SIENNA EVERHART
—Estoy embarazada —lo solté sin una introducción ni saludo, solo entré a la oficina de Dominic, me planté frente a él, jalé aire y vomité las palabras sin ocultar mi nerviosismo.
Esperaba gritos, acusaciones, amenazas de despido e incluso que me acusara por querer atraparlo con un hijo o hasta que me pidiera una prueba de paternidad. De seguro en más de una ocasión había pasado por esto y yo no sabía cómo demostrar mi inocencia.
—Yo entiendo que no es algo fácil y… yo… —intentaba mostrarme segura de mí misma, en control de la situación, cuando en realidad tenía que jalar aire con cada palabra. Entonces me di cuenta de que Dominic no parecía abrumado o disgustado. Levantó su mirada, observándome con atención, antes de levantarse de su asiento y caminar por la oficina con serenidad, haciéndome dudar de que me había escuchado—. Señor…
No me dejó continuar, levantó una mano silenciándome mientras se preparaba un trago. Después de tomar un poco, por fin volteó hacia mí.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —preguntó con esa calma que te helaba hasta los huesos.
Posé ambas manos en mi vientre y apreté los labios.
—Quiero tenerlo —susurré y mi corazón se aceleró—. No quiero nada de usted, solo pensé que debía de saberlo. No es mi intención pedir dinero o… manipularlo, solo… no quería mantener el secreto y engañarlo.
Se acercó lentamente, sin apartar su mirada de mí. Me tomó del mentón y me hizo levantar mi rostro hacia él. Había serenidad en su mirada, un entendimiento tácito de las circunstancias. No había alegría ni tampoco rechazo. Solo… calma.
—Bien —susurró antes de asentir y tomó mi mano. Su tacto era frío, pero agradable. Agarró mi dedo anular entre su índice y pulgar como si lo estuviera midiendo—. También quiero que tengas a ese bebé.
Abrí los ojos sorprendida y casi me ahogo con mi propia saliva.
—¿En serio? —pregunté casi sin voz, mientras él se acercaba al comunicador y presionaba un botón.
—Necesito a mi abogado aquí, tengo que hablar con él sobre una situación civil —dijo con tranquilidad mientras yo me tensaba, pensando que de pronto la policía entraría por mí.
—¿Qué le digo si me pregunta por esa situación? —preguntó la secretaria de Dominic, una señora de apariencia bonachona con aire maternal.
—La situación es sobre un contrato de matrimonio —contestó él con calma mientras el corazón se me salía del pecho.
—¡¿Matrimonio?! —pregunté, atragantándome.
—Quiero que mi hijo nazca dentro del matrimonio —contestó él como si fuera algo obvio. Se acercó un poco más y de nuevo sujetó mi mano con gentileza—. Sienna Everhart, cásate conmigo.
Fue una propuesta diferente, tal vez fría, pero que no pude rechazar, o no supe como hacerlo. Me dejé llevar por la ilusión, creí que de alguna manera yo era especial para él, por algo me había llamado a mí esa noche, por algo decidía casarse conmigo y no abandonar al niño, me envenené yo sola con esas ideas, como si cada migaja que me tiraba fuera una oportunidad, una consideración especial.
Y con cada cosa que dejaba pasar, cada vez que sentía que algo no estaba bien y una punzada de desconfianza atravesaba mi pecho, me convencía de que él era así, que no sabía como ser cariñoso, que su atención hacia el niño y sus detalles caros eran una forma de demostrar su amor.
Ahora, sentada en la oscuridad del cuarto, con la prueba de embarazo que confirmaba que tendríamos trillizos, con él lejos, con Peter y esa mujer, lo entendía mejor de lo que me gustaría.
Era una sustituta.
De seguro esa noche en el club él estaba tan mal por Melanie. Solo quería alguien lo suficientemente influenciable para saciar su melancolía con sexo barato. Fui el premio de consolación y ahora que ella había regresado por su hijo y por él, ¿yo dónde quedaba?
Entonces entendí otra cosa, el amor se da, no se gana por mérito propio ni se roba. Si está ahí, está ahí, si no, la batalla está pérdida antes de comenzarla, y eso es lo que había pasado conmigo, cada día peleaba una guerra que ya estaba ganada por Melanie, pero nunca me enteré, no quise verlo.
En ese punto no sabía qué dolía más, ¿el bebé que nunca conocí, el bebé que críe como mío y me lo quitaron o el hombre al que amé y que me mintió todos los días a la cara, usándome como un reemplazo mientras su verdadero amor regresaba?
Me levanté riendo entre lágrimas, me obligué a abrir el clóset y ver su ropa junto a la mía. Tomé el vestido que había apartado para esa noche, lo puse encima para verme al espejo, con los ojos enrojecidos y supe que no podía mantenerme de pie sola.
Dejé el vestido en la cama y marqué por teléfono mientras tomaba mi chamarra.
—¿Ocupado? —pregunté con voz rota en cuanto contestó mi llamada al primer tono, mientras bajaba las escaleras, presurosa, y me dirigía hacia la entrada.
—Para ti, nunca —contestó del otro lado, provocándome una sonrisa que se esforzaba por mantenerse en mi rostro.
—¿Señora? ¿Necesita que la lleve a algún lugar? —preguntó el chofer mientras pasaba por su lado como una exhalación.
—¡No! —grité comenzando a correr hacia la calle, como si estuviera huyendo—. ¡Voy para allá!
—Aquí te espero —contestó del otro lado antes de colgarme. De pronto estaba ansiosa por verlo, y no, no me refería a Dominic.