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Capítulo 2: No me odies, yo te quiero mucho

SIENNA EVERHART

Sus palabras fueron como un golpe en el pecho que me hizo retroceder. Ante mi desconcierto la mujer tomó la mano de Peter, atrayéndolo de regreso mientras que regresaba entre mis recuerdos. El día del parto fue un caos. Era un parto de alto riesgo y… casi muero. Una hemorragia peligrosa que no se detenía mientras yo esperaba escuchar el llanto de mi bebé, pero antes de hacerlo, perdí el conocimiento. 

Cuando desperté estaba conectada a monitores y me dijeron que Peter estaba sano y en los cuneros. Aun así mi ansiedad por tener a mi bebé en mis brazos hizo que las enfermeras lo trajeran a mí. En cuanto lo vi la primera vez lo amé con todo mi ser. Cada día lo veía a los ojos y ese amor aumentaba. ¿Cómo podía venir esta mujer y decir eso?

—Durante siete años he amado y cuidado a Peter… —susurré con la garganta rota—. Es mi hijo. Lo parí con dolor. Lo cargué en mis brazos. Lo amamanté. 

—Y lo lamento —contestó la mujer como si tuviera un breve instante de benevolencia—. Lamento que durante tantos años creyeras que es tuyo.

—No, no, no… —refunfuñé con una sonrisa frustrada mientras negaba con la cabeza—. No lo creo, es mi hijo y tú una vieja loca que no sé de dónde carajos salió. 

—Sienna… —dijo mi nombre Dominic con voz queda, pero firme—. Cálmate. 

 —¡No me voy a calmar! ¡Es mi hijo y esta mujer está diciendo mentiras! ¡¿De dónde salió?! ¡¿Por qué estaba en tu carro?! ¡Carajo! —grité furiosa como jamás lo había hecho. Nunca le levanté la voz a Dominic, pero ¡¿cómo no hacerlo?!—. ¡Me están queriendo quitar a mi bebé y no dices nada! ¡¿No es nuestro hijo?! ¡¿No somos tu familia?!

—Sienna, cálmate, respira... —insistió Dominic, esta vez con más firmeza, tomándome por los brazos y escondiéndome debajo de su imponente sombra—. Melanie no está mintiendo. 

Justo en ese momento sentí como si el cielo se fracturara y comenzara a caer a pedazos sobre mí. Como si la tierra se abriera queriendo devorarme. El aire se volvió denso y se rehusaba a entrar en mis pulmones, mientras que mis ojos escocían por las ganas de llorar, pero de rabia y frustración.

—¿Qué? —solté con lo poco que me quedaba de aliento. 

—Lo que escuchaste, Sienna —contestó ella con firmeza y la frente en alto—. Peter es mi hijo, no tuyo, y tienes que empezar a aceptarlo, porque las cosas van a cambiar. 

Bajé la mirada hacia Peter que me veía con ojos llorosos y boca temblorosa. ¿Cómo convencía a mi corazón de que ese niño de mirada radiante no era mi bebito? Levanté la mirada hacia Melanie y noté algo que me dio dolor, ese lunar al final de su ceja, una mancha marrón tenue, como un punto final que también tenía Peter y del mismo lado. 

Tal vez era solo una coincidencia, pero después de haberlos escuchado, me dolió. Me hizo sentir que tal vez ellos tenían razón. 

—Sí, él no es mi hijo… entonces… ¿Dónde está mi hijo? —pregunté con miedo, porque si Peter no era mío, entonces… ¿mi verdadero bebé? ¿Qué había pasado con él? Volteé hacia Dominic y apretó más las mandíbulas, como si lidiara con las palabras que peleaban por salir de su boca—. ¡Dios! ¡Solo dime donde está mi hijo!

Esas palabras desgarraron mi corazón, el dolor se apoderó de mi pecho y por un momento temí que sufriría un infarto antes de que me contestara. 

—Sienna… él nació muerto —contestó Dominic pellizcando mi mentón, obligándome a levantar la mirada hacia él, como si disfrutara mucho verme llorar en silencio, ahogándome con mi propio dolor. Con su pulgar limpió el camino de lágrimas de mi mejilla, pero su tacto me quemó y torcí el rostro, alejándome de él. 

—Mientes… —susurré sintiéndome en una emboscada donde cada uno me estaba quitando algo, un pedazo de mi corazón, arrancándolo con cada palabra. 

—El parto fue difícil, casi mortal para ti. Tú sobreviviste, pero el niño no tuvo la misma suerte —agregó con firmeza, como quien menciona una transacción fallida, un contrato revocado. 

Me mordí la lengua mientras el dolor seguía fluyendo, abriéndose paso desde mi pecho hasta mis ojos.

—Nació muerto… —repetí sus palabras mientras retrocedía tambaleante, recordando ese día, todas las horas de intenso dolor, todo el esfuerzo, una vez más… pensé en ese momento donde la vida se me iba y yo solo quería escuchar a mi bebé llorar, como si de esa forma me pudiera gritar que él estaba bien—. Dios mío, no… no es cierto. 

Negué con la cabeza y cubrí mi rostro con mis manos. Mis rodillas temblaban, las fuerzas se me iban y no sabía qué hacer con tanto dolor. Cuando volteé hacia la mujer, ella sonrió y giró su rostro, como si hubiera visto a alguien tropezar con una cáscara de banana y decidiera fingir que no le dio gracia. 

—Lo lamento —susurró encogiéndose de hombros y abrió la puerta del auto, dispuesta a meter a mi bebé ahí y llevárselo. Posé la mano sobre mi pecho, el dolor era tan profundo que se había vuelto físico y podía sentir como mi corazón se partía en dos. 

Entonces Peter dio media vuelta, se escapó del agarre de Melanie y corrió con intensidad hasta aferrarse a mí, abrazándose a mi cintura, llorando desconsolado hasta mojar mi blusa. 

—Por favor, dime que sí eres mi mamá, dime que mienten —suplicó entre sollozos entrecortados, dijo en voz alta lo que yo pedía en silencio—. No me dejes de querer, por favor, quiero ser tu hijo. 

Lo abracé con todas mis fuerzas y eso era lo único que me hacía respirar un poco, sentir que aún me quedaba algo, que no me lo habían arrebatado. 

—Por favor, no me odies por no ser tuyo, yo te quiero mucho —insistió y supe que esas no eran sus palabras ni sus miedos. Entendí un poco de lo que de seguro había ocurrido, alguien le había dicho la verdad antes, y ese mismo alguien le había metido miedos infundados, haciéndole creer que yo no lo amaría. Entonces levanté la mirada hacia Melanie que estaba cada vez más irritada, cruzada de brazos y golpeando el piso con la punta de su zapato. 

—Suficiente, Peter, entra al auto —sentenció Dominic con el ceño fruncido y esa actitud de hielo.

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