trasero.
—Peter, es el problema. —Ni siquiera me permitió decirle algo cuando colgó. Vi el teléfono por largos segundos antes de decirle al taxista la dirección a la que íbamos.
No podía entender nada. Mi pequeño era obediente y educado. ¿De qué lo acusaban?
—Golpeó a su compañero… —soltó la maestra en cuanto me vio rebasar la puerta de la dirección. Ni siquiera me había saludado por cortesía.
—¿Cómo? —pregunté frunciendo el ceño. No lo podía creer.
—En medio de la clase golpeó a su compañero y no fue fácil quitárselo de encima —agregó haciéndose a un lado para dejarme pasar. En la sala de la dirección estaban los dos niños sentados en orillas contrarias del sofá. Mientras el otro niño lloraba con la cara amoratada, Peter lucía el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Peter… ¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté angustiada. Él no era capaz de hacer algo así sin motivo. Cuando busqué en su carita algún signo de arrepentimiento, solo me encontré con coraje y hostilidad—. ¿Peter?
De un brinco se bajó del sofá y se dirigió hacia la puerta, ignorándome.
—Ya vámonos —sentenció con voz grave, tan parecida a la de su padre.
Por breves segundos me quedé confundida, Peter no solía actuar así. Corrí hacia él y lo llevé de regreso.
—Ya que no quieres decirme lo que pasó, entonces pídele disculpas al niño —sentencié con voz firme, aunque me dolía el corazón por hablarle así—. Nada justifica esto.
—¡No me voy a disculpar! —exclamó zafándose de mi agarre y salió corriendo.
Me quedé con la boca abierta. Por un breve momento vi a la maestra que estaba tan sorprendida y desconcertada como yo. Corrí detrás de mi hijo con el llanto del otro niño aún zumbándome en los oídos.
Mi estómago se contrajo por la ansiedad mientras intentaba encontrar una respuesta a ese comportamiento tan extraño en Peter. Era un buen niño: dulce, cariñoso, obediente y no tenía motivos para comportarse así.
—¡Peter! —exclamé en cuanto lo atrapé—. ¿Qué fue eso? ¿Qué te pasa? Golpeas a un niño, ni siquiera me explicas por qué lo hiciste y ¿ahora eres grosero conmigo? Soy tu madre, jovencito, y me tienes que respetar…
—¡No! ¡No quiero! ¡No te haré caso porque no eres mi mamá! —sus palabras me taladraron el pecho hasta atravesarme por completo. Lo veía y no lo creía. ¿Qué le había pasado a mi bebé? Era como si el niño al que di a luz y críe con tanto amor de pronto fuera otro, uno que ni siquiera parecía quererme.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras sus puños temblaban por la fuerza de apretarlos.
—Peter… —susurré su nombre, como si quisiera que me reconociera, como si su comportamiento se justificara porque se olvidó de quién soy.
Retrocedió como un pequeño animal herido antes de volver a correr en dirección a la puerta. Tuve que recuperar el aliento antes de ir tras él, con una mano en el pecho y la cabeza vuelta un lío.
—¡Peter! —exclamé al verlo parado en medio de la acera, frente a su padre.
Dominic Falkner, alto, de mirada fría, en vez de pupilas tenía dos hoyos negros que te arrancaban el alma o te mostraban el infierno si lo hacías enojar. Su rostro anguloso con sus mandíbulas siempre tensas y el ceño siempre fruncido, era digno de un modelo de elite, elegante, atractivo, pero demasiado frío, demasiado insensible, sin alma, con un espacio vacío en medio de sus pulmones donde debería de haber un corazón.
Me mordí los labios y me acerqué con cautela. Peter estaba ahí de pie, sin decir ni una sola palabra, con la cabeza agachada y sin dejar de llorar en silencio. Me hinqué a su lado y revisé que estuviera bien. Mi bebé era mi prioridad.
—¿También te llamó la maestra? —pregunté a Dominic sin levantar la mirada hacia él. Era como estar frente a un gorila de espalda plateada, mientras no hicieras contacto visual no pondrías tu vida en riesgo.
El silencio se alargó y yo seguía viendo a Peter, revisándolo una y otra vez, mientras pensaba en como decirle a Dominic del embarazo. La prueba pesaba como plomo dentro de mi bolsillo, y sentía que me hundía en el agua, asfixiándome poco a poco.
Cuando por fin me levanté con una sonrisa nerviosa y tratando de lucir relajada, la puerta del Maybach negro detrás de Dominic se abrió. Unos tobillos delgados seguido de unas piernas torneadas se asomaron antes de que una mujer de belleza impresionante saliera con aire arrogante que pronto cambió por preocupación.
—¡Peter! —exclamó y se acercó a mi hijo para abrazarlo con un cariño que no entendía de donde sacaba. Volteé hacia Dominic, pero él se mantenía calmado, sin intenciones de explicar nada, como si no necesitara hacerlo—. ¡¿Estás bien?! ¡¿Te hicieron daño, mi amor?!
—¿Te molesta? Es mi hijo —sentencié mientras tomaba a Peter del hombro y lo pasaba detrás de mí, con intenciones de protegerlo. La mujer se irguió y me vio con desprecio antes de sonreír.
—¿Tu hijo, dijiste? No, lo siento querida, pero Peter es mi hijo —respondió con arrogancia, como si estuviera ganando un juego que solo ella sabía que estábamos jugando.
