La noche ardía con fuego y pólvora. El eco de los disparos retumbaba en los callejones, las luces intermitentes de los faroles apenas iluminaban las sombras. Alessandro corría junto a su asistente, Marco, esquivando balas, devolviendo fuego con precisión letal.
—¡Cúbrete! —gritó Marco, lanzándose detrás de un contenedor oxidado.
Alessandro respondió con tres disparos secos. Dos hombres cayeron. Pero eran demasiados. La mafia rival había tendido una emboscada, y esta vez no pensaban dejarlo escapar.
El aire olía a sangre y humo. Alessandro sangraba de un corte en la frente, otro en el brazo, pero sus ojos brillaban con furia.
—No retrocedas, Marco. Si caemos, caemos peleando.
El joven asistente asintió, apretando los dientes. Sabía que su vida dependía de seguir el ritmo de su jefe.
Los enemigos cargaron con armas blancas cuando las balas comenzaron a escasear. La pelea cuerpo a cuerpo fue brutal. Puños, cuchillos, cadenas. Alessandro se movía como una bestia acorralada, cada golpe car