SIENNA EVERHART
La primera vez que vi a Dominic fue en una de las revistas más prestigiosas del país, su fotografía acaparaba toda la portada, era el soltero millonario más codiciado, y tuve la suerte de entrar a su empresa a trabajar, nunca me imaginé que él sería quien me entrevistaría y mucho menos que me aceptaría para trabajar cerca.
Era un hombre inteligente, ambicioso y desde ese día me esforcé por que me viera como un elemento importante e indispensable en su empresa, conteniendo el aliento cada vez que estaba cerca de él. Sí, era atractivo y seducía con su actitud fría y calculadora, no necesitaba decir palabras bonitas, solo dedicarte una de esas miradas profundas que parecen desnudarte el alma, eso era suficiente para hacerme sonrojar y temblar, pero siempre lo consideré inalcanzable.
Era realista, alguien como él jamás echaría un vistazo hacia abajo para fijarse en alguien como yo. Así que nunca tuve mis expectativas muy altas y así estaba bien, o eso creí hasta esa noche en la que me llamó con urgencia.
—Necesito verte… —susurró con esa voz profunda que me erizaba la piel y me arrebataba el aliento. Pensé que se trataba de algo serio, de la empresa, hasta que me envió su ubicación: un bar de alta categoría en el que ni de chiste me dejarían entrar.
Ya tenía preparado mi teléfono en la mano para llamarlo cuando los gorilas de la entrada me negaran el paso, pero en cuanto me identifiqué me hicieron entrar sin esperar en la fila. Caminé entre cuerpos sudorosos, olor a tabaco y alcohol del caro. Entonces llegué hasta un pequeño apartado donde ya me esperaba, con una botella en la mesa que iba por la mitad.
—Ah… ¿señor Falkner? —pregunté nerviosa, ni siquiera levantó la mirada hacia mí, solo me señaló un lugar al lado de él, en el cómodo sofá.
Me quedé parada por más segundos de los que debería antes de acercarme, incómoda, confundida, pero emocionada. Estábamos solos.
—Bebe conmigo —pidió mientras me llenaba un vaso y lo empujaba hacia mí.
—No creo que sea buena idea —susurré mientras mis dedos envolvían el frío cristal. No era buena con el alcohol. Mi resistencia era casi nula y no quería hacer el ridículo.
—En medio de todo este caos, la única persona en la que pensé, fuiste tú —susurró con media sonrisa antes de por fin voltear hacia mí—. No me decepciones.
Y con esa última frase me condené. Dominic estaba borracho y parecía desilusionado así que de manera negligente terminé aceptando trago tras trago, mientras compartíamos algunas palabras que se apagaban con el ruido de la música. Cuando me di cuenta ya me había perdido a mí misma, todo a mi alrededor se movía y no podía dar dos pasos sin tropezar.
—Vamos, te llevaré a tu casa —soltó Dominic, tomándome con firmeza por la cintura, pegándome a su cuerpo, haciendo que el mío aumentara su temperatura.
Él andaba como si nada mientras yo arrastraba los pies. El frío de la noche me hizo temblar y por inercia me pegué más a él, a su cuerpo caliente. Cuando llegamos a su auto, quise avanzar sola, pero terminé tropezando, él intentó sujetarme para que no cayera y terminamos recargados sobre el cofre.
Nuestras miradas se engarzaron mientras su cuerpo estaba sobre el mío. Su mano se acercó lentamente hasta que se deslizó por mi cuello y se enredó en mis cabellos, entonces sus labios se posaron sobre los míos, robándome un beso, el aliento y el alma. No me di cuenta del momento en que lo tenía encima de mí, sobre el cofre, con mis piernas enredadas alrededor de su cintura, atrayéndolo a mi cuerpo con mis manos aferradas a su camisa, mientras las suyas querían escabullirse debajo de mi ropa.
Esa noche lo hicimos dentro de su auto antes de que subiéramos a mi departamento. Me llevaba en sus fuertes brazos mientras yo no podía dejar de besarlo con intensidad y deseo. Quería embriagarme de él. El alcohol me había ayudado a perder el miedo de aceptar que lo deseaba, y terminamos en mi cama, piel con piel, entre gemidos y caricias.
Era un hombre imponente y frío, pero en la cama se volvía una bestia que me tomó con hambre y desesperación. Me sometía y cada gemido que salía de mi boca solo lo provocaba más, queriendo llegar más lejos.
Mi cuerpo ardía y palpitaba en sus manos y nos dejamos llevar toda la noche. Él quería una víctima y yo me ofrecí esperando ser un tributo digno.
En la mañana, el despertador sonó una vez más, gritándome que se me hacía tarde para ir a trabajar. De un brinco salí de la cama y entonces el peso de lo que había pasado la noche anterior me aplastó. Mi cama parecía zona de guerra y mi cuerpo estaba adolorido como si hubiera pasado todo el día en el gimnasio, además, la cabeza me iba a explotar, la resaca era insoportable.
Mientras me apuraba para ir al trabajo discutía internamente, preguntándome si lo que había pasado había sido real. Mi cuerpo adolorido me gritaba que sí, pero la ausencia de su cuerpo en mi colchón me decía que solo era mi imaginación.
Aún así, después de un breve desayuno compré una pastilla de emergencia, no quería sorpresas. Me lo tomé antes de entrar al edificio y aparentar que todo estaba bien mientras mi rostro masacrado por el alcohol me delataba.
—Llegas tarde —susurró Dominic desde su escritorio, revisando los papeles del día. Mi corazón se aceleró, esperando algo, una señal, pero solo levantó los ojos en busca de una respuesta.
—Sí, yo… lo siento… —dije apenada y temblorosa, mientras el silencio se volvía cada vez más largo.
—Lo dejaré pasar por esta vez, que no vuelva a ocurrir —soltó viéndome de pies a cabeza antes de regresar su atención a sus documentos.
No supe si era la tensión nerviosa, lo que quedaba de alcohol en mis venas o todo junto, pero en cuanto salí de su oficina, las náuseas me invadieron y salí corriendo al baño para vomitar antes de seguir con mi día, sin recordar una de las reglas básicas de los anticonceptivos, si los vomitas, tienes que volverlos a tomar para que sea efectivo y, bueno… queda claro que no lo hice.