SIENNA EVERHART—Estoy embarazada —lo solté sin una introducción ni saludo, solo entré a la oficina de Dominic, me planté frente a él, jalé aire y vomité las palabras sin ocultar mi nerviosismo. Esperaba gritos, acusaciones, amenazas de despido e incluso que me acusara por querer atraparlo con un hijo o hasta que me pidiera una prueba de paternidad. De seguro en más de una ocasión había pasado por esto y yo no sabía cómo demostrar mi inocencia. —Yo entiendo que no es algo fácil y… yo… —intentaba mostrarme segura de mí misma, en control de la situación, cuando en realidad tenía que jalar aire con cada palabra. Entonces me di cuenta de que Dominic no parecía abrumado o disgustado. Levantó su mirada, observándome con atención, antes de levantarse de su asiento y caminar por la oficina con serenidad, haciéndome dudar de que me había escuchado—. Señor…No me dejó continuar, levantó una mano silenciándome mientras se preparaba un trago. Después de tomar un poco, por fin volteó hacia mí.
SIENNA EVERHARTLa primera vez que vi a Dominic fue en una de las revistas más prestigiosas del país, su fotografía acaparaba toda la portada, era el soltero millonario más codiciado, y tuve la suerte de entrar a su empresa a trabajar, nunca me imaginé que él sería quien me entrevistaría y mucho menos que me aceptaría para trabajar cerca. Era un hombre inteligente, ambicioso y desde ese día me esforcé por que me viera como un elemento importante e indispensable en su empresa, conteniendo el aliento cada vez que estaba cerca de él. Sí, era atractivo y seducía con su actitud fría y calculadora, no necesitaba decir palabras bonitas, solo dedicarte una de esas miradas profundas que parecen desnudarte el alma, eso era suficiente para hacerme sonrojar y temblar, pero siempre lo consideré inalcanzable. Era realista, alguien como él jamás echaría un vistazo hacia abajo para fijarse en alguien como yo. Así que nunca tuve mis expectativas muy altas y así estaba bien, o eso creí hasta esa noch
SIENNA EVERHART—Mami, no quiero ir, por favor —suplicó Peter aferrándose a mí mientras Dominic comenzaba a perder la paciencia. —¡Peter, obedece cuando se te habla! —exigió Dominic con voz más firme, haciéndolo temblar. Lo tomó del brazo y lo metió al carro entre llantos, dejándome sin un pedazo de mi corazón. —Dominic… ¿qué significa todo esto? —pregunté llena de rabia contenida, pero él no contestó, solo le abrió la otra puerta a Melanie, mientras ella lucía una sonrisa victoriosa. Antes de que él entrara, cerré la puerta de golpe, por fin logrando tener su atención. Lo vi directo a los ojos conteniendo mis ganas de golpearlo para ver si lograba generar algo en él, aunque fuera dolor—. ¡A ver!»Puedo entender que fueras serio y frío, te compro que así eres y entiendo que yo no sea suficiente para hacerte cambiar de parecer y muestres algo de cariño, está bien, no soy la mujer que pensaste tener como esposa, ¡yo tampoco creí que me casaría con alguien como tú! ¡Estamos a mano en e
SIENNA EVERHARTSus palabras fueron como un golpe en el pecho que me hizo retroceder. Ante mi desconcierto la mujer tomó la mano de Peter, atrayéndolo de regreso mientras que regresaba entre mis recuerdos. El día del parto fue un caos. Era un parto de alto riesgo y… casi muero. Una hemorragia peligrosa que no se detenía mientras yo esperaba escuchar el llanto de mi bebé, pero antes de hacerlo, perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba conectada a monitores y me dijeron que Peter estaba sano y en los cuneros. Aun así mi ansiedad por tener a mi bebé en mis brazos hizo que las enfermeras lo trajeran a mí. En cuanto lo vi la primera vez lo amé con todo mi ser. Cada día lo veía a los ojos y ese amor aumentaba. ¿Cómo podía venir esta mujer y decir eso?—Durante siete años he amado y cuidado a Peter… —susurré con la garganta rota—. Es mi hijo. Lo parí con dolor. Lo cargué en mis brazos. Lo amamanté. —Y lo lamento —contestó la mujer como si tuviera un breve instante de benevolencia—. La
SIENNA EVERHART—¿Embarazada…? —Tragué saliva antes de levantar la mirada del estudio entre mis manos. El doctor estaba sentado del otro lado del escritorio con una enorme sonrisa de satisfacción.—Así es. La prueba de sangre y el ultrasonido lo confirman —contestó mientras mi cuerpo estaba pasmado por la conmoción. Una suave sonrisa se comenzó a dibujar en mi rostro cuando el doctor continuó—: ¡Son trillizos!Todo gesto se me deslavó del rostro y mi corazón se aceleró.—¡¿Trillizos?! —Esa palabra me hizo levantarme como si tuviera resortes en las piernas. ¿Tres? ¿Por qué tres? No era normal—. Doc, ¿está seguro? No hay ninguna mujer en mi familia, que yo sepa, que haya tenido más de un bebé a la vez. Tampoco tomé ningún medicamento de fertilización…—Señora Falkner, tranquilícese —dijo el doctor levantándose de su asiento y tomando el estudio de mis manos. Después de pasar un par de hojas, me mostró las imágenes del ultrasonido—. Aquí están, tres bebés… o como solemos decirles en esta
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